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Capítulo VI – Parte 2
Había embarcado en Venecia en una vieja galera acompañando el cargamento de lana que pensaba vender en Egipto. El capitán le había asegurado que llegarían a destino aunque el aspecto de las velas y los mástiles no infundían confianza.
El maderamen de la desvencijada embarcación parecía querer deshacerse con los embates de las olas, aún cuando no eran muy grandes. Al llegar al Mar Jónico se mantuvieron cercanos a las costas griegas para navegar protegidos de posibles borrascas en mar abierto.
Distinta fue la situación al dejar atrás la isla de Creta e internarse en el Mar Mediterráneo para cruzarlo en línea recta hacia Alejandría. La embarcación se sacudía y parecía ser llevada sin dirección, como una cáscara de nuez. Ya no le preocupaba el rezongo de los palos; temía que se rompiera la tela de las velas extraordinariamente henchidas por el viento huracanado. Las gigantescas olas hacían imposible permanecer en cubierta corriendo el peligro de ser arrojado al mar.
Cuatro veces encomendó su alma a Dios durante el trayecto, seguro de morir. Sin embargo el ducho capitán consiguió fondear en el puerto de Alejandría un día antes del previsto para la llegada.
Allí vendió rápidamente su mercancía a los clientes que lo esperaban y luego quiso conocer una nueva ciudad que estaba surgiendo sobre las ruinas de la antigua Menfis. Los árabes la llamaban Al Qahira, nombre que los europeos habían cambiado por El Cairo. Sabía que allí se estaba construyendo un lugar para que los mercaderes expusieran sus productos y le interesaba aumentar sus negocios en una ciudad que sería la puerta de entrada a las desconocidas tierras africanas, llamadas en ese entonces las Regiones Meridionales Inferiores.
Sediento de experiencias y conocimientos se relacionó con los círculos de sabios y maestros del mundo musulmán con el propósito de conocer su cultura. Buscaba abrir su mente a nuevas ideas no dictadas por monjes ni clérigos, aunque las sabía combatidas por occidente. Se alistó como alumno de la universidad de El Cairo y durante tres años recibió las enseñanzas de un famoso médico y teólogo judío al que llamaban Maimónides.
Su espíritu aventurero lo empujó después a organizar una expedición e internarse hacia el Sur, convencido que el mundo no terminaba en un vórtice. Había escuchado decir que más allá del desierto existían tierras fértiles ocupadas por hombres desnudos, de gran estatura y muy feroces, con el cuerpo totalmente negro.
Cohabitaban con dragones voladores que vomitaban fuego y eran sus aliados para combatir a los gigantescos ogros y cíclopes. Éstos eran ayudados por unicornios capaces de derribar una montaña con el empuje de su cuerno y salamandras que escupían veneno. También existían seres con poderes sobrenaturales; eran híbridos con cuerpo humano y alas de murciélago que volaban de árbol en árbol para atacar a sus víctimas desde la altura o se transformaban en enormes basiliscos que se deslizaban silenciosamente entre la frondosa vegetación para enroscarse alrededor del cuerpo de su enemigo con tal fuerza que les provocaba el estallido del corazón y los ojos.
La posibilidad de tener que enfrentar tales peligros no fue suficiente para frenar su espíritu aventurero que lo impulsaba a internarse por esas rutas; cuanto más ignotas mejor sería el provecho que podría obtener de lo que encontrara en ellas, seguramente de mayor valor y trascendencia que lo que otros traían de las tierras de oriente.
Sin embargo su expedición fracasó cuando fue tomado como rehén por los beduinos.
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Texto agregado el 23-02-2010, y leído por 82
visitantes. (3 votos)
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Lectores Opinan |
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08-03-2010 |
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Sigue muy interesante la historia =D mis cariños dulce-quimera |
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23-02-2010 |
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Tu manera de escribir realmente hace sentir a una persona como si estuviese en esos hermoso lugares.
5 Catman |
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