EL VESTIDO DE MARGARITA
Margarita siente que el corazón le da botes. Tiene un vestido blanco, virginal, puesto y el ramo de azahar en mano. Es un bonito día, se ve muy bella y alegre. De hecho es el día de su boda. Se imaginó toda su vida una boda alegre, donde los invitados cantan y se emborrachan de felicidad. Donde los amantes se mezclan con los maridos y las zorras con las esposas. Se imagina una boda con violines y poesía. Le gusta que la gente viva libre, con frescor, improvisando y siendo feliz. Invitando a las despechadas, rígidas y derogadas, su boda convertiría lo horrendo en algo milagroso, hacedero. Y también aceptaría gente nueva desde el muelle. Su boda sería en un gran barco, daría media vuelta al mundo.
Para todas las mujeres es importante el matrimonio. Ella creía en la palabra amor y deleite en sentido estricto. Mezclando el goce y sentido conyugal. Hubiera podido decir a sus antiguos pretendientes que esperasen sentados, pues se le antojaba una cabriola por los soplos de la pasión y que el mundo explotase. Era la boda soñada, con traje de cola y busto abierto a la vista de todos. Se dirigiría luego a cualquier hombre para abrir su boca y pronunciar soy la señora de…, no moleste, por favor, quite su mano de mi talle.
Margarita luce su traje de boda al cuerpo, ceñido en un gran lazo. Le queda chico, parece que ha engordado en estos largos años.
Ha podido neutralizar el sentimiento de desamparo y nulidad que mantienen muchos pacientes. Margarita, la casadera, está sumida en la organización de celebraciones. Ofrece la oportunidad de mostrar quién es.
Su actual historia clínica, nos revela que tiene algunos problemas para expresar sus sentimientos e impulsos en la comunicación, no obstante, es una de las pacientes más entusiastas.
Cuando termina sus actividades en equipo en donde reorganiza su yo, corre a vestirse de boda. Donde cuenta detalles nupciales a las locas. Hay algunas que nunca fueron invitadas a una ceremonia. Es en ese momento donde la confrontación de la fantasía se encuentra con el entorno, dice el Dr., cosa que a ella no le interesa.
Sigue enfundada en su traje ambarino que ha perdido el resplandor y algunos jirones del ruedo limpian el piso, en su ensoñación rosa. Sube a embarcarse para unirse a su esposo, luego llega la noche y se duerme en el muelle. Si ocurre algún desorden de su parte, no le quitan el vestido, sólo le ponen el chaleco de fuerza, no hay tiempo, luego, la inyectan, mientras sueña con azahares enfundada en su traje de boda.
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