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Antonia sale todas las mañanas de su casita del antiguo solar miraflorino, son las cinco de la mañana y una ligera garúa enfría las calles, Antonia cierra su abrigo, aprieta el paso y tiembla, la sensación del frió matinal es conocida y casi entrañable, sus pasos son ligeros, su camino es tan familiar que ya no mira las casas, no le interesan, todo a cambiado en estos años, las antiguas casonas y solarcitos llenos de niños y gente querida han desaparecido, ahora las casas son modernas y frías, los edificios de departamentos parecen de juguete, como torres de cartas, frágiles e impresionantes.

Ya nadie la conoce, ya nadie la saluda, ya nadie la respeta.

La anciana sigue su camino hacia la avenida, al cruzar la calle un viento gélido la golpea y la lleva al pasado, piensa en la ultima vez que vio a su hijo Marcelo, gordo e inmenso, Antonia sonríe al pensar como pudo parir a tremendo hombre, el estaba justo en esta misma calle al lado de su auto hace cinco años, antes de que se fuera a trabajar a Europa para no volver mas.

Después de eso los días se volvieron como tardes de domingo, desesperantemente apacibles; poco a poco la anciana se fue separando de sus amistades, algunos fallecieron otros simplemente desaparecieron en el tiempo, con los años todo se termina, la amistad, el amor, los sueños…

Entonces los chequeos médicos se volvieron para la vieja su única preocupación y entretenimiento.

Antonia llega a la avenida, mira la calle vacía, respira el aire frió y húmedo, raspa su garganta; El clima siempre esta nublado, siempre triste, nostálgico y vacío, igual a ella misma.

Cruza el puente con la mirada perdida, tiene la mente en blanco, tiene tantos recuerdos que no se acuerda de ninguno, tiene tantos olvidos que ella misma se siente olvidada del mundo, se detiene cerca a un arbusto de jazmines que florece en el jardín de alguna casa y respira su fragancia sintiéndose viva después de mucho tiempo.

Un joven cruza la calle ensimismado, lleva lentes gruesos y una barba rala, los audífonos en sus oídos lo tienen completamente sumergido en su mundo, aprieta fuertemente la mochila que lleva sobre uno de sus hombros y pasa cerca a la anciana sin ponerle atención alguna.

- Oiga, ¿Sabe donde esta el Hospital del Seguro Social?- Pregunta Antonia

El muchacho se quita el audífono derecho y mira a los lejos, hacia el fondo de la avenida, como tratando de recordar la ubicación del hospital.

- Señora estamos bastante lejos, debería tomar un taxi... – Con su dedo flaco señala hacia el este y voltea la mirada a la vieja pero se encuentra totalmente solo en la calle, entonces se da la vuelta, mira a su alrededor buscando a la persona que hace apenas un instante le dirigió la palabra, pero no encuentra a nadie; camina un par de metros buscando por todos lados mientras piensa que nadie puede caminar tan rápido como para perderse de vista de esa manera, entonces un escalofrió recorre su columna, sus rodillas se quiebran y su quijada tirita nerviosamente sin saber si es por el frió o por la extraña situación que acaba de vivir.

Sus dedos tiemblan mientras saca un cigarro del bolsillo, lo enciende nerviosamente y piensa que nadie, nunca le creerá esta historia.

Texto agregado el 10-03-2010, y leído por 95 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
10-03-2010 ¿Desapareció? malaya
 
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