Estamos en otoño. El cielo y los árboles se tiñen de naranjas rojizos y amarillos violáceos, mientras que las hojas caían al ritmo de la brisa, que sonaba al océano .Los árboles desnudos y sus ramas envueltas de tristeza al ser abandonadas por su cobija. Esta noche sería mi graduación. Yo soy Amador Romero Arias,- o al menos pensaba serlo- tengo 21 años, y me voy a recibir como Arqueólogo, me encantan los dinosaurios. Ésa tarde de Viernes me la pasé preparando todo con ayuda de Hiara mi madre y Paulette, mi única hermana. A mi padre, Damián, no le gustaba mucho la idea. Yo sentía que nunca me había querido. El anhelaba que yo fuera un arquitecto, como lo era él. Al darse las 6:30 me día una ducha, y estuve luchando con mi cabello castaño hasta que se quedara quieto. Me vestí con un traje color gris, y una camisa celeste, con una corbata azul. Cuando todo estuvo listo, mi padre nos llevó en su camioneta hasta la Universidad. Al entrar estaban ahí mis pocos amigos que había logrado hacer con mucho esfuerzo. Estaban Alan, Lucía, Edgar y Marisol. Cuando el maestro de ceremonias pronunció mi nombre, al tiempo que me decía que estaba aprobado, mis ojos irradiaron una luz de esperanza, como una madre a punto de dar a luz, la alegría de un niño al abrazar a su padre y el anhelo de vivir por siempre de una pareja de ancianos sentados a la luz de la Luna. Me levanté, cogí mi diploma con una mano, y con la otra apreté la gigante mano de mi profesor, que en ése momento amaba, cuando en mis tiempos de estudio, lo odiaba. Me cedieron el micrófono para pronunciar unas palabras, cosa que no esperaba, y no tenía inspiración, no sabía que decir. De pronto encontré entre las miles de personas que esperaban mi palabra, a mi familia, todos sonreían, excepto mi padre. En ése momento, recordé todo lo que habíamos pasado juntos, momentos felices, tristes y de pelea. Las palabras brotaron de mi boca. – Mamá. Gracias. Gracias por todo lo que has hecho por mí. Por tus consejos, por tu manera de educarme, que hizo de mi éste hombre que ahora ves. A ti hermana, por levantarme el ánimo cada vez que uno de mis infinitos errores aparecía, lo que me hizo aprender cada día más hasta llegar a estar de pie aquí. Padre, gracias, no lo hubiera logrado sin ti. Lamento no haber cumplido tu deseo, pero verás que con esto aún así estarás orgulloso de mí, lo prometo. A todos, gracias-. Bajé del escenario, y tomé asiento de nuevo. Al terminar la ceremonia, mi madre y mi hermana no dejaban de llorar, mientras que mi padre me alentaba a seguir trabajando, y ser el mejor. Primera vez que mis oídos escuchaban algo así de boca de mi padre. Al llegar a casa lo primero que hice fue dormir. Al despertar bajo la luz del sol y los gritos de mi madre llamándome, corrí escaleras abajo, y mi familia me esperaba con varias maletas. Era el día en que me mudaba, a hacer mi vida independiente. Todos se despidieron de mí con cariño, en especial mi hermana. Subí al regalo de mi madre que me compró con mucho esfuerzo, un auto. Me dirigí a mi nueva casa. Era amplia, con 2 pisos y 2 recámaras. Sólo había podido comprar un sofá, un televisor, una estufa y un refrigerador, lo suficiente. Cuando estaba desempacando, encontré entre mi ropa una fotografía con una pequeña nota que decía: “Ya es tiempo de que lo sepas”. En la fotografía estaba una mujer hermosa, cargando a un bebé. Busqué en el viejo álbum de fotografías de la familia fotografías mías. Encontré una foto de cuando tenía tan solo 3 años. El bebé de la fotografía con la nota era yo, pero ¿Quién era la mujer? Llamé a casa, pero nadie contestó. Traté 6 veces más, y nada. Al reverso de la fotografía venía una fecha. 20 de Agosto de 1990. La fecha de mi cumpleaños número 1. Al lado de la mujer estaba un hombre, de cabellos castaños, gafas y un suéter. Parecía el líder de un club de ajedrez. ¿Quién era él? Vaya incógnita.
Dentro de la maleta se encontraba una pequeña bolsa. La abrí. Desearía nunca haberlo hecho jamás. Dentro de la bolsa estaba una medalla de oro hermosa, y una carta, cual decía:
Señor, me has dado un hijo
y te pido la piedad
me le concedas el don
de ser un hombre de paz.
Que nunca forme barreras
para hacer la caridad
y sea legal consigo mismo
y que viva en hermandad.
Y dale a su pensamiento
luz para comprender
y lo lleves por caminos
iluminados de fe.
Que nunca pueda la ira
hasta sus manos llegar
y le acompañe tu amor
para librarlo del mal.
Y que oiga en su conciencia
la voz de su corazón.
Y líbralo de la avaricia
infamia, odio y traición.
Concédele la providencia
y que sea hombre cabal.
Gracias, Señor, gracias
Dios de inmensa bondad.
Qué hermoso conjunto para el regalo a un hijo. Pero ¿qué pasó? ¿Quién era la mujer? ¿ y el hombre? ¿Qué debía saber yo? Me puse la cadena y me dirigí a casa. Llamé ala puerta. Nadie. Por segunda vez. Nadie. Me percaté de que estaba abierta. No parecía haber nadie. El perro estaba ladrando fuertemente, y un horrible olor llegó hasta la entrada principal. Entré. Por el pasillo. Por la cocina. Por el baño. Por todos lados estaba ese olor. Al llegar al estudio vi algo que nunca había visto en mi vida. Mi madre yacía en la alfombra, con unas heridas grotescas en la espalda. Parecían hechas con un cuchillo. Y efectivamente, el cuchillo reposaba junto al sofá guinda. Mis ojos se llenaron de lágrimas que no alcanzaron a terminar su camino, pues salí corriendo hacia el auto. Manejé a toda velocidad hacia la comisaría. Entré corriendo y pedí auxilio. -¡Ayuda! Hay un muerto en mi casa. Es un asesinato. ¡Alguien!- Las personas que estaban esperando me voltearon a ver desconcertadas. Un policía gordo y bigotón me tomó de los brazos tranquilizándome. Le expliqué lo que había visto y me llevó en su patrulla de nuevo al lugar donde mi madre…. Yo no quería bajar del auto, así que esperé. El policía que decía llamarse Antonio Flores regresó, con ayuda de un compañero, cargando en una camilla un cuerpo envuelto de una sábana blanca. De inmediato cerré los ojos, y comencé a llorar. Mi madre. Mi consejera. Mi amiga. Ya no existía. Llamé a Paulette a su celular. Por primera vez después de 12 intentos, contestó. – ¡Amador! ¡Amador tienes que venir, tienes que ayudarme! Ya no puedo más-. Antes de pronunciar palabra, escuché unos gritos – ¡No es nadie papá, es sólo publicidad de la escuela!- y colgó. Golpeé el tablero de la patrulla, lleno de ira y desesperación. Antonio subió ala patrulla, y su compañero a una carroza de funeral. Yo iba a realizar un pequeño funeral, pero no volví a tener contacto con Paulette o con mi padre. Sin embargo no lo cancelé, y solo estuvimos mi madre y yo presentes, orando juntos a Dios, pidiéndole por su paz eterna. Enterré a mi madre en el panteón “Por siempre”. Qué dolor. Con todo esto no había tenido oportunidad de conseguir empleo, y el dinero para comer se estaba agotando. ¿Y ahora qué? ¿Por quién viviría ya? Tal vez por Paulette y por mi padre, aunque creo que aún no saben lo de mi madre. Compré un libro llamado “La resignación a la muerte”, pero no encontraba un lugar lo suficientemente tranquilo para leerlo, y comprenderlo. Al estar vagando por el parque, observando a los niños con sus madres, jugando, riendo y demostrándose su afecto, encontré a lo lejos una colina, donde se alcanzaba a ver la silueta de un viejo árbol. Subí hasta encontrarme con un hermoso árbol de ramas viejas, pero éstas estaban vestidas con su follaje en comparación a todos los árboles. Era un tronco grueso, torcido, y cubierto por fango. Su copa me cubría del sol, y al estar debajo de él, sentía una tranquilidad inmensa y profunda. No leí el libro, sólo me limité a respirar la suave brisa que besaba y corría por mi rostro. Estaba soñando despierto, pero después empecé a recordar la ceremonia de graduación, seguido por otros recuerdos: la fiesta del dieciseisavo aniversario de Colette, el grandioso día de las madres que pasamos en París, la celebración de año nuevo, navidad, la fiesta de halloween, donde mis amigos me espantaron, yo a los 7 años jugando futbol con mi padre, mi cumpleaños número 5, numero 4, 3,2, la cara de mi madre al nacer. Analicé bien ése recuerdo que es casi imposible recordar, -lo que me pareció algo extraño- y descubrí que ésa no era la cara de mi madre. Era la dela mujer de la fotografía. Abrí los ojos y estaba recostado sobre la rama del árbol, cual estaba en una posición distinta ala que estaba hacía unas horas. Me levanté y tropecé con la misma rama. Ahora se había movido. Al caer, otra rama me sujetó para que no tocara el suelo, y la otra me tomó de los pies, arrastrándome a su interior. Allí adentro estaba sofocante. La única salida que había se cerró por completo. Traté, golpeando con el pie, de abrir la puerta, pero no sucedió nada. Al girarme, todo era de un marrón verdoso, como un color verde oliva. Me retracté 5 pasos al ver un esqueleto humano recostado en el suelo fangoso, con una posición que parecía haberse muerto de sed, o hambre. Tal vez de desesperación. Seguí caminando por un único camino. Todo estaba lleno de hojas, ramas, fango, esqueletos y savia. Cuando llegué al corazón de todo el camino, había un medallón de oro, tallado en forma de un rostro. Debajo de él, había una placa en francés, que decía: “Anarklette, Le Dieu des souvenirs et des événements du passé et du futur” eso significaba: “El Dios del recuerdo y acontecimientos del pasado y futuro”. Había otras palabras, al parecer en español, pero no lograba verlas. Sacudí la placa y las letras decían: “Vos ya no podrás arrepentiros”. -¿Qué….? -Un temblor sacudió todo el árbol, y mi cabeza topó en la corteza. Al despertar de la inconsciencia, el agujero del árbol estaba abierto. Salí corriendo con la mano en la cabeza, aún me dolía. La colina estaba cubierta de nieve. ¿Por cuánto tiempo habré quedado inconsciente? Caminé hacia abajo, y el parque ya no estaba. La avenida Santiago del Cóndor no estaba pavimentada, y ¿qué era eso? ¿Acaso era un convertible de los 80´s? Vaya que sí. En muy buen estado. Corrí a casa a ver que había pasado. Llamé ala puerta. Mi madre abrió. ¡Mi madre, una gloriosa aparición! La abrasé. Mi padre salió corriendo y me dio un puñetazo en la cara. - ¿¡Qué crees que haces con mi mujer!?-.-Yo….-. Así que ya no estaba en el presente.- Yo creí que era mi madre. Lo siento-. El dio un portazo que me golpeó en la nariz. Al ir caminando por el porche había un periódico. Lo recogí, miré la fecha: 20 de Agosto de 1989. El día de mi nacimiento. Tomé un taxi, un viejo bocho ochentero. Indiqué la dirección hacia el hospital Saint Life. Me dirigí a la sala de espera. Miré la fotografía de mi bolsillo y al reverso observé el nombre: Fam. Caviede. Llamé ala enfermera, que tenía un peinado con el fleco súper fijado. Pregunté por ése apellido y me llevó a la sala de espera del quirófano. Después de 1 hora salió una mujer muy bella, en una camilla con un bebé en los brazos. Ya internada en su cuarto, pasé a visitarla. – Hola-. La mujer y su marido se giraron para verme. – Buenas tardes joven. ¿Se puede saber quién es usted? Los dos eran los mismos de la fotografía. Sobretodo el hombre, con sus gafas enormes. – Soy su vecino…- ¿Qué nombre me podía inventar? – Su vecino… Paulo.- Paulo, vaya, que lindo nombre. ¿No se me pudo ocurrir algo mejor?- Vaya. Bien. Mire esta hermosa bendición de Dios.- Miré el pequeño bulto envuelto en una cobija. ¡Dios! ¡Pero si era yo! Me estaba atragantando con mis palabras y me hice para atrás, un extraño sentimiento recorrió mi cuerpo. - ¿Estás bien? Creo que nunca nos habíamos presentado. Sólo llevamos 2 meses en esa casa. Mi nombre es Cristina. Y él es mi esposo Guillermo.- Así que ellos son… ¿Qué?- Em... sí. Bueno ya saben yo soy Paulo, jeje.- Los dos regresaron su vista hacía su hijo, y aproveché para salir de la habitación, cuando mi camino se convirtió en el suelo de corteza. ¿Otra vez aquí? ¿Cómo llegué? Me detuve, y mi cabeza pensó involuntariamente en el cuerpo de mi madre muerta, la voz desesperada de Paulette, y unos gritos de espanto por toda mi cabeza, como los de una madre al perder a su hijo. Todo eso me provocó un dolor que hizo que las lágrimas brotaran de mis ojos. Al acabarse los pensamientos malos, me di cuenta de que yo no pensaba eso. El árbol era quien me hacía pensar eso. - ¡Ya déjame en paz!- grité. Una voz grave y aguardentosa me recordó: “Vos ya no podrás arrepentiros”. El árbol comenzó a temblar de nuevo. Así que todos los esqueletos tirados eran de personas que se suicidaban de desesperación. Salí. Esta vez el camino de la colina me condujo al parque ahora sí. Estaba recién inaugurado. Allí estaban mi madre y mi padre conmigo, jugando y corriendo. Como nunca lo había hecho con mi madre. Cuando ése pequeño niño corrió hacia la resbaladilla, un extraño hombre vestido de negro se lo llevó corriendo de la mano. La mujer y el hombre lo persiguieron con un oficial, la mujer gritando como lo que oí en mi cabeza, pero en lo que tardaron el hombre ya estaba en la camioneta. Una rama del árbol me construyó un camino de hojas suspendidas en el aire, y resbalé por ellas hasta estar dentro de la camioneta de aquel hombre de negro. Me escondí en la cajuela con el pequeño niño. El camino nos llevó a casa de mis padres. Permanecí en la camioneta hasta que se metieron a la casa, y después miré por una ventana. Estaba allí mi madre y una pequeña niña que se parecía a Paulette. ¡Era Paulette! El hombre era mi padre, y entró. El árbol hizo desaparecer la pared y supuse que nadie me podía ver. Mi madre le gritaba a mi padre con furia. – ¡Este niño que siempre anhelé va a ser mi descendencia, va a ser lo que yo, un importante arquitecto del siglo XX! ¡No como ésa desgracia! ¡Una mujer inútil!- mi padre gritó. Con que ésa no era mi familia. No era un Romero Arias. Era un Caviede. Era de descendencia Francesa. Salí corriendo. El árbol me detuvo de nuevo convirtiendo el camino en la fangosa corteza. Mientras iba a golpear el medallón, el árbol tembló. Al abrirse el agujero, salí corriendo. Todo ya era normal, excepto que una rama me detuvo. Entonces estábamos en el presente. Sí. La rama tembló, y todo se desvaneció, convirtiéndose en la gigante Canadá. Lo sabía porqué había viajado un año antes de graduarme. De pronto aparecí en una fábrica abandonada. Cerca de unas cajas viejas estaba un hombre de espaldas, y Paulette sentada, abrazando sus rodillas. EL hombre era mi padre. Bueno, mi supuesto padre. En realidad, un secuestrador sin alma. Paulette me vio, y me hizo señas con sus ojos de que no me moviera, ni hablara. Cuando mi secuestrador se fue, Paulette me abrazó, y empezó a hablar: - Todo ha sido culpa de mi padre. Él quería un varón. A mi no me quería. Por eso te separó de tu feliz familia. Cuando te graduaste, como no fuiste un Arquitecto, mi padre supuso que ya era tiempo de que lo supieras todo. Él pensó que tú lo denunciarías, así que pensamos en mudar nos aquí a Canadá. Mi madre se opuso, y cuando iba a salir a decirte la verdad, mi padre la acuchilló.- me dijo entre lágrimas.- Mi madre te tomó un cariño inmenso.- Yo l abracé para consolarla, pero de pronto me encontré de nuevo en la corteza, abrazando mi respiración. El árbol tembló. Ahora estábamos en un lugar con mucha tecnología. Era el futuro. ¿Qué podía pasar ahora? Salí a casa de mi secuestrador. En la puerta había una dirección. Al llegar ésta, llamé a la puerta y me recibió una anciana demacrada y deprimida. Me invitó a pasar. - ¡Madre! ¡Soy yo, Amador! No te preocupes, ya sé toda la verdad.- La abracé.- Me han raptado. Aquí estoy. ¿Dónde está mi padre?-. Mi madre bajó la vista y respondió- Él te amaba.- - ¿y qué, ya no?- pregunté confundido y desilusionado. – Nada de eso. Él te amara por siempre, hasta reencontrarnos de nuevo. No falta mucho.- ¿ a qué se refería? .- Pero él ¿ dónde está?.- En donde Dios hijo-. Mi padre había muerto. ¡No!. Un dolor me perforó el corazón, y una lágrima recorrió mi rostro. – El secuestrador lo ha matado-. Me avisó. MI secuestrador. No puede ser. Mi secuestrador. Salí de la casa, y de nuevo entré a la corteza. Esta vez el árbol me llevó al presente, dándome la opción de matar a mi secuestrador para evitar el futuro. Llegué a la fábrica. Tomé el cuello de mi secuestrador y un cuchillo. Lo rocé con él. Pensé en todo lo que habíamos pasado juntos. De alguna forma él me había mantenido, me tomó cariño. Me quería. Poco. Pero me quería. Arrojé el cuchillo. Llamé a la patrulla, y lo encerré en un manicomio. Regresé con Paulette a casa de mis verdaderos padres, pero el árbol me lo impidió. Antes de que me llevara al futuro, yo ya sabía que iba a pasar por lo que pronuncié un profundo Gracias y con el cuchillo rasgué el medallón. El árbol se desmoronó hasta quedar hecho polvo. Llegué a casa de mis padres. Tomé la rama del árbol, la rocé con mi mano, y me convirtió en un niño de 5 años. Estaba en casa de mis verdaderos padres. Ellos adoptaron a Paulette. Yo seguí creciendo y me iba a convertir en Arquitecto. Ya no volvería jamás a ver ése viejo árbol, detrás de ése parque, en ésa avenida que me provocaría tantos acontecimientos malos. Por ahora, Dios, quien supongo que era el árbol me dio una segunda oportunidad de vida, la cual disfrutaría ahora por siempre o lo que me queda de vida.
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