Y digo, la cosa antes era un poco más simple. Recuerdo a mis nueve años, mi pasatiempo favorito era hacer diminutas bolas de mocos, entre mis dedos índice y pulgar de la mano izquierda y los mismos de la oponente... luego comparar. ¿qué comparaba? No sé, el color tal vez, la redondez, buscaba figuras... bueno, de acuerdo, se encuentran mejores figuras en las nubes pero tampoco es tan desenfrenado buscar en uno que otro moco. Qué más hacer con la condena de mi encierro? Bueno, además resultaba estimulante ver los dedos que se asomaban por la rendija tres veces al día. Entraban despacio sujetando una bandeja de plástico y se alejaban con rapidez. Sabía de memoria esos dedos, las uñas, los punto blancos de las uñas, el mugre de las uñas, memoricé cada dedo y hasta pensé que se haría un buen trabajo de mocos con esos dedos. Eso era lo más cercano para no hundirme en un abismo de silencio, de gritos sin eco, de salto al vacío. Claro, también estaban los dibujitos de la pared, pero sucede que no he sabido nunca pintar gente amable, ni siquiera sé cómo se pinta a alguien, sólo hay uno que otro rayón de rabia que parecen golpes o alpiques de picana o correspondencia del diablo o invitaciones de la muerte, qué sé yo...
total, siempre he sido responsable de lo que quiero y desecho tranquilo lo que no despierta en mi el más mínimo interés, creo que por eso escribieron en la planillita "mentalmente insano" y me reí y me resigné y les dije hastanunca al cartero y a la abuela, al primero con nostalgia, a la segunda con una seña morbosa entre mis dedos... mi ventana se ha oscurecido muchas veces y tantas otras se ha iluminado, pero ese trozo de libertad tenía tan sólo cinco centímetros por cuatro... hoy tanta libertad se metió de golpe por la celda, o por la rendija donde antes contemplaba los dedos más lindos del mundo (después de los míos, que claro, hacían mejores mocos), tal vez tanta libertad es otro grto, otro correo, pero a diferencia de mis mocos, esta vez no sé qué hacer con ella. |