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EL RATITO

Omar G.Barsotti


Sucedió en una forma inesperada. O no tanto, pensando que el abuelo era, para esas ocurrencias, más que oportuno..
Sonia y Raquel aprovechaban cualquier resquicio para obtener tiempo del abuelo, a pesar de la cerrada defensa que a su alrededor armaban los padres. Así que, cuando la presión era mucha, la madre suspiraba y otorgaba:
- Pero solo un ratito...

Un día Sonia se aproximó al abuelo y le solicitó por su propia cuenta:
-¿Nono, me das un ratito?.
El bajó el diario y la miró detenidamente. Se llevó las manos a los bolsillos y, muy serio, revolvió en sus interiores, por tanto tiempo que la niña comenzó a preocuparse. Entonces, el abuelo sacó la mano derecha del bolsillo de la chaqueta y sin perder seriedad exclamó:
-¡Acá hay uno!. Tomalo con cuidado.
Entre el dedo pulgar e índice simulaba sostener algo con mucho cuidado. Sonia, intrigada, extendió las manos formando un cuenco donde el abuelo, delicadamente, depositó lo que se suponía tenía entre los dedos.
Podría haber terminado ahí, como una broma. Sonia habría renegado porque el “nonito” se burlaba. Pero no. La nieta agradeció con una sonrisa, hurgó dentro de su mano izquierda y, con mucha dedicación, hizo como si sacara entre el dedo índice y pulgar lo que, imaginariamente, le había sido entregado .
El abuelo observó interesado el movimiento, inclinó la cabeza y preguntó:
-¿Te gusta?
-Es un lindo Ratito, nonito - respondió Sonia remarcando la rima con picardía y agregó: ¿podemos llevarlo a pasear al parque?.
-Sin duda. Ahora mismo – respondió el abuelo y le tendió la mano iniciando el paseo.

A partir de ese día el Ratito cobró entidad propia y definida. Raquel aprendió el truco y también ella, en su media lengua, cuando quería algo del abuelo, pedía un “atito” y tendía las manitos con gesto serio.
A veces era a la inversa:
El abuelo sorteaba las defensas de su hija y su yerno, siempre preocupados por su salud delicada, y abordaba a sus nietas inquiriendo:
- ¿Les doy un Ratito?.
Y un Ratito podía ser ir al parque. O a comprar alguna golosina, o, simplemente, sentarse a conversar en cualquier parte donde los adultos no movieran impacientes la cabeza cuando escuchaban a las nietas bombardear al abuelo con preguntas o con el relato pormenorizado de sus aventuras en las escuela o, en todo caso, sus fantasías.
Y con aquellos “ratitos” las nietas se entretenían, consultaban o imponían juegos al abuelo que, poco a poco fue sacrificando su tiempo de lectura dedicándolo a las urgencias de las pequeñas, las que resultaban encantadas de que el abuelo tuviera, en sus bolsillos, tantos Ratitos disponibles para ellas.
Sonia no era muy pequeña cuando empezó aquel juego y ya había superado más de la mitad del secundario cuando se aproximó al abuelo y preguntó:
- Nono, ¿tenés un Ratito?.
El abuelo se sorprendió. Hacía mucho que Sonia no pedía un Ratito y tan solo Raquel proseguía con la costumbre.
En esa oportunidad, él no rompió el ritual, ni tan siquiera en atención a que su nieta era ya una adolescente bastante desarrollada. Se puso de pie laboriosamente y hurgó un rato en la chaqueta ante la mirada paciente de Sonia, hasta que por fin extrajo el imaginario Ratito entre sus dedos índices y pulgar y lo entregó ceremoniosamente.
Se fueron al jardín y se sentaron junto a las azaleas. Y Raquel comenzó un largo relato de sus vicisitudes amorosas con un alumno de quinto .
Cuando hubo terminado con el motivo de sus angustias Raquel, de pronto, pensó que el nono se estaría riendo por dentro. Pero cuando lo miró encontró un rostro serio y concentrado.
-¿Cuántos años tienes, Sonia?
-Diez y seis, abuelo – respondió ella con tono de reproche.
- ¿Y tu novio?
- Diez y siete.
- La misma edad teníamos cuando tu abuela y yo nos enamoramos. Y casi enseguida nos casamos..
Sonia le miró.
- ¡Tan jóvenes! – advirtió sorprendida.
- Tanto – asintió él entrecerrando los ojos como forzándose a ver muy lejos a lo lejos. – Sí, lo éramos, pero en aquellos tiempos era lo correcto. Nadie esperaba vivir tanto como se vive hoy. Había que aprovechar el tiempo. El amor pasa rápido, luego todo es compañerismo en la lucha y en los sufrimientos.
- Oh! - exclamó ella con un dejo de dolorosa desilusión.
El abuelo sonrío y luego le tomó las manos y dijo:
-A su tiempo lo sabrás. Ahora, si lo quieres, quiérelo. Si no estás segura, déjalo y sé su amiga. ¿Serías su amiga? – agregó la pregunta mirándola con curiosidad.
Sonia se revolvió un poco inquieta como si aquello fuera demasiado íntimo para tocarlo en esa forma. Por fin dijo:
- No sé. Si hemos sido novios no sé si podríamos ser amigos. Es un sentimiento distinto, nono.
- Siempre es amor Sonia...Te enamorarás un día de un hombre que puede llegar a ser tu marido. Si en el medio sientes que no puedes ser su amiga, entonces no te cases. Cuando los efluvios del enamoramiento se vayan debe quedar algo y la amistad es la gran parte del amor, es la parte más sólida y resistente, es la parte de la lealtad, la fidelidad, la aceptación, la comprensión y la tolerancia.

Y así fue. Aquel enamoramiento adolescente se evaporó y, para su sorpresa quedó amiga de su ex novio.
Sonia pensaba, a veces, con cierto humor, que su abuelo podría haber sido un buen consultor sentimental. El tiempo se encargó de revelarle facetas aún más sorprendentes.

Pasó mucho antes de que Sonia solicitara otro”ratito”. Estaba ya en la Universidad. El abuelo intentaba leer el diario en el sol del jardín trasero, pero renegaba con sus anteojos y con los periódicos cuyas letras, en su opinión, eran cada vez más pequeñas. Una sombra, para colmo, cayó sobre las hojas desplegadas impidiéndole definitivamente seguir con la lectura.
Levantó la cabeza con fastidio y ahí estaba Sonia. Pálida, con la mirada de un espectro, retorciendo un pañuelo húmedo. El abuelo reparó en los ojos como lagunas rojizas y en los surcos overos de las ojeras, pero no hizo comentarios. Se limitó a cerrar el periódico y ha depositarlo sobre la mesa.
- ¿Y bien? – preguntó en tono neutro.
- Nono,¿ tenés un Ratito?
El abuelo asintió pero no hizo la pantomima de extraer el “ratito” del bolsillo. Señaló una silla vecina y esperó a que Sonia se sentara, luego, calmadamente extrajo el pañuelo limpio, que sin falta llevaba en el bolsillo superior del saco, y lo alisó. En ese momento Sonia rompió a llorar y el abuelo, con un ademán tan cortés como oportuno, se lo tendió. Todo sin decir palabra.
Siguió un largo monólogo plagado de vericuetos e interminables circunloquios de los cuales podía sacarse cualquier conclusión. Y el abuelo pensó que eran todas alarmantes, así que interrumpió el torrente y ordenó firmemente:
- Decilo de una vez, Sonia.
Sonia estalló en un nuevo llanto y, al fin, casi en un suspiro musitó:
- Estoy embarazada, nono.
Levantó los ojos anegados y miró al abuelo quien, callado, le devolvía un mirada inquisitiva.
- Abuelo..¿.me oíste? . Estoy embarazada- insistió casi con un chillido.
- Sí – respondió él con una punta de fastidio, y agregó: ¿y?.
Sonia dejó de llorar para mirarlo asombrada.¿ Estaría el abuelo ya definitivamente ido?.
- Abuelo, por Dios!, ¡es que estoy soltera!.
-¡Por supuesto!, ¿crees acaso que estoy totalmente gagá?. Lo que estoy queriendo saber es que pensás vos qué pasa en una situación así..
- Pero, abuelo. Papá y mamá...los tíos...la facultad...los vecinos....¡Ay!¡ Dios! Quisiera morir! – se tapó la cara con las manos.
- Te avergüenzas, entonces.- aseveró el abuelo sin hacer caso a los lamentos ni a los deseos mortales..
- ¡No!. Si...sí, me avergüenzo...y mucho.
- ¿Vas a tener el bebé?
Sonia hizo un largo silencio. Tomó la mano del abuelo y preguntó con voz temblorosa:
- ¿Me dejarían tenerlo?
- ¿Quién puede impedirlo si vos lo deseas?- respondió el abuelo como sorprendido por la preocupación de su nieta..
- Tengo miedo, abuelo.- musitó Sonia temblando.
El abuelo la atrajo hacia sí y la obligó a sentarse a su lado. Caviló un momento, luego preguntó: ¿cuantos meses?
- Tres, tres y medio. No estoy segura.
- Entonces va a estar a tiempo para que yo sea bisabuelo.
Sonia pegó un leve respingo y casi tuvo deseos de sonreír. Por fin, suspiró y exclamó:
- Abuelo, no estás tomándolo en serio. Yo estoy desesperada. Papá y mamá...
- ¡Otra vez!. De eso me encargo yo. Y también de tus tíos, tías y toda la parentela. En cuanto a la facultad, espero que tus profesores y compañeros ya sepan como ocurren estos fenómenos y no haya que impartirles un curso rápido de biología.
Sonia reprimió un golpe de risa en medio de los sollozos. Imaginaba al abuelo dando clases en la facultad. El abuelo la observaba con curiosidad y al fin inquirió:
- ¿Se puede saber que dice el padre?
Sonia, de pronto se enderezó en la silla. ¿Cómo era posible que estuvieran hablando tan tranquilos de esta situación?. Paseó la mirada por el pequeño jardín donde el atardecer se alargaba infinitamente y la detuvo en el rostro sonriente del abuelo.
- ¿Cómo podés tomarlo con tanta tranquilidad, abuelo? – le reprochó.
- Vas a tener un hijo. Es buena noticia, no un drama. Es una situación irregular, sin duda, pero un hijo siempre es bienvenido...¿Qué dice el padre?– terminó insistiendo.
- Miguel tiene miedo. No me ha dicho nada. – había un claro reproche y desilusión en su voz. Bajó la cabeza.
El abuelo asintió moviendo la suya.
- Los hombres nos asustamos más que las mujeres - aseveró - En fin, veremos.
Se levantó de su asiento y con un gruñido enderezó las espaldas. Tomó el bastón y se alejó caminado con determinación hacia la cocina desapareciendo en la luz que salía por la puerta.
Sonia quedó sola en la creciente oscuridad, rozando con la punta de los dedos su vientre apenas engrosado. Sentía una gran paz, muy parecida a la felicidad. Descansaba dentro de si misma, como en un ensueño, viviendo un momento que hubiera querido que nunca terminara. El abuelo, pensaba, la había dejado como envuelta en un capullo tibio y protector.
Había estado así un largo rato. De pronto le sobresaltó una sombra que se alargaba sobre el reflejo de la luz de la cocina. Su padre estaba parado a pocos metros. No podía verle el rostro. Sonia se paró temblando. Su padre era un hombre parco pero sabía que sus largos silencios siempre tenían un significado. Lo vio durante largos minutos ahí parado, mirándola, hasta que le tendió una mano y dijo:
- Vamos adentro, hija. Te vas a enfriar.
Sonia acudió a refugiarse bajo el brazo de su padre quien solo agregó:
- Hay que cuidarse. Ya el abuelo nos habló. Tu madre quiere conversar algunas cosas con vos.
Y así, con ese Ratito, el abuelo solucionó la cuestión de lo que él denominaba un pequeño estorbo doméstico que pronto estaría gateando en la cocina.
Ahora la vida de la familia se había organizado alrededor de Sonia. La futura madre seguía asistiendo a la facultad pero no había vuelto a hablar con Miguel. Su novio se veía a veces rondando la casa, pero ella no hacia caso de su presencia y en la facultad lo mantenía a distancia. El teléfono sonaba y la madre daba incómodas explicaciones y luego rogaba a su hija que atendiera al muchacho. En el jardín, desde detrás del diario, el abuelo observaba sin hacer comentarios. Sabía que su nieta estaba herida y a veces temía que su determinación la llevara demasiado lejos.

Un anochecer se sintieron los ecos de una discusión en el jardín delantero. El jardín y la calle estaban mal iluminados. Las mujeres se asomaron alarmadas. El padre estaba en silencio escuchando la voz violenta y aguardentosa de otro hombre que estaba parado en el centro del jardín con el rostro en las sombras. El padre no estaba amedrentado y su cuerpo delataba la intención de cerrarle el paso al otro.
Sonia respiró hondo sosteniéndose el pecho como si el corazón fuera a saltársele. Había reconocido la voz del padre de Miguel quien, en ese momento, insistía:
- Su hija debe verle. Debe recibirle. Entiéndalo, Sr. El está sufriendo. No permitiré que mi hijo sufra.
Era evidente que el hombre estaba bebido y traía consigo un clima de violencia. El padre de Sonia, solo salió de su silencio para decir en voz tranquila y baja:
- Tendrá que venir de día, señor. Y conversaremos.
- No hay otro día. Tiene que ser ahora, esto no puede continuar.
El hombre dio un paso hacia delante. De pronto se detuvo. Su mirada se dirigía a la entrada lateral del jardín, su rostro furibundo cambió lentamente hasta quedar dominado por el estupor con los ojos clavados en el abuelo quien se hallaba ahí, parado, erecto, sostenido en el bastón. Sonia se dio cuenta que el nono estaba muy delgado pero que aún su cuerpo era recio y su posición decidida, como si esperara confrontar físicamente.
El intruso emitió un ronquido que más pareció un silbido y luego muy bajo dijo:
- Don Atilio. – movió ambas manos como en una disculpa y agregó por toda explicación: perdón...no sabía que era su familia.
El abuelo no contestó. El padre de Miguel giró con la cabeza gacha y ya se iba cuando la voz del abuelo le detuvo:
- Dígale a su hijo que venga. Sonia le recibirá. Que ellos se arreglen. Que no haya más discusiones entre nosotros.
El padre de Miguel asintió con humildad y se retiró esbozando un saludo.
Sonia nunca supo de donde devenía la autoridad de su abuelo, pero en el fondo estaba agradecida que la tuviera. Miguel entró por fin en la casa y las cosas se arreglaron. Hubo un casamiento y el matrimonio se acomodó en las habitaciones del fondo y a su debido tiempo llegó el bisnieto del nono y este pudo verlo gatear en la cocina y aún reír con sus primeros pasos.

Luego, los tiempos del abuelo iniciaron su fin.
Sonia, con sus hijo en brazos y junto a Raquel, entró a la habitación del hospital deslumbrada por la intensa luz que irrumpía por los ventanales. Afuera se veía la fronda de los jardines como estampada en un cono brillante que hacia desaparecer las paredes. En una cama blanca y borrosa estaba el abuelo. Se asombró de verlo tan pequeño, tan enjuto y consumido, con la piel transparente y los cabellos, finos como hebras de luz, reflejándose sobre la almohada. Le había parecido siempre tan grande e imponente que no concebía su agonía. Era una fortaleza derrumbada cuyas ruinas aún proclamaban su antigua grandeza.
A pasos temerosos y cortos ambas hermanas avanzaron hasta el borde de la cama. Sonia le pasó su hijo a Raquel y se arrodilló, tomando tiernamente las manos del abuelo. Entre las lagrimas podía ver el rostro noble, mancillado por la próxima muerte y sintió una punzada de rebeldía, como si su voluntad y determinación pudieran detener lo inevitable para retenerlo un poco más. Sin evitarlo, rompió en sollozos al tiempo que, como una niña, musitaba:
- No te vayas, nono, dame otro “ratito”. Solo un ratito más.
Atrás Raquel no podía contenerse y llorando escondía la cara en el cuerpo del bebé que, ajeno, se entretenía en enredarle el cabello, mientras esperaba una sonrisa de aquel hombre que tantas veces había jugado con él, y ahora dormía.
En ese momento Sonia sintió que la mano del abuelo buscaba la suya, la tomaba y la daba vuelta con la palma hacia arriba, en cuyo hueco hacia el antiguo ademán de depositar algo. Levantó los ojos y vio el rostro de su abuelo iluminado por una sonrisa dolorida y la otra mano que hacía temblorosas señas a Raquel para que se aproximara.
Con voz cansada pero firme les dijo:
- Tomen este Ratito. Guárdenlo para cuando sus hijos se lo pidan o Uds. sientan que lo necesitan. Nada mejor podrán darles nunca jamás.


FIN

Omar G. Barsotti

Rosario 09/2003









Texto agregado el 22-06-2004, y leído por 196 visitantes. (0 votos)


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