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Como todos los fines de semana, bajó a la playa con su detector de metales. No perdía la esperanza de encontrar el tesoro que lo ubicaría al tope de la escala social.
Como todos los fines de semana, ignoró el impresionante amanecer, el elegantísimo vuelo de las gaviotas y aún la belleza de una muchacha que corría acompañada de sus perros.
Como todos los fines de semana, no halló nada que valiera la pena. Sin embargo, cuando sin desilusión alguna se preparaba para volver a su casa, algo atrajo su atención. Y aunque no formaba parte de las cosas que consideraba interesante, la recogió. Era una simple semilla de las que arrastra la corriente. No mayor que la uña de su pulgar y de un negro intenso.
Al llegar a su casa la depositó sobre la mesa donde también dejaba el detector y la bolsa que algún día llegaría colmada de monedas de oro. Se felicitó por el hecho de que nadie tocaría sus pertenencias, era otra de las ventajas que le proporcionaba la huída de su mujer años antes.
Monótonamente transcurrió su semana. Como una máquina bien aceitada, atendió el teléfono, pasando a su jefe las llamadas que había aprendido que eran importantes y desestimando diplomáticamente las otras, hizo lo mismo con el correo, salió puntualmente a comer a las 12 hs. sin dolerse demasiado por el rechazo recurrente de su compañera de oficina.
Se abrigó cuando hizo frío, llevó paraguas cuando el informativo predecía lluvia... Y por fin llegó el sábado.
Se levantó sintiendo una vibración especial, una energía inesperada. Rápidamente se vistió, bajó las escaleras y por primera vez en muchos años obvió su desayuno.
Atribuyó su precipitación al entusiasmo por la búsqueda y reconoció que era inédito.
Al llegar a la mesa donde había dejado el detector, su mano se dirigió automáticamente a la semilla de la que se había olvidado por completo.
Sintió un leve estremecimiento pues algo inconciente le obligaba a sembrarla.
Abandonando sus planes anteriores, se dirigió al jardín y eligió un lugar apropiado donde la plantó y regó con esmero.
Este fin de semana transcurrió en forma muy irregular. No bajó a la playa con su detector y se sintió desasosegado.
El lunes volvió a su trabajo como un autómata pero al regresar esa noche, lo primero que hizo fué regar la semilla, acción que se convirtió en ineludible cotidiano.
Al cabo de unos días advirtió que unas timidas hojitas aparecían y redobló sus cuidados desmalezando y eliminando insectos.
La planta crecía muy rápidamente y pronto se hizo evidente que no necesitaba cuidado alguno ya que observó con estupor que primero el césped próximo y luego hasta las plantas más alejadas morían irremediablemente.
Fué invadiéndolo un pánico intolerable y la certeza de que había cometido un error fatal. Decidió que debía cortarla inmediatamente y se dirigió a buscar un machete que tenía en algún lugar... en ese instante sintió la presión inconcebible en su pecho y el dolor bajo el brazo izquierdo...

Texto agregado el 01-03-2010, y leído por 182 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
06-03-2010 excelente cuento, deja el sabor a incertidumbre y un estremecimiento que corre por la espalda. rossini-23
01-03-2010 Está bien narrado el cuento, pero creo que si lo comienzas debes concluirlo, al menos que aclares al inicio que es la primera parte, pues no se entiende qué tipo de planta es y por qué sintió "el dolor" bajo el brazo izquierdo, lo cual quiere decir que es un tipo de dolor recurrente o significativo. Saludos. Gatocteles
 
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