Me clavaste en la cruz de tu deseo
y me fui desangrando poco a poco,
un arrullo mortal me sumergía,
en la verdad que caía sin reposo,
los huesos eran débiles, inciertos,
pero el espíritu resurgía con su gozo,
la infancia masticaba mis tobillos
y la sangre caía,
en el profundo pozo de tus ojos.
Con clavos en mis piernas fui tragando,
la sutil decadencia de mis modos,
calladamente supe que reías,
cuando el perfume de mi muerte
salpicaba tu trono.
Imperceptiblemente,
crecía la ternura como un monstruo,
aferrándose a todo lo que había,
de tiniebla y suciedad en tus despojos,
yo besaba tus labios como un niño,
que posterga su vida, sin reclamar reposo.
Hace ya muchas lunas que aguardaba,
la piedad de unas manos en mi rostro,
que con sus dientes arrancara los clavos,
que no me dejan ir a mi reposo,
la noche me condena nuevamente
a la herencia siniestra de este otoño.
Y sostengo la desnudez pequeña
de este pálido Dios y sus demonios
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