Si Pedro no se hubiera detenido en el camino para comprar el ramo de claveles, tal vez no habría perdido la micro, tal vez no habría decidido sacar de su bolsillo una moneda de cien pesos para comprar un helado de piña que se habría derretido un poco sobre su pantalón gris, habría llegado a la hora de almuerzo y al abrir la puerta de su casita amarilla en la calle Independencia, un aroma de cazuelas y ensalada a la chilena lo habría recibido. Habría puesto su caja de herramientas sobre la mesa con el mantel de hilo que su madre le había dado como regalo de bodas, habría caminado de puntillas sobre el suelo de madera rogando por que su pie no aplastara la tabla suelta que chillaba y por último habría alcanzado la cocina con el corazón revuelto y la cara de niño, para ver la larga trenza negra de su mujer agitándose como la colita de un perro en su espalda temblorosa por efecto de la virutilla y la grasa pegada en la olla.

Si Francisco Roldán no se hubiera tomado cuatro jarras de cerveza esa noche en Bellavista, tal vez hubiese llegado temprano y sobrio a su trabajo de vendedor de discos, habría ordenado cada caja de compact disc con parsimonia y lentitud como siempre lo hacía, y nunca hubiese dejado caer el compilado de cuecas dieciocheras al suelo. El cd no habría saltado de su caja para caer exactamente debajo de el mostrador de ventas, donde nadie se había molestado en limpiar.

Si Manuel Lara no se hubiera sujetado bien del caballo cuando tenía 11 años y se hubiera caído, la carreta hubiese aplastado sus piernas y nunca habría sido campeón de cueca en su colegio y en su región. Nunca hubiese crecido entre trofeos y espuelas, nunca habría venido a Santiago a estudiar Agronomía y nunca se habría enamorado de la hija de su Patrón para luego casarse con ella y construir una vida de campesino orgulloso de su folklore hacendado en la Capital. Y por último hubiera odiado tanto el sonido de la musica chilena que jamás se le hubiese ocurrido comprar cuanto cd folklorico salía a la venta.
Si Francisco no hubiese recogido el cd, tal vez no se hubiese atascado irremediablemente en la radio del jeep de Manuel Lara . Tal vez Manuel Lara no habría tratado de arreglar el desperfecto quitando la vista del camino donde justo en ese instante un hombre de traje gris que cargaba en sus manos de obrero una caja de herramientas,cruzaba la calle con una orgullosa sonrisa de padre primerizo.


santiago, Mayo 2004