Un día alguien llegó en un barco hasta el faro de un puerto, un puerto que lucía y resplandecía bajo los rayos del astro sol.
Por azares del destino, aquél que bajó se quedó en la ciudad de dicho faro.
Poseía conocimientos sobre la maquinaria que llevan esos artilugios que marcan lo que el Dios Cronos creó, el tiempo en el mundo.
Por lo tanto y en un espacio que una calle de dicha ciudad cedió, se abrió un lugar que iría marcando a lo largo de mucho tiempo, tanto tiempo que la propia ciudad, supo valorarlo y observar que sin ese lugar, la ciudad de Cádiz se veía distinta, y no sólo se veía sino que también se oía, pues a cada hora, entre los muros de la calle Columela se escuchaba el tiempo sonar en los relojes que colgados quedaban en la pared de ese lugar.
Cuántos ojos no habrán mirado los escaparates de la Relojería Alemana, cuántas manos no habrán abierto la puerta, cuántos pies no habrán pisado sus suelos, saliendo de ésta con ese marcador del tiempo en sus muñecas. Y aquéllas otras, que llevándose un cuco ponían el tiempo en su casa, para que a cada segundo, a cada minuto, a cada hora contara a ése que lo colgó allí, que el momento perfecto se lo dieron en esa relojería que trajo hace ahora ciento cincuenta años el tiempo a su ciudad.
Ahora queda el siguiente reto que se hará presente, Dios mendiante, en las siguientes generaciones Them, el reto de la segunda medalla, ciento cincuenta años más de gloria para la Relojería Alemana, el clan Them y la ciudad que un día le abrió la puertas para que siempre se quedara allí.

Escrito por Carlos Them

© Copyright Carlos Them 2010. Todos los Derechos Reservados. All Rights Reserved.