Aquel día
Nada turbaba la paz de aquel lugar. Los árboles, gigantescos protectores nos cuidaban de los rayos que se filtraban por entre las ramas de las inmensas copas. Pero al decir verdad, para esa época, aun no se hablaba de la capa de ozono perforada, o mejor dicho no era un tema tan conocido como en la actualidad.
Yo tenía 12 años de edad, y mi vida no transcurría mas allá de las diez cuadras que rodeaban mi casa. Solo salíamos los fines de semana, pero no a un shopping o a ir de compras. Mis salidas, eran al club al que pertenecía mi padre, por el sindicato. Quedaba en Ezeiza, y siempre íbamos un grupo bastante numeroso. Primos, tíos, abuelos y todo aquel que quisiera comer una asadito al aire libre.
La camioneta chevrolet, roja, que conducía mi papá y que pertenecía a la empresa, para la que trabajaba, y a toda mi familia, era el único transporte de mi clan. Se llenaba de chicos ansiosos por arribar a la naturaleza. Aunque al decir verdad, el predio, era para su época bastante sofisticado.
Lo que mas me llamaba la atención del lugar era un edificio que tenia tres pisos. Tanta naturaleza, tantos árboles maravillosos y espacios libres para correr sin parar, y nosotros, especialmente con mi hermano y mis primos, estábamos deleitados con el ascensos de la edificación que contenía un restauran, un salón de juegos y los vestuarios. Eso sí, todo muy lujoso.
Convengamos que siempre viví, en un barrio de calles de tierra, y con un zanjon en la esquina, que por suerte hoy en día, no existe mas; al parece alguien se digno a mejorar un barrio de 50 años de antigüedad y casas de gente de trabajo y como en todos lados, de algún que otro rezagado, que aun dejaba las gallinas sueltas en la calle. Así que es de imaginarse lo que significaba un ascensor para nosotros. Era una aventura subir a él y tocar cualquier botón, bajar en cualquiera de los tres pisos, y volver a subir. Cuando nos tocaba el segundo piso, el de los juegos, no quedábamos un ratito observando a quienes podían darse el lujo de jugar a las maquinitas o subirse a los caballitos mecánicos.
Nos turnábamos entre todos para accionar uno por vez, el botón que nos dejaría en el destino. Aquella vez, fue el turno de mi hermano. Dedo en botón y otra vez deambulábamos por el edificio. Obvio que siempre había alguien que nos reprendía, pero hacíamos caso omiso. El ascensor se acciono y comenzamos a bajar.
Al decir verdad, aquel destino no era conocido, ni divertido. Era un subsuelo oscuro, con olor a humedad y lleno de rezagos de mobiliarios. Nadie se animaba a bajar del ascensor. La poca luz que había, provenía de unas ventanas muy horizontales, que se intercalaban a mucha distancia, una de otra. Pero decidimos bajar. El que no lo hacia, era un gallina.
Bajó primero mi prima mayor, eso sí, solo por un meses mas que yo. Luego bajamos con mi hermano, y aun con cara de pánico, mi otra prima, Candela, que no se decidía, hasta que la jalamos de un brazo .No debía cerrar, la puerta del ascensor, pero lo hizo. Así que no quedaba otra que llamarlo nuevamente y esperar pegados a la pared lindante a la puerta de este. Por razones desconocidas hasta hoy, o por comodidad de alguien, el ascensor había quedado en el piso dos, y después de esperar diez minutos, y no resultar el recate, decidimos explorar el lugar para encontrar una escalera que nos llevara de nuevo a la superficie.
Eugenia caminaba muy apurada de aquí para allá, tratando de encontrar una puerta o algo, para poder salir. Mi hermano, me agarraba de la remera, y yo iba arrastrándolo con esmero, pero al decir verdad, prefería que fuera así, sentía que debía protegerlo. En cambio mi otra prima, dos por tres, quedaba tipo paralizada en algún sector del inmenso lugar, y debíamos volver para hacerla avanzar. La decisión, fue no separarnos. Todos habíamos bajamos juntos, todos subiríamos juntos.
Al cabo de unos veinte minutos, tal vez. No tenia reloj, ya el miedo se nos había ido. Empezamos a ver a aquel lugar fascinante, mas aun que habíamos encontrado la llave de luz, dejándonos apreciar, que no era mas que un sótano, guarda molestias ¡¡¡Guarda juegos en deshueso!!! Había un pool, un mete gol, con algunos jugadores de menos, un sillón hamaca, un caballito a monedas, o en ese tiempo a fichas, que obvio no funcionaba, e infinidad de cosas que cualquier niño de nuestra edad hubiera considerado un tesoro. Mas aun, cuando sabíamos que los juegos del segundo piso, no eran para nosotros. Nuestros padres, nos advertían siempre antes de salir, que íbamos a pasar un día al aire libre y en familia y que no se debía pedir nada, menos plata para video juegos, pool etc. Nada que demandara del vil metal.
Solo basta con recordar la alegría que sentimos, rodeados de todas aquellas cosas. Estábamos en un paraíso. Había tacos para jugar al pool. Mi hermano y mi prima mayor enseguida procedieron al vicio, como le dice actualmente mi hermano cuando se refiere al juego es sí. Mi otra prima, se contentó con examinar unas figuras de yeso y cerámicas que estaban desprolijamente apiladas en una gran caja. Entre esas figuras, también había pedazos de muñecas, ceniceros antiguos con el nombre del club impreso en ella y la fecha de su inauguración y demás cosas inútiles, que la dejaron en éxtasis. Amaba curiosear, así que nada mejor que esa caja gigantesca. Por mi parte, me zambullí en el sillón hamaca, un poco polvoriento y tome varias revistas viejas que estaban apiladas en el suelo y me puse a ojearlas.
Habíamos perdido la noción del tiempo, entre tanto entretenimiento. Era una mezcla de entusiasmo y desafío. Desafío por estar allí, solos en donde sin prestarle atención a un cartel que decía “Prohibida la entrada a cualquier persona ajena al personal”. Nos habíamos apoderado del sitio.
Las enormes lámparas que colgaban del techo e luminaba el recinto, nos había encandilado y no advertimos que por las pequeñas ventanas del enorme sótano, el sol estaba bajando, ya estaba muy entrada la tarde. Mi hermano invoco al llanero solitario y pego un salto, montando el caballo de madera mecánico deslucido. Grande fue la sorpresa,¡¡ Cuándo aquel ficticio animal comenzó a funcionar!! Sin siquiera ponerle una fichita, seguro ese era el motivo de que estuviera allí abajo, no necesitaba fichas, y si no necesita fichas, no hay negocio, para los propietarios. El caballito se movía de atrás a delante, de adelante hacia atrás, y entre miedo y alegría, mi pequeño hermano gozaba como nunca la inmóvil cabalgata.
Fue cuando sentimos que bajaba el ascensor. Teníamos un poco de miedo, era obvio que estábamos violando propiedad privada, y aparte sin pagar los juegos. Todos dejamos lo que estábamos haciendo, hasta mi hermano, con cara larga, porque el caballito se había detenido.
El cuidador del lugar nos reprendió a los cuatro, con una voz de adulto enojado, pero que dejaba entrever debajo de esos gruesos bigotes, una sonrisita cómplice. Mientras subíamos nos advirtió que no se nos ocurriera bajar mas al sótano y que por esta vez no les diría a nuestros padres, pero que la próxima vez, nos iba a prohibir la entrada al club. Nos dijo que ya nos tenia bien estudiados, y es mas, conocía hasta nuestros nombres.
No nos pareció, nada extraño: Nos habría escuchado cuando jugábamos, llamarnos por nuestros nombres.
Lo irreal fue salir a la superficie. Era de noche, todas las luces del predio estaban encendidas, y cerca al edificio, en unas mesas y rodeados de personal del lugar, nuestras madres desesperadas lloraban angustiadas. Cuando miramos hacia el lago que estaba pasando las canchas de básquet, había, hombres en un bote, alumbrando el lago, y a la orilla nuestros padres se paseaban como leones enjaulados. Muchas lucecitas de linternas se veían asomar entre los árboles del bosquecito y dos patrulleros acababan de ingresar al club.
Corrimos hacia donde estaban nuestras madres, llorábamos de preocupación y también de desorientación. No nos había parecido que tanto tiempo hubiera transcurrido y no veíamos la razón de tal operativo, siendo que el cuidador del edificio sabía en donde estábamos; él hasta conocía nuestros nombres y nos había amenazado con contarles nuestra travesura a nuestros padres. Era obvio que antes de armar semejante ajetreo, hubiera avisado.
Quedamos sin respiración después de tantos abrazos y apretones de nuestros padres, mezcla de amor y reproche. Les contamos desde el principio lo que había ocurrido, a donde habíamos estado, pero parecían no creernos. Nos avasallaban con preguntas un poco raras, que hoy comprendo, pero que a esa edad y con la inocencia que teníamos por aquella época. Trece años tenia mi prima, doce mi otra prima y yo y 8 años mi hermano. Las preguntas eran un poco difíciles de comprender, más si nos aferrábamos a nuestra verdad. ¿Seguro que están bien? ¿Alguien les hizo algo? ¿Tienen miedo de contar? Era evidente que estábamos bien, y si no hubiera sido por semejante alboroto, ese hubiera sido uno de los mejores días de mi infancia. Pero cuando mire a los ojos de mi madre y me di cuenta de su desesperación, me angustie yo mas que ella. No nos creían, y sufría por saber, lo que para ella era una verdadera respuesta lógica.
Según parece, el primer lugar en donde buscaron fue en el sótano del edificio, mi tío Rafael, sabía de esa pequeña debilidad nuestra del ascensor, pero según un empleado del predio, era imposible no habernos visto. Bajaron varias veces al sótano, y nada. Es mas uno de los empleados agrego que no había muchos lugares para esconderse en el inmenso lugar, ya que hace unos meses lo habían desabitado, con el proyecto de poner mesas de ping pong y un pequeño bar para socios exclusivos y asiduos a este deporte.
¡¡¡ Era imposible!!! Los cuatro alegamos lo mismo, hasta nos tomaron declaración, solo por pasar unas horas jugando en un sótano atascado de rezagos, y por suerte de juegos. Era tal la excitación que padecíamos que acompañados por un policía, mi padre, mi tío y un empleado, nos llevaron al bendito sótano, para que aclaremos las dudas.
Ya la respiración se nos entre corto y en particularmente mis latidos del corazón sonaban como tambores africanos, en un ritual budú; cuando… ¡Ni siquiera era el mismo ascensor de nuestros juegos! “Es el único en todo el edificio”, alego el empleaducho, con soberbia. Tampoco era nuestro sótano. Este estaba vació completamente, de paredes blancas lisas y un piso de madera flotante.
Al volver a casa en la parte trasera de la camioneta, sentados sobre colchonetas que mi padre colocaba en cada excursión, para que fuéramos lo mas cómodos posibles, debajo de aquel manto e estrellas que nos envolvía en la oscuridad del camino, los cuatro nos miramos atónitos, sin poder intercambiar palabras, sin saber en realidad, lo que había ocurrido.
Al llegar a casa y después de dejar a mis tíos y mis primas en la suya, me bañe y me fui a mi cuarto sin cenar. Mi madre, me miraba esperando una respuesta, una respuesta que me era imposible dar. Mi realidad, no coincidía con lo que ella esperaba escuchar, ni siquiera sabia lo que pretendía que le dijera.
A la madrugada mi hermano se paso a mi cama, como hacia de costumbre, cuando tenia miedo. Me contó que había soñado con el hombre que nos saco del sótano, que lo miraba y se burlaba de él con grandes risotadas, y que no parada de sentir aun el movimiento del caballito de madera mecánico en su cuerpo. No supe que decirle, solo lo abrase, le di un beso y le prometí que ya no soñaría mas con aquel hombre ni con aquel lugar.
Hoy después de veinte años, aquel día, quedo como relegado de mi mente, lo disfrace. Hace poco para el cumpleaños de mi tía, nos reunimos como siempre todos, a festejar la dicha de un año mas de vida de un ser querido, pero la sorpresa esta vez no fue la torta que prepara Eugenia. Recien después de tanto tiempo y de tantas preguntas sin poder responder, mi prima Candela, saco del bolsillo de la campera que levaba, un pequeño cenicero muy antiguo, que se había guardado de aquella caja que revolvía , en aquel hasta ahora, olvidado sótano. Aun llevaba impresa las letras del club en azul y el año de su fundación 1912, estaba muy gastado y el esmalte quebrado. Espero que estuviéramos los cuatro juntos y me lo puso en la mano. Nadie se animo a preguntarle nada, ni porque no lo había mostrado antes, ni porque…. Solo nos miramos unos a otros y sin querer razonar, lo envolvimos y lo enterramos cerca de los rosales de tía Mirta.
Con la intención de alguna vez, animarnos a abrir los recuerdos de aquel día, de alegrías y llantos. De preguntas sin respuestas.
FIN
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