Aquel hombre se encontraba a oscuras y casi ni se movía, seguramente por lo reducido del espacio donde se hallaba, pero siempre agradecido por la indespojable libertad de su mente, aquella que sin importar las circunstancias daba fe al mundo de su dignidad humana. Escucho ruidos (Señal de que alguien se acercaba), el corazón se le acelero, su respiración se detuvo, la tela que lo “protegía” se comenzó a correr, la luz entro, levanto la mirada y sin poder hacer nada escucho: “un, dos, tres por mi papá que esta debajo de la cama”.