Entrando en un pequeño cuarto, a la luz de una vela, se halla sentado sobre un diván el heredero del Reloj Alizzyan. Leía una novela erótica mientras se sonreía pensando en que su padre constantemente le había prohibido los temas referntes al sexo. Cada que se topaba con un temas indecorosos de parte de su autor favorito se sentía pleno. La adolescencia por la que atravesaba era caótica y desenfrenada, en parte por las prohibiciones que su padre le tenía desde temprana edad y en parte culpa de su melancolía.
"Son niños que no saben que estan jugando, eso los lleva a sufrir inecesariamente, los compadezco"
Una carcajada escapó de su boca al llegar al climax de una lectura de Sade. Se interrunmpió para salir a caminar un poco. A lo largo de su paso encontraba las bellas doncellas que el pueblo le brindaba, todas vestidas de manera provocativa e inocente. La inocencia de la infancia le atraía sobremanera. A veces pensaba que no merecía el honor de llegar a ser llamado el Varón de la Vergette y era mejor tomar un camino más humilde... pero luego se detenía a pensarlo bien y concluía que podría hacer lo que quisiera mientras no causara daño a nadie. Caminaba festejando y danzando mientras besaba y acariciaba obscenamente a las mujercitasn que se encontrab a su paso. Estaba listo para la presentación pública y el retiro de su padre.
Con sombrero de copa y un elegante frac, se disponía a conquistar a la multitud. Se aproximaba la hora. El atrdecer estaba en puerta, el Príncipe Isaac ya había llegado. Henry subió a la torre a buscar a su padre.
Hacía planes, había tantas cosas que quería decirle al viejo tras haber recibido el reloj, un par de insultos y luego a celebrar. Ahora el sería el varón de La Vergette y nadie, fuera de la Reina y de Isaac, podría darle órdenes de nuevo. Ahora era libre de hacer lo que quisiera.
Empujó la puerta y lo vio sentado con las piernas abiertas, el pantalón hasta los tobillos yb una revista de contenido pornográfico en su mano izquierda, su mienbro en la mano derecha y un fluído blaco y viscoso embarrado en ésta y en el piso. La luz del sol poniendose entrando por el ventanal lo alumbraba de costado. Henry se puso rojo y su padre se avegonzó completamente; no por el acto si no por la presencia de su hijo. Se subió vistió tropemente mientras se levantaba. Sin limpiar sus fluídos acomodó sus gafas y, con el tono aún subido, dijo:
-Sin importar el título, un hombre es un hombre, después de todo, estoy siendo responsable, además se que haz hecho cosa peores.
Padre e hijo se retiraron a la ceremonia contentos y orgullosos de compartir algo más que el linaje: La Sexopatía. |