Abofeteame las palabras buenas que dijiste a cualquier otra, las reestrenaré; desollame a caricias, besá mis huesos y bebé de esta sangre que entrego hasta que no quede más, porque soy tuya, insignificante célula, no hay pasado que me contenga, estoy amnésica de todo lo vivido. Tuya, no para amarte, porque eso es muy fácil, sino hasta en el odio que pudiera tenerte.
Esclava de un amo complaciente, enajenada, sí, por mucho más que este cuerpo tuyo –templo, oráculo y holocausto de mis reprochables placeres-, por descubrirte dormido a mi lado y aún así desesperar echándote de menos.
Tuya, con las manos aferradas a los caños de esta cárcel que llevo dentro y de la que sos propietario. Tuya en el ínfimo pensamiento, primero y único del día, que no es otro que tu presencia. Suicidame antes de que mis ojos te vean partir.
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