(Basado en un hecho real)
Mar del Plata, 10 de diciembre de 1983
Asume el gobierno de la República el Dr. Raúl Alfonsín; primera vez que el pueblo ejerce el sufragio desde los eternos tiempos de la dictadura militar y como por arte de magia el aire nos transmite un aroma de libertad, no respirado por la gente en mucho tiempo. La Ciudad de Mar del Plata es el refugio veraniego de los porteños desde hace un siglo y en esta época del año se produce una migración temporaria llevando su población estable de medio millón de habitantes a cinco millones, convirtiendo a este pintoresco pueblito costero en una terrible e histérica hiperciudad que derrocha su stress en las hermosas playas de la perla del Atlántico, el mismo que sus pobladores han estado acumulando no solo por el último año, sino por los pasados treinta.
Arcián se ha movilizado en estos meses como contrapartida de su falta de trabajo estable, y en busca de alguna oportunidad que surja a partir de la afluencia turística. Se encuentra conduciendo su automóvil por la bajada de la Avenida Colón, hacia el Torreón, cuando otro auto se coloca a su lado, y el conductor, un hombre con el cabello rapado estilo militar se encuentra insultándolo como si hubiera cometido alguna torpeza en el tránsito. Arcián mira hacia él, y nota que va acompañado de su mujer y dos niños pequeños, por lo que baja la ventanilla del acompañante y se disculpa por lo que hubiera podido hacer; no obstante el sujeto continúa insultándolo en forma arrogante, hasta que él tuvo un arranque de ira y le grita:
-“Me parece que no te das cuenta que el turno de los milicos ya paso, y ahora te vas a tener que acomodar a tu nueva situación…”
El hombre, visiblemente ofuscado inclina su cuerpo hacia la falda de su mujer, sentada a su lado y extrae una pistola oficial de la guantera, con la que apunta encolerizado a Arcián, quien no se quedó a ver si disparaba, acelerando su automóvil en la bajada hacia la rambla Peralta Ramos. El enajenado extraño se embarca a una desquiciada persecución, sacando el arma amenazante por la ventanilla mientras su esposa intenta detenerlo gritándole y golpeándolo con histeria. Arcián no puede creer lo que ve a través del espejo retrovisor y se inscribe en una carrera contra la locura en la que nunca se sabe quién ganará. Mientras cruza semáforos en rojo y contraviene toda señal de tránsito que se le aparezca, Arcián recuerda la frase que osó decirle al milico en su propia cara, luego de años de soportar su autoritarismo desmedido y por su mente pasa una sensación de satisfacción que se confunde con terror, lo que lo incita a acelerar más aún. Cada vez que decide enfrentar la situación y detenerse, ve al loco asomar su cabeza y su brazo armado por la ventanilla y descubre que la locura lo está alcanzando por lo que intenta perderlo en las calles laterales a la costa, comprobando que no da resultado hasta que encuentra una seccional de policía en el barrio de Los Troncos y estaciona su automóvil exactamente en la puerta, donde se encuentran apostados un par de efectivos. Pocos segundos después, el frenético perseguidor pasa lentamente a su lado y le hace una veña con los dedos índice y pulgar extendidos, a modo de revolver, y continúa desplazándose hacia adelante hasta doblar la esquina. Arcián gira la cabeza hacia los policías en la puerta del destacamento, los que le sonríen en forma sarcástica, y una gota de sudor que cae por su mejilla, le indica que quizás haya que esperar un poco más para olvidar la represión y respirar nuevos aires, y tal vez, otro poco para decidirse a encender el auto y volver a casa.
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