“La casa protege la ensoñación, cobija al soñador;
la casa nos permite soñar en paz”. Bachelard.
Conviene volver a las casas paternas, es una sensación entre dolorosa y reconfortante, es como visitar una parte de uno olvidada, sirve para hacer distancia y madurar, sirve para recordar y para concluir experiencias.
Recordar cómo se experimentó ese espacio es la tarea de un hombre mirando a través de los ojos de un niño; reexperimentar y no solo recordar es el resultado final de este ejercicio. Una exploración al interior de uno mismo.
Las regiones de la casa
...La sala principal, con la enorme ventana por donde el sol se empecinaba en colarse a través de las persianas americanas. Una misteriosa chimenea, que siempre abría su garganta negra y muda de fuego. Una alfombra suave para acostarse y mirar el mundo más desde abajo y una inmensa mesa de comedor frágil a las manos de un niño.
Un santuario donde se entraba poco y donde todo era valioso y delicado, donde había que caminar despacio y hasta uno no se animaba a gritar.
... La cocina, el corazón de la casa, la región de la madre, la comarca de hervores, sabores y aguas corriendo entre la loza. El lugar más cálido en invierno, el lugar al que llegó la televisión para no irse y en donde su luz de hielo cambió mi vida. La patria de las tareas, de la ropa planchada a la siesta y de las mediatardes calurosas de verano. Un lugar con madera, con mucha luz, una heladera ronroneante y una pared de color vivo como la pintó mi padre, que fui llevando a todas mis casas sucesivas.
...Mi dormitorio y la cama solitaria con quién sabe qué debajo de ella, que me aterraba de noche; el placard a punto de estallar atiborrado de juguetes y el piso crujiente de madera, delator por naturaleza en las siestas de verano. Las cortinas con caballos rojos y blancos que sumaban 56.
Una región que no sólo era dormitorio sino nave espacial, submarino atómico, máquina del tiempo, todo lo imaginable y algo más.
...El dormitorio de mis padres, el tálamo vedado sólo accesible con anuencia escrita los domingos por la mañana; la vasta cama matrimonial con su cubrecama bordó, las enigmáticas mesas de luz y sus contenidos ocultos e inexplicables. El lugar menos visitado, siempre en penumbras donde no había espacio para jugar salvo bajo la cama. La región donde residía el poder.
...El dormitorio de mi abuela, su cama tan solitaria como la mía, su olor, las persianas siempre abiertas para mirar las plantas, el piano vertical, sus costuras, sus cuentos, su muerte y el vacío de su presencia que ya no pudo volverse a llenar.
...El jardín, los árboles, un estanque pequeño, senderos serpenteantes, todos concentrados en apenas 6 metros de fondo en un hábil juego de rincones y matas de flores siempre cuidados con dedicación. Un enorme ciruelo generoso en ramas para trepar, un crespón de vivo color rojo y dos solemnes cipreses retraídos en una esquina, amenazantes de arañas. El afuera dentro de los muros de la ciudadela, la naturaleza domesticada.
...La terraza, la fortaleza privada donde el cielo era más amplio y puro y donde las estrellas podían tocarse con las manos. Una comarca vasta que se divide en distintos parajes donde todo puede suceder. Donde crecían y sucumbían ciudades de cartón, donde estallaban los tiroteos del lejano oeste, donde se viajaba a través del espacio y el tiempo o donde se podía pasar las tardes de verano sumergido en una pileta de lona. Una meseta desde donde se dominaba el mundo sobre la cumbrera de tejas. Un lugar inaccesible donde los amaneceres, los eclipses y cometas estaban a entera disposición.
... Por fin el sótano, oscuro, frío y acechante bajo de la puerta trampa del garaje. Siempre oliendo a viejo y a humedad. Un lugar triste y descuidado, un país muerto lejos del sol y del aire fresco al que había que descender con miedo de que nos tomaran por los tobillos y donde todos los objetos estaban cerca de uno pidiendo ser rescatados del olvido.
Las distintas habitaciones de la morada pueden interpretarse en la memoria de un niño como regiones de un país al que sólo puede irse con el pensamiento porque sigue allí, en lo profundo del ser, grabado en la experiencia y como parte de la esencia.
Un sitio al que se vuelve en sueños en busca de la tranquilidad perdida en la vida adulta, en el que la puerta principal se abre para recibirnos y protegernos y donde todo quizá, vuelve a ser como en la infancia.
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