No había querido referirme a este terremoto devastador que nos asoló a todos los chilenos el sábado en la madrugada. Acaso, porque siempre he preferido aguardar que todo se aquiete, que los latidos recobren su prestancia, que el aliento ya no se sofoque, que el espíritu se aposente una vez más en los huesos, así como el polvo recubre una vez más todo lo inerte, he aguardado, hasta que las lágrimas ya no hieran y sean un remanso para la conformidad.
Fue una desgracia que nos cayó de madrugada, como un delincuente que acecha a su víctima, nos habíamos confiado demasiado de esta patria hermosa, polifacética, maternal, pero tan enferma de sus vísceras. Mas, está también en nuestros genes danzar al ritmo macabro de sus espasmos, sentir como se nos cae el cielo sobre nuestros sueños, para más tarde ser protagonistas de la noticia y reconocernos por nuestros actos, entender que podemos ser héroes o hienas, a cada cual le cae el sayo de manera rotunda en esta instancia de ruinas y lamentos.
El dolor y la tragedia, mientras más intensos, tienen la virtud de hermanarnos, que duda cabe, pero sabemos que una vez que los muros recuperen su verticalidad y el desastre sólo sea motivo para recitar sabrosas anécdotas, regresaremos a nuestros recintos cerrados, al egoísmo y desconfianza.
Chile tiene un prontuario delictual que ya no nos asombra, bajo sus verdes valles y campos floridos, la muerte se ha radicado por milenios, ese mar que tranquilo nos baña, se transforma de pronto en un brutal ejército acuoso que ataca y destruye y luego, con una inusitada hipocresía, regresa a su mansedumbre sospechosa. Chile sacude su pelaje de tarde en tarde, cual perro pulgoso que busca aliviar sus llagas. Pero, así, malherido y maldiciente, inhóspito y feroz, lo amamos como se ama a la madre, lo añoramos y hasta entonamos patrióticas notas ensalzando su belleza. Porque, al fin y al cabo, en nuestras venas corre sangre trémula, que nos alborota y nos torna belicosos, somos el reflejo de nuestra madre, nuestra tierra y nuestro hogar. Por eso, comprendemos todo esto, y nos levantamos y perdonamos. Así como nos perdona Chile y nos brinda reposo y sosiego tan precario como nuestra confianza…
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