avjota
!Sorpresa!
La noche era fría y oscura. Estaba para entonces pasando unos
días en el campo. Las velas, única fuente de luz en el
ambiente, delataban la presencia de hendijas que se formaron con el paso
del tiempo en las paredes de madera de la cabaña. Muy cerca, el
monte agitaba sus brazos generando extrañas figuras solo visibles
con el resplandor de los relámpagos que se quebraban en el
horizonte.
Manuel, mi hijo, se despertó sobresaltado con un trueno. Su corta
edad hizo que el llanto se apoderase de él como si estuviese solo.
Lo abracé, le trasmití mi amor y con él, toda la
seguridad que necesitaba y para su bienestar le propuse contarle un
cuento.
Inventé una historia de la nada. Manuel, atento a mi relato
observaba las figuras que con mis manos y la luz de las velas se
proyectaban en la pared. Así fueron surgiendo palomas, perros, un
elefante y otras formas que se me iban ocurriendo para dar argumento a mi
relato. El pobre Manuel comenzó a cabecear, lo acosté
nuevamente y con un beso concilió el sueño casi
instantáneamente.
Lejos de mi voluntad estaba dormir. Ese día había trabajado
haciendo reparaciones y mantenimiento del lugar. Al hacer un pozo junto a
la casa, había encontrado una caja metálica de aspecto muy
antiguo. No era grande, pero sin duda debía contener algo muy
valioso para haber sido ocultada bajo tierra.
No sabía quien podría haberla enterrado ya que la propiedad
la había adquirido en un remate judicial por lo que nunca pude
conocer a los dueños anteriores.
Tomé la caja y no sin dificultad pude abrirla. ¡Sorpresa…!
Nada En su interior, estaba forrada con una tela roja semejante al
terciopelo, en perfecto estado de conservación. La estaba observando
con detenimiento cuando las bisagras de la puerta principal hicieron el
clásico ruido por la herrumbre. Me incorporé presuroso, un
viento frío ingresó a la cabaña y llegué a ver
como se cerraba la puerta, fue como si alguien lo estuviese haciendo, hasta
pude ver como el picaporte volvía a su posición normal.
¿Acaso alguien había salido? Manuel y yo éramos los
únicos ocupantes. Con cierto temor me acerqué a la ventana y
apoyando mis manos sobre el vidrio pude ver al caer un rayo como, junto a
un árbol caído, una sombra se transformaba en un cuerpo de
mujer que se alejó corriendo.
El viento y la tormenta cesaron de inmediato. No lograba entender lo
sucedido…
Por la mañana, muy temprano, desperté abrazando a mi hijo.
Hacía demasiado frío para quedarnos otro día.
Al preparar el equipaje para el regreso tomé la caja y en su
interior había un trozo de papel que escrito de forma
extraña, decía: ¡Gracias!, Pandora.
Wallas
Refranes
Ahora que me encuentro frente a la disyuntiva entre hacer lo correcto o lo
mejor para mí, pienso en lo que dirías tú,
mamá. Seguramente aplicarías uno de tus famosos refranes con
los que nos ilustrabas de pequeños, quizá el de no hacer
leña de un árbol caído. Nunca entendí ese
refrán, te preguntaba porqué no se podía utilizar si
ya estaba en el suelo, y tú sonreías y me decías que
era una metáfora (término que tuviste que explicarme
también) y que significaba no aprovecharse de la desgracia ajena.
Siempre tenías un refrán para cada problema: cuando
papá se fue para no volver, dijiste que no se hizo la miel para el
hocico del asno. O aquel día que fuiste a buscar a mi hermano a la
comisaría, y que él culpaba a sus amigos que eran muy
gamberros, tu replicaste que dime con quien andas y te diré quien
eres, y al que a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija. No
era nada fácil sacar adelante a dos niños tú sola,
pero tus refranes te daban la fuerza necesaria.
Recuerdo todo esto mientras estoy aquí en el trabajo. Mi
compañero Luís ha tenido que salir urgentemente a recoger a
los niños del colegio, su mujer ha sufrido un leve accidente.
Luís y yo trabajamos codo con codo para conseguir la cuenta de un
cliente muy importante. Ya está prácticamente hecho y uno de
los dos será ascendido a gerente. Estamos hablando de coche de
empresa, dietas, despacho propio, el sueño de cualquiera.
Pero Luís ha tenido que pagar una factura muy alta para estar a mi
altura en el proyecto. Yo disponía de todo el tiempo libre del
mundo, mientras que él debía tomarlo prestado a su familia,
descuidando a su mujer y sus hijos. Ahora se encuentra en medio de un
divorcio con petición de custodia total de los niños por
parte de la madre.
Desgraciadamente Luís, entre las prisas y la depresión que
le consume, ha olvidado enviar un fax que era imprescindible que saliera
hoy. Yo podría enviarlo por él y no pasaría nada,
precisamente es la decisión que debo tomar. Sé que no
aprobarás mis actos, mamá, pero ya no estás
aquí y tus refranes tampoco.
Y sinceramente, no me importará si mañana despiden a
Luís, ni que pierda la custodia de sus hijos, lo que seguramente le
llevará a una espiral autodestructiva de la que no creo que salga.
Cuando esté sentado en mi despacho de la planta 17, admirando las
vistas mientras saboreo el café recién traído por mi
secretaria, no pensaré en nada de eso.
Quizá sea porque nunca entendí el sentido del refrán
del árbol caído, mamá. O porque mientras cuidabas y
velabas cada paso que daba mi hermano, yo aprendía por mi cuenta a
sobrevivir en esta jungla que llamamos sociedad. ¿Sabes? Es
irónico que tantos refranes que aplicabas en nuestras vidas y
obviaste conmigo uno tremendamente importante: árbol que crece
torcido ya nunca su tronco endereza.
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