¡Llego el circo! ¡Llego el circo! Grito un niño desde la puerta de su hogar.
Efectivamente llegaba gente extravagante, con autos de muchos colores; animales que iban desde pequeños perritos hasta un gran elefante; un aire de diversión cubría aquella caravana.
Nadie noto que bajo aquella superficie, todo era diferente.
El domador ocultaba su miedo a las fieras, sabía que por más que las golpeara ellas no le temerían y en cualquier instante saltarían sobre él.
La contorsionista por más bella que fuera nunca se sentiría feliz, el vacío la invadía y al quitarse el maquillaje se le notaba la tristeza.
El hombre del globo de la muerte dejaba de existir cuando el público dejaba de aplaudir. Que triste resulta depender de los aplausos para vivir.
Los payasos bajo todo el glamour, ocultaban rostros con expresión melancólica, cansados de aquel mundo…
Apareció entonces aquel hombre, cuya mirada parecía estar en otra tierra, en cuyo rostro no distinguía la tristeza o la alegría.
La mujer vestida de rojo no pudo evitar reír, en realidad por una extraña razón a todos les causaba gracia, muchos mostraban una sonrisa discreta, otros una gran carcajada.
Solo una persona noto aquel aire que lo cubría, una hermosa niña con una expresión tan parecida a la de él. Tal vez por eso cuando el circo lo abandonó en ese pequeño lugar, ella le dio su mano.
El hombre abandonado por aquel circo de papel, era el único que observaba la belleza de aquella pequeña, bajo todo el hollín que la cubría, el cabello despeinado y la ropa vieja.
Entonces comprendí la expresión en sus miradas, ellos veían con el alma.
Las personas nunca lo entendieron.
Una mañana el hombre amaneció junto a un árbol, con los ojos cerrados, ocultando su extraño mirar.
La bella niña no intento despertarlo, sabía que no volvería a abrir los ojos; entendía que la muerte no es el final y que el único muerto, era el hombre que clavo la daga, porque para ella los muertos eran los hombres que están sobre la tierra...
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