...La rata rechoncha, agilizaba sus pasitos con ese moveteo desgreñado tambaleando a flote su enorme cola. Aún la seguía, pero debo confesar que cuando llegamos a la enorme reja de la quinta, estaba apunto de desistir. Pero sucedió algo que me hizo cambiar de opinión. Tenía la reja en mis narices, cuando la rata se sumergió destarudamente en un conducto subterráneo de desague; lo raro era que ese conducto jamás había existido. Era una especie de un cilo desfigurado, abandonado sin causa por descuidos higiénicos, la refracción lunar me impedía ver el fondo. En general, ese ambiente medio urbano donde vivía, se había quedado detrás de la reja. De ahí para adelante, la selva de cemento se convirtió en el páramo más olvidado de la imaginación. No contuve mi curiosidad, impresionado a primera vista del territorio, me acerqué hasta el filo del vagón vertical por donde la rata se había zambullido. Totalmente erguido e inconforme, me encorvé diestro, apañado, taciturno por la luna, y cuando al fin, desepcionado de mi debilidad muscular en las pantorrillas, di un paso inconciente (no importa, y no recuerdo de que pie fue) y pasmado en el aire, empecé a caer interminablemente por el el enorme hoyo, no necesitaba imaginarlo, seguramente inmundo...... Continues |