El auténtico sentimiento de fraternidad solo lo sentimos por una especie distinta a la nuestra. Solo así posee sentido y valor.
O. Jeraou
Frente a él yacía el cuerpo agonizante de su amigo, respirando apenas, con un sufrimiento suplicante en sus ojos. Greg, soldado que había estado en una cruenta guerra muchos años atrás y visto morir a tantos compañeros, nunca había sentido tanto dolor como el que sentía ahora al ver a su amigo moribundo. Cuando sus padres murieron les lloró lo que debía llorarles, pero ahora hasta las lágrimas se negaban a brotar, como si supieran que no eran capaces de expresar todo el pesar que le agobiaba. Su pequeño amigo moría, sí, y cada segundo que pasaba el dolor martirizaba su cuerpo. Greg sentía que tenía que hacer algo por él, que se lo debía, después de todo había sido el único que siempre lo acompañó. En la guerra había matado a muchos hombres incluso a quemarropa, directamente a la frente mientras sus enemigos suplicaban lastimeramente por su vida; pero ahora las manos le temblaban, sudaba a chorros y no se sentía capaz de levantar siquiera su arma, mucho menos de apretar el gatillo. Imaginaba ver en la mirada de su amigo un mensaje que decía, “está bien, hazlo, para mí ha sido todo, de cualquier forma voy a morir… ahora solo estoy sufriendo ¡hazlo, Greg, hazlo!”. No sería un asesinato, Greg lo sabía, sino un acto de compasión, de autentica camaradería.
Haciendo acopio de sus fuerzas levantó su pistola y la puso sobre la cabeza de su amigo. Cerró los ojos, tomó aire y disparó. Abrió de nuevo los ojos. Su amigo ya no sufría. Si bien lo inundaba la tristeza también sintió cierto alivio al ver apagado definitivamente el dolor de su amigo. Greg lo acarició por última vez mientras le decía, “fuiste un buen perro, amigo, un buen perro”
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