Cuento participante en Reto 2 (2010)
La noche era fría y oscura. Estaba para entonces pasando unos
días en el campo. Las velas, única fuente de luz en el
ambiente, delataban la presencia de hendijas que se formaron con el paso
del tiempo en las paredes de madera de la cabaña. Muy cerca, el
monte agitaba sus brazos generando extrañas figuras solo visibles
con el resplandor de los relámpagos que se quebraban en el
horizonte.
Manuel, mi hijo, se despertó sobresaltado con un trueno. Su corta
edad hizo que el llanto se apoderase de él como si estuviese solo.
Lo abracé, le trasmití mi amor y con él, toda la
seguridad que necesitaba y para su bienestar le propuse contarle un
cuento.
Inventé una historia de la nada. Manuel, atento a mi relato
observaba las figuras que con mis manos y la luz de las velas se
proyectaban en la pared. Así fueron surgiendo palomas, perros, un
elefante y otras formas que se me iban ocurriendo para dar argumento a mi
relato. El pobre Manuel comenzó a cabecear, lo acosté
nuevamente y con un beso concilió el sueño casi
instantáneamente.
Lejos de mi voluntad estaba dormir. Ese día había trabajado
haciendo reparaciones y mantenimiento del lugar. Al hacer un pozo junto a
la casa, había encontrado una caja metálica de aspecto muy
antiguo. No era grande, pero sin duda debía contener algo muy
valioso para haber sido ocultada bajo tierra.
No sabía quien podría haberla enterrado ya que la propiedad
la había adquirido en un remate judicial por lo que nunca pude
conocer a los dueños anteriores.
Tomé la caja y no sin dificultad pude abrirla. ¡Sorpresa…!
Nada En su interior, estaba forrada con una tela roja semejante al
terciopelo, en perfecto estado de conservación. La estaba observando
con detenimiento cuando las bisagras de la puerta principal hicieron el
clásico ruido por la herrumbre. Me incorporé presuroso, un
viento frío ingresó a la cabaña y llegué a ver
como se cerraba la puerta, fue como si alguien lo estuviese haciendo, hasta
pude ver como el picaporte volvía a su posición normal.
¿Acaso alguien había salido? Manuel y yo éramos los
únicos ocupantes. Con cierto temor me acerqué a la ventana y
apoyando mis manos sobre el vidrio pude ver al caer un rayo como, junto a
un árbol caído, una sombra se transformaba en un cuerpo de
mujer que se alejó corriendo.
El viento y la tormenta cesaron de inmediato. No lograba entender lo
sucedido…
Por la mañana, muy temprano, desperté abrazando a mi hijo.
Hacía demasiado frío para quedarnos otro día.
Al preparar el equipaje para el regreso tomé la caja y en su
interior había un trozo de papel que escrito de forma
extraña, decía: ¡Gracias!, Pandora. |