Lost Capítulo chileno

Desde hace demasiados años a los chilenos nos han hecho creer que somos un pueblo especial, un pueblo solidario. En mis recuerdos de juventud eso era real y palpable en el vecindario santiaguino y mucho más en mi querido sur.
Desde hace más de 25 años los medios de comunicación nos venden la Teletón, cruzada solidaria que involucra a gran cantidad de empresas que en lugar de destinar recursos en publicidad, los utilizan en donación al Instituto de Rehabilitación Teletón, que atiende a personas con discapacidades. A la vez, los ciudadanos hacen fila frente a los bancos para realizar donaciones y prefieren comprar los productos de las empresas que han logrado ser incluidas en la Teletón y con ello recuperan la donación. Todo eso, salpicado de farándula y números artísticos de personajes que se disputan cámara y escenario. Finalmente, Don Francisco, cierra la jornada de 28 horas con llanto y emoción por haber superado la meta de la versión anterior. Y los chilenos se sienten el paradigma de la solidaridad y ejemplo para muchos países no tan afortunados como Chile.
En la primera mitad del siglo XX, la solidaridad la disputaban por un lado el padre Alberto Hurtado, hoy consagrado por la Iglesia católica como santo, quien llamaba a la sociedad chilena a “Dar hasta que duela”. Por otro lado, estaba Luis Emilio Recabarren, dirigente sindical y fundador del Partido Comunista de Chile, quien sostenía que “Dar, es una manera de no tener demasiado”.
Hoy, con legislaciones modernas, solidarias y pro empresas, dar es una manera de pagar menos impuesto, dar es una forma de invertir en alguna fundación o institución propia, los recursos que debieran ir a todos los chilenos.
Pero eso es cuando se tiene algo para dar.
Con el terremoto del 27 de febrero, ciudades enteras y sus habitantes se encuentran que no tienen nada, no tienen luz, ni agua, ni alimento, y probablemente, tampoco tengan trabajo una vez pasada la emergencia. Esto, si es que antes del sismo se tenía trabajo. No es menor que grandes ciudades de la 8ª Región, hoy devastada por el terremoto, maremoto y posteriores saqueos, tienen índices de desempleo sobre el 14% (Penco 15,7; Tomé 15,8; Curanilahue 16,5; Talcahuano 13,5; Lota 16,9; Coronel 19,0; Concepción 9,8). (*)
No es posible caer en el simplismo de que la necesidad, el hambre, la sed y la desesperación lleven al robo. Al contrario, sostengo que la adversidad debe llevar a sacar lo mejor de un pueblo. A ese sentimiento en el que muchos nos criamos y de verdad creímos que la solidaridad era parte del carácter nacional. Esa necesidad de pensar por el otro y llegar a la organización que de solución a todos por igual.
En Concepción ya no son solamente los supermercados los saqueados e incendiados, también las tiendas pequeñas, las gasolineras, los depósitos de gas licuado. Los pobladores que no participan de los robos, se parapetan y organizan en sus barrios o condominios temerosos de que lleguen las turbas de lumpen a robar. Como en la serie “Lost” todos temen a los “otros”. Cuando no se tiene nada, dar se ve como imposible, inclusive dar alimento y agua a los hijos.
Las autoridades señalan que los muertos ya suman 720, los desaparecidos en cambio sólo 19, lo que puede ser un reflejo del “sálvese el que pueda”. Se abrazarán sólo los que se salvaron del terremoto y tsunami, el resto ya no cuenta pues los cuerpos están en el mar o sepultados por escombros. Los sobrevivientes luchan por vivir, pero no luchan contra los elementos que originan la tragedia, luchan con los “otros”. La población ruega por ayuda, que las FFAA se hagan presentes y detengan el caos, que el toque de queda se extienda más allá de las 06:00 horas, pues recién amanece a las 7:30. Muchos piden que el número de muertos aumente, pero que los fallecidos sean los saqueadores, los que ven en esta tragedia la oportunidad por obtener lucro.
En el edificio derrumbado en Concepción los bomberos extraen sobrevivientes y cadáveres, mientras hordas asaltan los cuarteles de bomberos en busca de algo que robar.
El sismo grado 8,8 destruyó no sólo lo material, la placa de Nazca se hundió en lo profundo de nuestras instituciones, en lo más hondo de nuestra dignidad como pueblo, llevándose en oleadas sucesivas lo material, el liderazgo y fe en la autoridades, la seguridad, la confianza en el vecino y cualquier atisbo de solidaridad.

(*) Fuente Desempleo: Instituto Nacional de Estadísticas, 2010