EL MENDIGO Y LA CALAVERA
El tupido velo de la lluvia impedía ver con claridad. El frio, como un agudo estilete, penetraba la piel calando hasta los huesos. Una onda polar se había apoderado del ambiente, confinando a las personas dentro de sus casas.
Victor, buscaba desesperadamente un lugar donde cobijarse. El puente, lugar de albergue clásico para indigentes como él, se había vuelto inhabitable por la crecida del río. Caminó desesperadamente por el parque, que en esas condiciones le parecía totalmente ajeno. Las luces brillaban con un fulgor completamente mortecino, un extraño olor inundaba todo y las calles estaban desiertas. Victor, sabía, que de no encontrar un lugar donde cobijarse, perecería; la hipotermia era frecuente entre los “sin hogar”. A punto de colapsar, recordó que hacía el sur del parque, había una caseron, de dos pisos con ribetes de palacio, abandonado.
Rápidamente, dirigió sus pasos a ese lugar, prácticamente corriendo con el saco, que contenía sus escasas pertenencias, llegó hasta la casa. Ingresó por una ventana y buscó un lugar seco, encontrándolo en el sótano. Acumuló tablas, papeles, en fin, todo lo que pudiera prender y armó una pequeña fogata. Inmediatamente, el lugar se llenó de sombras y el calor del fuego ocupó todo el espacio. Victor, se quitó la bolsa plástica que le servía de impermeable, acto seguido, desplegó todas sus cosas, alrededor de la pira para secarlas. Extrajo una pequeña botella de aguardiente y bebió en sorbos cortos; estaba a salvo.
La casa era una construcción de finales del siglo 19, sobre la que se tejían un montón de historias, decían que estaba embrujada, que bajo el piso se encontraban enterrados cuerpos de brujos, tesoros y existía una puerta a otra dimensión. Pero en realidad, la propiedad, había sido, nido de ratones, hogar de pandillas, refugio de indigentes y un problema para los vecinos desde el último terremoto. El Municipio había cerrados los accesos, mientras se aprobaba el trámite de expropiación y la declaración de Monumento Nacional, la resolución de ambas diligencias burocráticas, eran los motivos por lo que no era demolida: arquitectónicamente era una joya.
Apuró la botella hasta la última gota, con el calor de las brasas y el efecto del licor se quedó dormido. Después de varias horas despertó, decidió salir y al saltar un muro para alcanzar el patio, derribó algunos ladrillos, entre ellos, una extraña esfera del tamaño de una pelota de baby-futbol, rodó por el piso. Extrañado, la tomó en sus manos y comprobó con espanto, que se trataba del cráneo de un niño, abrió al máximo los ojos y con un grito de terror lo arrojó lejos, huyendo a toda prisa del lugar.
Había dejado de llover y no paraba de pensar en ese cráneo de niño o niña. Con toda seguridad se trataba de un asesinato. El río seguía crecido, por lo que se dirigió al Hospital de Beneficiencia Pública, donde los indigentes se reunían en los alrededores, allí les contó sobre su hallazgo. Ellos, lo convencieron, que era producto de la borrachera y en el evento, que fuera verdad, lo olvidara, no era asunto suyo.
El recuerdo de la calavera, taladraba su mente, como el cincel del escultor la piedra; para poder dormir, invirtió sus escasas monedas en un par de litros de vino de mala calidad y decidió hacer la denuncia.
Envalentonado por el alcohol que circulaba por sus venas, concurrió a una comisaría. Así, con la ropa hecha jirones, sucio, con una curda de marinero y maloliente, se sentó frente al oficial de guardia:
-Buenas noches, cabo
-Que desea, dijo el funcionario de mala gana
-Vengo a hacer una denuncia
-¿estuvo bebiendo…? Usted está ebrio, afirmó, ¿no sabe que andar en estado de ebriedad es una falta…?- dijo el oficial, con reproche.
- Vengo a hacer una denuncia… repitió Victor
- Gutierrez…! Gutierrez…! Grito el policía, dale alojamiento a este pájaro, hasta que se le pase la borrachera…
- Pero vengo a denunciar un homi…no alcanzó a terminar la frase fue arrastrado por Gutierrez, un policía de dos metros, que a empujones lo introdujo en una celda.
- Por lo menos esta noche estarás seco y mañana el desayuno es gratis, atención cinco estrellas, bromeó Gutierrez.
Al día siguiente, estaba rapado, bañado con una manguera a presión y despiojado: una gentileza de los policías. Comprendió que no podía recurrir a ellos y volvió al inmueble.
Con desesperación busco el cráneo, recorrió todas las dependencias de la casa y no encontró nada. De repente, hasta sus oídos llegó un ruido apenas audible, proveniente de las habitaciones de arriba, corrió por las escaleras en ruinas, rompiendo varios escalones al pisar la madera podrida y pudo escuchar una suerte de maullido; a medida que alcanzaba el segundo piso, el sonido se volvía más nítido, identificando claramente el llanto de un bebe. Fuera de sí, registró las habitaciones, removió escombros, subió al entretecho y no halló a la criatura cuyo llanto reventaba sus oídos; rendido y al borde de un ataque de nervios, se sentó en una esquina escondiendo la cara entre sus rodillas, pidiendo al cielo que cesara de llorar o que apareciera.
A los pocos segundos volvió a reinar el silencio. Victor, sabía que estas experiencias eran reales; tenía la certeza que las respuestas no estaban dentro de la casa, sino fuera. Mañana, iría al Registro de Propiedad a averiguar la historia de la casa.
Al día siguiente, antes del alba se bañó en un grifo. En el Ejercito de Salvación, le regalaron ropa nueva, con esa impronta iría al Registro. Con el pelo corto, sin andrajos y limpio, apenas se reconocía, al verse reflejado en las vitrinas de las tiendas.
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