Querida Madre,
Te escribo porque hay cosas que sólo tú y yo sabemos. Porque naciste víctima de este juego de rol interminable que es la vida. Tu hogar fue una humilde casa de campo al norte de la albufera Valenciana, rodeada de acequias verdosas y amaneceres rojizos, un verdadero paraíso a ojos de los “urbanitas” más exigentes, aunque nunca llegues a creerlo. Las barcas reposaban alargadas y apacibles al borde del estanco y te paseaban hasta el mar en verano. Los perros corrían por las eras y se bañaban en los arrozales tres veces al día. Fuiste la séptima de tus hermanas, la última, la menor, la protegida, la indefensa, la ignorante. A los siete años murió tu padre. Tu único hermano, el mayor, tuvo que cargar con todas las responsabilidades de un padre que no era. Y a pesar de todo, vivisteis felices durante muchos años, hasta que llegó una guerra asfixiante con la que todos dejasteis de ir a la escuela por miedo a que os arrebataran al único hombre de la casa y morir de hambre, o de tristeza, o de ambas cosas. No hubo más opciones. Pero qué felices debieron ser aquellas tardes de domingo, cuando mi tío, tu hermano, tu padre, llegaba del cine, y las siete ibais a sentaros en su cama, donde os explicaba la película con pelos y señales. “Yo creo que en realidad no iba al cine y se inventaba todas aquellas historias.” me dijiste una vez sonriendo. Mamá, que soleadas parecen ahora aquellas noches de cuentos invisibles. Te escribo para que no llores, mi madre analfabeta y sabia. Ya basta de ser “mujer”. Somos hombres, mamá, somos hombres. Y tú lo sabes por dentro, que eres esa, como ellos, piensas como ellos, sientes como ellos. Pero él no quiere que seamos como ellos y te cubre de arena, de óxido, de polvo, y luego se mete las manos en los bolsillos en busca de algo que no existe. ¿No lo ves? Es así, vive apretando los dientes, está muerto de miedo, esta muerto mamá. El odio se posa en sus mandíbulas como el plomo pesado, lo sé, lo he visto, es prácticamente exacto, ni siquiera tiene fuerzas para despegarse del suelo. Empújale con un dedo, mamá, yo estaré allí para abrazarte. |