Me embriaga una vez más tu perfume como en esa última noche de invierno.
Bailo con tus ropas desoladas fingiendo abrazarte.
¿Cómo pudiste, guardián de mi felicidad, arrancar mi alma con tu último suspiro?
Ahora tus manos ya no tocan, acarician ni maniobran, sólo se encuentran ahí a los lados de tu cadera huesuda.
Continúo bailando y puedo oírte una y otra vez riendo felizmente.
Acaricio tu rostro imaginario y me maravillo con tu sonrisa.
—También me hace feliz —exclamo mientras mi mano baja y se apoya sobre mi vientre habitado por nuestro retoño.
—Mi amor... es un varón —susurró su voz.
Tu espíritu se desvanece con la música y me siento en la antigua mecedora de mi madre.
Creo que voy a seguir tejiendo pequeño Joaquín...
Texto agregado el 28-02-2010, y leído por 200
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