Se sentó en su hamaca derrumbada, en silencio miro la luna que gorda trasnochaba su hermosura por el plano azul de aquella cúpula.
El recordó que aún la amaba, que su corazón dormido tenía un despertar alocado, en cuanto dejaba de soñar la verdad asomaba a su mente a su corazón y lo desgastaba, solo quera ser un globo y volar lejos entre la clara noche azulada que mostraba a sus astros con su encantadoras belleza de luces.
Se alejo de su hamaca porque allí se sentía más cerca del cielo diáfano, y sus heridas podrían abrirse una vez más, no tenia manera de detener su llanto si sucedía, en la amaba como jamás amo, el silencio de la noche se pronuncio lánguido, pero sus ojos percibieron el ronronear de sus recuerdos, allí estaba nuevamente ella llamándolo, reprochándole su ausencia, el no quiso dejarla sola pero la fatalidad lo llevo por un camino infinito de donde no se regresa, ella no podía seguirlo el lo presentía, se arrodillo sobre la neblina de sus recuerdos suplico perdón, busco el mismo un lugar aislado para contarle a su amada que estaba en la azotea de su casa y tenia rota su rodilla, que no podría bajar sin su ayuda, ella maldijo su forma de hacer las cosas sin consultar, si el sabia que a los ochenta años es difícil escalar una cuesta pequeña, pero claro, el escalo su azotea, la de su casa para ver bien el partido de futbol, sin intrusos.
MARÍA DEL ROSARIO ALESSANDRINI
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