...Caí estrepitosamente sobre unas maderas apolilladas cuya descomposición húmeda pudieron amortiguar mi caída. Había una filtración de luz escandalosa que me anticipó al desplomo, y mientras eso, veía a la ligera la ráfaga de variaciones en tonalidades del suelo, de la muy intransigente y evolucionada tierra. La luz tenía la refracción de un espejo cuarzado, zafirado, un aire mundanal de azulejos inundaron todo el ambiente con un polvo de un azul tenebroso.
Empecé a investigar el lugar. Recaí en la suposición de un enorme túnel que a simple vista no tenía fin. Caminé por un rato con los pies descalzos, sigiloso, paso a paso, hasta que sentí que se empezaban a irritar por la fricción y no tuve más remedio que descansar un momento. No me sentía asustado, aunque tenía todo el escenario para estarlo, pero hasta ese poco trayecto en que andaba nada me hizo perder la calma. Me senté, doblegué uno de mis pies, el más irritado, el del mal paso, y empezé a frotar la planta con una suavidad densa que me recordaba cuando le untaba pomadas pestilentes a los pies de la abuela. Recobré el sentido y entonces empezó el verdadero espanto. Una gran marcha de ratas azulejas se introducían en una galería un poco más reducida que la principal. Todo ocurría delante de mis ojos, veía sus traseros atiborrados de esas largas colas movibles, que jamás tocaban el suelo, pendían mágicamente en el aire. No hice el menor ruino, terminé de masajear suavemente mis pies y de cucliyas pude ver al fin a la última rata que se introducía al zaguán. Era la rata que andaba persiguiendo... La reconocí por que justo antes de introducirse, soltó de sus fauces una lona planteada, era sin dudas el par de las sandalies que le había aventado. La rata trató de mover su inmovible cuello buscando si la espiaban y cuando no tuvo más reparo de su indescifrable gordura, se sumergió frustrada........ Continues