UNO
Supe que la había encontrado, no se como, en el preciso momento en que fijo su mirada infinita sobre mi aletargada humanidad, caminamos el uno hacia el otro dejándonos llevar por un hilo invisible hasta quedar a la distancia de un beso, me incline hasta encontrar su oído y solo entonces note mis manos que sudaban un poco antes de decir muy suavemente
─Cuatrocientos pesos.
─Más el cuarto, dijo el la tomándome de la mano para conducirme ligero hacia la bruma.
DOS
Toco non, así que dispuse mi mejor pose, arregle mi falda dejando ver mis piernas que, dicho sea de paso, son las mejores de la casa, y fije mi mirada en su nuca casi desnuda, uno, dos, tres... volvió su cara y fijo sus ojos verdes en los míos obligándome a avanzar hasta encontrarnos a la mitad del salón. Por un momento muy, muy breve, desee que me besara. Fue justo antes de que se inclinara para decirme al oído ─ Cuatrocientos pesos
Quise advertirle pero no pude sino balbucear ─ Más el cuarto.
Y tome su mano húmeda para guiarlo hacia la calle mientras sentía erguirse mi pene bajo la falda.
LA RABIA
Podrías haber intentado empezar diciendo que todo fue muy rápido, que no te diste cuenta, que habías bebido demasiado. La verdad es que no pudiste negarte. Su mirada parecía sincera, clara y sus ojos negros, su cabello caía graciosamente despeinado sobre sus hombros desnudos, su cuello delgado y largo se adivinaba excesivamente frágil (siempre nos gustaron los cuellos frágiles) tras la ancha gargantilla. Su top cubría exclusivamente sus breves senos dejando al descubierto un vientre delgadísimo adornado con un tímido y solitario piercing anidado en el ombligo, coronando así, una especie de ave fénix que le surgió retadora de la pequeña falda que apenas la cubría. Sus piernas descendían desde su ancha cadera y bien torneadas nalgas hasta rematar en un par de zapatos rojos de plataforma y gran tacón que buscaban inútilmente hacerla parecer más alta. ¿ le creíste su edad ? ni siquiera la escuchaste, de cualquier forma todo el tiempo nos pareció más joven, ¿ más joven que quien? Ni siquiera tuviste tiempo de pensarlo porque ya estaba ella parada frente a ti, moviendo suavemente su cadera y con las manos enlazadas por su espalda, sus labios se movieron quizás tratando de decir algo pero intentaste besarla y volteo la cara en un ultimo momento presentándote su cuello franco y te embelesaste nuevamente, te conformaste por el momento con oler su perfume mientras sus manos lentamente comenzaron a quitarnos la camisa. Un vientito se coló por la ventana y sentiste endurecer tus pezones. ¡Hacia cuanto que no lo sentía! hacia cuanto que no te habías dado el lujo de sentir como ahora que apretaran y pellizcaran tus nalgas. Podías haberlo olvidado pero no. Extrañamente recordabas la fecha exacta, era un 23 de marzo por la tarde y se llamaba Patricia. Que clarito recuerdas su gran sonrisa, de oreja a oreja, sus carcajadas francas y después sus ojos como a punto de saltar. Los arañazos en la espalda y en las nalgas de ese 23 de marzo nos duraron semanas. Si que clarito lo recuerdas todo. Sus labios que se acercaron lo suficiente te trajeron de nuevo a este momento. Ya se había quitado el top (¿o se lo quitaste tu?) y lo enredaba a tu cuello. Por un momento sonreíste divertido pero no querías perder la concentración. La tomaste por la cintura y la levantaste con facilidad, también eso te gusto. Ahora ella parada sobre la cama quedaba al alcance de tu boca. Sentiste su aliento a canels y viste como sus labios se abrieron invitándote, entonces pusiste tus manos sobre cuello y la halaste hacia ti. Los dos se fundieron en un beso desproporcionado, tosco. Ella trataba separarse pero tu la apretabas y hacías que abriera más la boca, la penetrabas, hurgabas sus encías y le disputabas el lugar a su lengua, era una lucha de bocas. Si hubieras visto su boca habrías recordado a Patricia o quizás la estabas recordando y por eso apretabas más y más. Ella comenzó a sentir el sabor espeso de la sangre en su boca mientras te pateaba y rasgaba tu espalda pero tú no te dabas cuenta, estabas concentrado en tu erección, tratabas de imaginarla. Y apretabas más y más hasta que sentiste que se te escurría de las manos. Entonces te diste cuenta y saltaste espantado hacia atrás mientras yo veía como su pequeño cuerpos se nos caía como si fuera de trapo.
Nunca supiste cuanto tiempo paso. No te importo. Tú sabias que yo estaría ahí, como antes con patricia. Te sentaste en el silloncito verde en el que apenas cabías bebiendo de la botella y correspondiendo de vez en vez a su mirada perdida. No quisiste que le cerrara los ojos y te quedaste mirando cuando la acomodaba derechita en la cama, me viste limpiar su boca con las sabanas pero no me dejaste cerrarle los ojos. Todavía sentíamos sus senos brevísimos y helados. Recorrimos su vientre lentamente mientras yo bajaba su braga tu besabas sus labios tibios.
©Francisco Valencia
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