La rubia me sonrió, bajó la mirada y siguió leyendo. Estaba sola en aquella mesa para dos personas, vestida de blanco como la Venus de Botticelli y la silla a su adversa me dejaba un guiño como trampa para rata. ¡Es una señal de San Cupido!-me susurré- Yo cargaba desde mucho tiempo en mi currículo sentimental mi inmunidad a las flechas del amor y iba retorno a la virginidad sexual. Apreté el culo y el corazón y me deslice vagamente hasta la nube donde yacía aquel ángel con rizos de sol.

– Neruda- soplé con voz trémula, al leer lo que leía mi presa.

–Sí;… para que nada nos amarre, que no nos una nada - me respondió (y advirtió quizás) ella, apuntándome con las dos enormes lunas de su mirada y recitando el famoso Farewell.

…Me gusta cuando callas, porque estas como ausente…me reprochaba Pepe Grillo desde lo más profundo del espíritu. Por un instante creí haber viajado a Alaska, un frio interior me pintaba una mueca de sonrisa y la vergüenza me apretaba los huevos ruborizándome. Giré sobre mí, baje rápidamente las escaleras y me escabullí entre los anaqueles de aquella biblioteca. Sentado ya en el piso de granito y rodeado de libros, traté de esconderme de mi mismo, mas me fue imposible. Proust me miraba apenado desde un estante; él sabía que era uno de los principales renglones en lo que a mi escuela sentimental se trataba. Colette se me acercó con las paginas abiertas y me abrazó e intentó consolarme: …“Soportaría gustosa una docena más de desencantos amorosos, si ello me ayudara a perder un par de kilos”….Sentenció la escritora francesa; mas para mi, aquella frase estaba vacía, yo ya era demasiado delgado. Tal vez los trastazos del corazón eran los causantes de mi enjuta fisionomía.

El éxtasis causado por una larga cadena de cavilaciones me ausentó del tiempo y del espacio. Cuando un ruido interrumpió mi silencio interior note que se había cumplido una de mis fantasías: estaba encerrado en una biblioteca, sin salida y sin mis padres, quizás hasta la mañana siguiente no hallaría mi libertad. Entre la oscuridad y las legiones de volúmenes vague preocupado, las horas se deslizaban lentamente por mi reloj. De vez en vez tomaba un libro en la mano y lo hojeaba con cierta ansiedad... Si mastico la mitad de las páginas que duermen a mi alrededor, quizás antes del alba sea un Octavio Paz o un Borges…- medité y sonreí, con cara de estúpido. Ya algo agotado, agarré otro libro y me senté bajo el regazo de una leve luz: Antología Poética de Pablo Neruda- leí y sentí ganas de sonreír, pero no lo hice;… Neruda debe aprender a respetar a las demás personas...pensé. Abrí el alma del poeta chileno y comencé a beber un poema y otro poema, quizás como esos malos perdedores que intentan ahogar el pasado en el fondo de las copas de vino. (Quizás Omar Jayyam) Entre tantos versos Nerudianos, descubrí esta nota escrita a lápiz: …Extrañó e interesante muchacho, habló, se fue y me dejó con ganas de conocerle…Junto al escrito, una pequeña flecha, dibujada también con lapicero, señalaba a un famoso y conocido poema--> Farewell.