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No me mire usted con esa cara. Lo que le digo es la pura y santa verdad. Imagínese, si yo estaba tan asustada como usted, pero le vuelvo a repetir, no estoy ni loca ni estoy mintiendo.
Le cuento como fue.
Estaba yo parada en la calle esperando un colectivo cuando el vagabundo ese se acercó a pedirme una moneda. Traté de deshacerme rápido de él, usted me entiende, hay cosas que simplemente es mejor no ver de cerca, como la pobreza por ejemplo. Metí la mano a la cartera para sacar cien pesos y cuando se los fui a entregar el hombre me agarró la mano y me miró directamente a los ojos un par de segundos antes de echar a correr con más agilidad que gato de campo. Y ni siquiera se llevó la moneda.

Pero no me di cuenta hasta la tarde, cuando mi esposo Alfonso llegó del trabajo. Verá usted, yo llevo quince años casada con un infeliz que se dedicó los primeros cinco años a celarme con cuanto hombre se cruzaba en mi camino y los siguientes diez a engañarme con cuanta mujer se cruzaba en el de él.
Mi vida era un infierno con sucursal en Providencia, entre los niños, mi trabajo y las putas de Alfonso que tenían la desfachatez de llamarlo a la casa cuando no estaba y me pedían que les anotase los recados.

Esa tarde entonces me di cuenta como le digo. Alfonso llegó a las ocho, se duchó y en medio de la cena y delante de los niños me pidió el divorcio.
Y mientras yo llevaba los platos a la cocina y los niños prendían el nintendo, mi marido se escabulló por la puerta dejando tras de sí una estela de colonia nueva, que nunca se molestó en usar para mí.
Traté de llorar entonces, se lo juro, pero no pude, y allí con las manos metidas en lavaza hasta las muñecas, me di cuenta de que ni siquiera tenía pena.

Tampoco funcionó al día siguiente cuando al ir hacia el trabajo, vi un tumulto en la esquina, de esos montones de gente curiosa que se forman sólo cuando alguien atropella o es atropellado. Ni un solo pensamiento de compasión por la víctima atravesó por mi mente.
Entonces comprendí. El vagabundo ese no quería una moneda, no señor, quería algo más de mí, y en ese instante en que nos miramos a los ojos, en ese preciso instante señor, el tomó lo que quería . ¡Se llevó mi humanidad señor, se llevó mi pena y mi amor y mi compasión, todo por el precio de una moneda de cien pesos!

Y ahora ni siquiera la echo de menos, esa carga en el pecho, ese sufrir constante, por las penas de casa, por las penas del mundo, por el desamor de Alfonso, por la ingratitud de mis hijos, por los abortos mal practicados que la plata de mi padre me compró para que no me perdiese yo la dicha de casarme con alguien de bien. No señor, aunque usted no lo crea, no siento nada.

Espero al menos señor, que el vagabundo ese haya vendido mi alma a buen precio, a alguien que la necesitase de veras, a alguien para quien las lágrimas que surgen del dolor sean muestras verdaderas de que tenemos un propósito en la tierra, lo que es a mí, ya no me interesa. Que le aproveche a quien haya pagado por ella mas de una moneda de cien pesos.

No me mire usted señor con esa cara, mire que ni miedo ni sorpresa me da ya. Cierre la boca y cuídese, no mire nunca mas a nadie a los ojos ¿ Me escuchó?
No se imagina usted con las cosas que trafican hoy en día....



Texto agregado el 22-06-2004, y leído por 238 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
06-05-2005 Muy bueno lo de "Pero no me di cuenta hasta la tarde, cuando mi esposo Alfonso llegó del trabajo. Verá usted, yo llevo quince años casada con un infeliz que se dedicó los primeros cinco años a celarme con cuanto hombre se cruzaba en mi camino y los siguientes diez a engañarme con cuanta mujer se cruzaba en el de él." más vale perder el alma con semejante hombre, jejej lanegra
23-06-2004 en fin no se poq se me hace familiar la historia , pero ya lo recordare. buena y divertida , eso no mas tao tao DANIEL_IVAN_PEREIRA_PA ILLALEF
22-06-2004 Jajajajaja, impecable, novedoso, me gusta caleta. Yo ni cagando compro esa alma, y si veo al ciruja ese lo agarro a patá por andar vendiendo weas. Saludos niña escritora. cao
 
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