Tengo un abismo negro en mi pecho
A la conciencia amarilla me arrojo en él,
Y me trago mi propia penumbra,
Exploto en lágrimas de telarañas,
En su fondo se funden miles de fondos
Sumergidos en fondos más hondos aún,
Más hondos que la voz de la oscuridad,
Más hondos que la oscuridad enterrada
En la propia oscuridad humana.
En la oscuridad de los huesos,
En la oscuridad de las pestañas
Incluso en la oscuridad de la luz,
Sí, la luz tambien posee su negra ampolleta,
Ampolleta que sólo la angustia puede encender
Y entonces, sólo entonces cuando esta ampolleta se enciende,
Empapando los ojos, arrugando la saliva,
Cabalgando en las pupilas, atando las lágrimas,
Apagando la sangre, triturando la dicha,
Como en una máquina de moler carne.
Ese abismo se torna un elástico perpetuo,
Ese espacio infinito se torna una forma perpetua,
Geométricamente perpetua, exquisita, aterradora.
Esa esquina invisible se torna amarillenta,
Se trona abierta de pies a cabeza,
Se torna de la conciencia al corazón,
Más abierta aún, herméticamente abierta.
Pues ahora tengo un abismo negro en todo mi cuerpo,
En cada espacio de mi sangre gris,
En cada burbúja humana.
Tengo un abismo blanco en mi pecho,
Un abismo blanco que no es un abismo perpetuo,
Es un abismo sepultado hacia el cielo.
Invertidamente proporcional al negro,
Invertidamente geométrico. |