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El suicidio literario (y real) de Rodrigo Rosenberg

I Disquisiciones hamletianas

Según su acepción habitual, el verbo “ser” afirma de un sujeto aquello que indica el atributo. No podemos, pues, predicar de alguien que es, así, sin más ni más. Tendremos que decir que es esto, aquello o lo de más allá. El verbo “ser” relaciona un sujeto con una determinada característica, la cual, de alguna forma, lo define y limita. ¿Pero, qué pasa si el sujeto en cuestión es Dios? Dios no puede ser limitado por lo que nosotros digamos de él. No puede atenerse a ninguna referencia exterior a si mismo. Esa es la razón por la cual en el Antiguo Testamento (Éxodo 3:14), al ser preguntado por su identidad, Dios responde: “yo soy el que soy”. De hecho la palabra Yavé, con la que se alude a Dios en religión judía, no significa otra cosa que “yo soy”. Pero, dejando a Dios aparte (y Dios sólo hay uno), el resto del mundo, o sea sus criaturas, no podemos sólo ser: hay que ser algo.

Es lógico, por tanto, que los estudiosos de Shakespeare se armen un lío de campeonato a la hora de interpretar las primeras líneas del famoso monólogo de Hamlet (Acto III, Escena I):

¡Ser o no ser: he aquí el problema!
¿Qué es más levantado para el espíritu:
sufrir los golpes y dardos de la insultante fortuna,
o tomar las armas contra un piélago de calamidades y,
haciéndoles frente, acabar con ellas?
¡Morir..., dormir; no más!

Hay dos corrientes exegéticas principales. Una de ellas (corriente 1) sostiene que Hamlet está elucubrando si ha de matar a su tío o no. La otra corriente (corriente 2) sostiene que lo que el melancólico príncipe está dilucidando, en realidad, es si acabar o no con su propia vida. Los partidarios de esta última corriente se subdividen a su vez entre quienes piensan que “ser” se utiliza como sinónimo de “existir” (corriente 2a) y quienes piensan que se utiliza como sinónimo de “actuar” (corriente 2b). Estos últimos coinciden con los integrantes de la corriente 1, con la importantísima salvedad del tipo de actuación que consideran: suicidio (la corriente 2b) u homicidio (la corriente 1). Pero, tanto unos como otros no tendrían mayor problema en que el monólogo empezara de esta guisa: “¡Actuar o no actuar: he aquí el problema!”.

La corriente 2a, si bien minoritaria, cuenta con el respaldo de la lógica y de la sintaxis. Me explico. Si yo dijera: “O estudio o juego, o aprendo o me divierto”, todo el mundo me entendería. Sin embargo, si yo dijera: “O estudio o juego, o me divierto o aprendo” también me entendería todo el mundo, pero sería una forma extraña de expresarse. La forma habitual de hacerlo enlaza el primer término de la primera de las dos disyuntivas con el primer término de la segunda, y los dos segundos términos entre si. La aplicación al monólogo de Hamlet es inmediata: “ser” habría de estar ligado a “sufrir los golpes y dardos de la insultante fortuna” (primer término del primer dilema con primer término del segundo) y “no ser” con “tomar las armas contra un piélago de calamidades y, haciéndoles frente, acabar con ellas” (segundo término con segundo término). Ello es justo lo contrario de lo que supone tanto la corriente 1 como la 2b, pero no así la 2a. Si esta última fuera la correcta, el bardo de Avon podría haber disipado todas las dudas (y disminuido de paso los quebraderos de cabeza de los estudiosos futuros) empezando el monologo de esta forma u otra similar: “¡Vivir o morir, he aquí el problema!”.

La acepción de la palabra “ser” de la corriente 2a es la misma que usó Spinoza cuando afirmó, años después de que Shakespeare hubiera escrito su tragedia, que todas las cosas perseveran en su ser. En román paladino venía a decir que todos los seres vivos poseen un impulso que les lleva a luchar por su vida. Si Hamlet hubiera conocido esta doctrina, no hubiera perdido el tiempo debatiéndose entre ser y no ser. La solución era obvia: ser. Hay que decir, no obstante, que Spinoza negaba la existencia misma del acto suicida, ya que, según él, el “suicida” no elige de forma voluntaria acabar con su vida, sino que es superado por fuerzas externas. Tal es el caso de la depresión o de la locura. Es por ello que, dadas las peculiares circunstancias en que se encontraba Hamlet (su querido padre había sido asesinado por su tío, éste se había casado con su madre, y, para colmo de males, el padre de su pretendida se oponía a su relación), fuera bastante probable que Hamlet estuviera siendo superado por la tristeza y por el odio, y no fuera realmente él quien se debatía entre la vida y la muerte en el monólogo de marras. Recordemos, en este sentido, las palabras que, cuando regresa a Dinamarca, le dirige a Laertes: “¿Fue Hamlet quien hirió a Laertes? Jamás. Si Hamlet ha salido de sí y, no siendo él mismo, agravia a Laertes, no es Hamlet quien obra; Hamlet lo niega. Entonces, ¿quién obra? Su locura.”

II Rodrigo Rosenberg

Unos días después de ser acribillado a balazos, el abogado guatemalteco Rodrigo Rosenberg acusaba a través de un video al presidente del país, Álvaro Colom, de su asesinato. A grandes rasgos el que sigue es el contenido del video. Álvaro Colom, su secretario privado, su mujer y el empresario Gregorio Valdez habían urdido una trama para acabar con su vida. El motivo era su conocimiento de la corrupción en la entidad financiera Banrural. Esta sociedad, que presuntamente financiaba los programas de ayudas sociales del Gobierno (competencia de la esposa del presidente), era en realidad una tapadera de los negocios más sucios. El amigo y cliente de Rosenberg, Khalil Musa, que había sido engañado para ingresar en Banrural, terminó percatándose del tipo de operaciones que se realizaban e intentó denunciarlas. Fue asesinado junto con su hija Marjorie. Al estar Rosenberg al tanto de la corrupción en Banrural, temió por su vida y dejó testimonio de cuanto sabía en ese video.

El fiscal Carlos Castresana, titular de la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala, auspiciada por la ONU, llevó a cabo una investigación para esclarecer el asesinato. La conclusión fue que éste había sido encargado por la propia víctima. Rodrigo Rosenberg había comunicado a unos amigos que estaba recibiendo extorsiones y amenazas de muerte, y les pago para que se hicieran cargo del asunto. Sus amigos, a su vez, contrataron a unos sicarios. La jugada maestra (por decirlo de alguna manera) era que el presunto extorsionador era el propio Rosenberg. Había disfrazado su suicidio como un crimen…, y todas las culpas recaerían en el presidente Álvaro Colom, gracias a un video que había entregado a un periodista y que éste haría público en caso de que le mataran. En cuanto a las causas de tan extraño comportamiento, el fiscal Castresana adujo, en primer lugar, el estado extremadamente depresivo en que se encontraba Rosenberg. En muy poco espacio de tiempo habían asesinado a su pareja sentimental, Marjorie Musa; había muerto, tras una dolorosa enfermedad, su madre; y había perdido la custodia de sus hijos menores. Todo ello, unido a su firme convencimiento de que el presidente, su mujer y su camarilla de amigos eran los responsables del asesinato de Marjorie y de su padre, le condujeron a su desesperada actuación.

Así pues, según el fiscal Carlos Castresana, el señor Rosenberg decidió, ante su particular “piélago de calamidades”, “hacerles frente y acabar con ellas”. Su decisión concilia las dos hipótesis principales sobre el monólogo shakespeareano: actuó contra los causantes de sus males, esto es, contra el presidente y los suyos (corriente 1), y al mismo tiempo huyó de sus problemas quitándose él mismo de en medio (corriente 2).

Adaptaré, para terminar, el monologo de Hamlet al caso particular del malogrado Rodrigo Rosenberg. He incluido las reflexiones de Hamlet que continúan a los versos transcritos anteriormente. He procurado utilizar un lenguaje más sencillo que el de la traducción canónica de Luis Astrana Marín, empleada más arriba, para que el soliloquio resultase más creíble y comprensible. Este es el resultado:

“¡Resignarse o actuar! Tengo que elegir. ¿Cuál es la decisión correcta?
¿Soportar las tropelías de estos ladrones que nos gobiernan o presentarles batalla? Esto último haré. Acabaré a un tiempo con mi vida y con la reputación de estos asesinos. Al fin y al cabo, morir no es más que dormir, y ¿hay acaso algo mejor que dormir? El único inconveniente radica en el tipo de sueño que me pueda esperar. ¿Qué habrá más allá de la muerte? Esta duda me consume. Si hay algo, tendré toda la eternidad para expiar mi culpa. Pero quizá no haya nada. En ese caso, ¿por qué habrían de quedar estos asesinos sin castigo?, ¿por qué habría de padecer yo el enorme dolor que me embarga? ¡Mi querida Marjorie! ¡Mi querida madre! ¡Cuánto os extraño! Pero basta de cavilaciones. Haya o no una vida postrera, en ésta mando yo, yo soy el dueño de mi destino.”


Texto agregado el 01-03-2010, y leído por 307 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
02-03-2010 Es curioso, cuando yo supe de este caso la verdad me pareciò de lo mas extraño y bizarro. Ahora al leer el ùltimo pàrrafo la cosa como que toma sentido, aunque creo que el ùnico que sabe a ciencia cierta què pasò ya no se encuentra en esta tierra. tigrilla
01-03-2010 Me gustó esta comparación. Yo vivo en Guatemala, y todos estamos consternados e incrédulos ante esto que ocurrió. Un saludo! galadrielle
01-03-2010 El texto este es una total tontera aunque así fuera ficción. Rodrigo Rosemberg es/fue un idiota, nada más que eso. No le encuentro lo literario. madrobyo
 
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