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2 de febrero



Duermo mal, despierto a horas inusuales. Dos, tres de la madrugada y aún revoloteo sobre las sábanas. De pronto leo un poco o me levanto a escribir o a recorrer la casa y termino sobre la grama del jardín, descubro mis pies, siento la humedad, la áspera suavidad. Miro el infinito, es el cielo limeño sin estrellas, negro, sin matices, como láminas oscuras, curvas, que cierran herméticas una planicie sin nombre. El viento sopla fuerte, un edificio construido al costado ha virado su suave curso. Ya no es más la brisa que acaricia, es una corriente de aire que parece empujada por hélices infinitas que entregan un viento sin matices, fiero, acosador. Es la jodida mano del hombre manoseando con impericia la naturaleza, dañándola, desfigurando sus sentidos. El tiempo no avanza se detiene en mi cuerpo herido, me siento sucio, invadido por amebas que me recorren incansables. ¿Se irá esta sensación?, quisiera limpiar la mancha en mi novena costilla. ¿Qué me harán?, ¿quimioterapia?, quizá extirpar primero lo innecesario y después verán qué sigue. He investigado en internet, leído acerca de curas milagrosas, dietas vegetarianas especiales, procedimientos que corrigen el flujo inadecuado de energía del cuerpo, que el cáncer es una variedad de hongo, que tiene remedio, que es cuestión de fe, de confianza, lo dice en Italia un médico estridente, poco confiable. No tengo disposición de escuchar ni de leer más. Lo dejo allí, estoy ya en curso de navegación, casi en automático, espero lo mejor.

El viento me arrebata el separador del libro, es de Orham Pamuk: “vida nueva”, un joven que cambia su vida debido a la lectura de un libro. ¿Hasta cuándo es posible cambiar la mía?, no lo sé, siempre aposté por lo nuevo, distinto. Terminé una especialidad que nunca me sirvió para nada, o muy poco. Abandoné trabajos “prestigiosos”, era la búsqueda de un camino. Mi familia me tiene por alocado, les creo. Hay que poseer un cierto sentido desafiante de las cosas establecidas para asumir la ruptura de un matrimonio que parecía tener aire para llegar al aniversario treinta. ¿Y luego Maité?, pues lo mismo, enfrentar las diferencias, los cánones establecidos, censuras, miradas, vacíos. Ella se queda, a mi lado, los dos juntos, no me imagino sin ella, nos entendemos sin hablar, ocurrió como ocurren las cosas ineludibles, que están escritas.

Me siento debajo de una pérgola y me acomodo para imaginar mundos inexistentes. Pienso en una novela que deseo escribir hace tiempo; tomó forma después de conocer a Maité. Sueño con verla publicada algún día. Voy construyendo la trama, añado, quito personajes, les doy vida, nombres, biografía. Deletreo párrafos, ensayo el inicio, la voz que contará la historia, la entonación. Pienso mucho en el tono, necesito sentirlo cercano, manejable, viable, sonoro. Cuento la historia en voz alta, debo escucharme hablando con mi conciencia, sentir cierta musicalidad en las palabras, que no tropiecen sus cadencias, armonía, como un tobogán sin fisuras. Nunca puedo empezar una historia sin hallar el sonido, el compás de las palabras, es como el silbido del viento, se escucha distinto en la planicie, en los valles, cimas, cañadas. Cada historia tiene su propia armonía, su manera de silbar. Ensayo de nuevo el primer párrafo: “Ruwana aún no nacía cuando Pizarro cabalgaba sobre el Cusco. Su familia marchaba a refugiarse en un valle perdido entre la floresta, camino al antisuyo. Eran de linaje imperial, fueron de los pocos que no se sorprendieron por la llegada de gente blanca que formaban un solo ser con caballos que masticaban fierro. Supieron que sus vidas anteriores estaban fenecidas. Se lo dijo la opresiva sensación que sintió Wara en su pecho cuando el oráculo de Rajchi, le confirmó sus sensaciones, habló el vientre podrido de la vicuña que sacrificaron esa mañana…” Fantasear, escribir en el aire me ayuda a caminar sin muletas. Ruwana nacerá en cautiverio, aprenderá el sentido de la libertad sin que nadie le enseñe y que un día descubra que tiene alas ocultas y poderes mágicos. Mi niña mágica se origina en la maraña de hechos fantásticos, sin tiempo, que ocurren en mi patria. Vírgenes que lloran, acopiadores de grasa humana que se ocultan en la selva enmarañada, gente que espera el retorno del Inca redimido, comunidades que se arrodillan en las nieves eternas para recibir al sol que nace o gente del común que fertiliza la tierra con una copa de pisco y le encarga abrir su vientre para las semillas que esparcen luego. Mi heroína proviene de un sueño, es cierto, pero ha existido siempre en los infinitos espacios de esta tierra que espera un día mejor que el anterior, una idea que los iguale como humanos semejantes. Mi heroína tiene virtudes para curar, llevar alegría a los enfermos, unir voluntades y luchar contra el mal. Quiero también que conserve su linaje inca, y que su edad iguale a los cientos de años que los españoles dominaron estas tierras; la quiero escondida, oculta, resguardando el idioma, música, sonidos de la antigüedad, preparada para emerger de su valle sagrado para vivir un país distinto. ¿Lograré escribir la historia?, sí, lo haré, será una razón para seguir, salir de este embrollo. Será como Maité, ligera y densa, determinada, con fuego interior, libre, con alas y viento. Será como ella cuando mira, camina y vuela. Llevo tiempo acariciando ésta idea, quizá estos días ocurren para cumplir este deseo.

Mara, mi hija, duerme en su habitación. Ariana, la mayor, vive lejos desde hace un tiempo, Fernanda trabajando en el extranjero. Ignora lo que pasa conmigo, ¿para qué mortificarla en medio de sus propios problemas. Hablamos con frecuencia, nos escribimos, las distancias acercan ¿no? En una ocasión me dijo: padre, tengo problemas con el chico que trabaja conmigo, Christien. Vende anfetaminas. ¡No me digas!, ¿Si?, y sí, ¿cómo? Sí, vende pastillas o bolsitas llenas de drogas, pero nunca le faltan pastillas, y lo hace ante la vista de todos, no le interesa, tengo miedo de decirle algo, quizá reaccione con violencia, me preocupa verme involucrada en algún problema. Tranquila, tranquila, Fernanda, ¿por qué no le dices a tu supervisor? No puedo, el mismo es su cliente, imagínate. ¡No me digas, qué cosas! Te aconsejo que pidas tu cambio, alguna plaza libre habrá por ahí. Si pa, lo veré lo veré. Y la escuchó, la llamo y no le cuento de lo mío. Sus hermanas están ya enteradas de mis problemas, se los dije hace un par de días, las convoqué para hablar alrededor de la mesa familiar, se mostraron intranquilas. ¿Ceremonias para conversar?, hemos tenido tantas en estos años, ¿de qué se trata padre?, dijo Mara. Pues que estoy enfermo, voy de frente al punto, sin preámbulos, como me gusta escuchar las novedades. Les explico detalles, se tensan las dos, no saben qué decir, Ariana cubre mi mano puesta sobre la mesa. Mara nubla sus ojos y deja caer unas lágrimas. La tomo de la mano, hacemos un círculo de comunicación. Pongo mi voluntad entera para no quebrarme. No quiero verme disminuido. Pero, debe ser un caso como el de mi tío, detectado a tiempo, él esta bien, ¿no?, ¿es similar?, es Mara que pregunta. Sí, contesto, espero que sea algo parecido. Creo que estamos a tiempo. Uso el nosotros, así hemos sido siempre con mis hijas, un puño cerrado, una mirada compartida, un hogar recompuesto después de la partida de la madre. Largo camino, ahora estamos juntos. Las tranquilizo, pasará, pasará. Todo pasa. El seguro es una ayuda enorme, es lo más importante en medio de tanto problema. Tengo confianza, no me dejaré hijas, no me dejaré. Preguntan por Maité. Se quedará en Lima, les digo, seguimos organizando esa empresita, no sé, allí estamos, dándole, dándole al tema. Ella misma quiso quedarse, me dio sus razones, la apoyé, también yo quería que permaneciera conmigo. Es lo mejor para mí, les reitero. Si padre, veo que se entienden, y se quieren. Mara calla, observa. Es la que más sufrió con la ruptura del hogar, aún no se recupera, a pesar de los años. Parece no aceptar bien a Maité, la entiendo, no le exijo, estas cosas toman tiempo. No fue sencillo el camino inicial para Maité con mis hijas. Años de andar solo, acostumbradas a disponer de mi tiempo con ellas, no tomaron con tranquilidad la aparición de una mujer en mi vida y menos aún que sea joven como ella. Frialdad, distancia que se va remontando de a pocos.

La noche sigue, la negrura continua. Repaso las cosas del día, tengo una cita con el médico por la tarde. Verá mis exámenes adicionales. Amanecerá en corto tiempo. Vuelvo a mi habitación, hay penumbra, me tiendo boca abajo. Me duele el cuerpo, me aprieta el silencio.







Texto agregado el 23-02-2010, y leído por 361 visitantes. (8 votos)


Lectores Opinan
18-01-2014 Me gusta la forma con la que finalizas cada capítulo... dejas el suspenso suficiente para el siguiente clic. PiaYacuna
20-03-2010 un protagonista muy culto, reflexivo, atento y consciente de lo que sucede a su alrededor, que si bien pasa por una experiencia fuerte ahora mismo, no quita la vista de la relación humana...las hijas y la chica bue...que decir, no siempre los intereses de los padres son los de los hijos...muy bien, seguiremos eufemia
06-03-2010 humanizas y personalizas una enfermedad tan temible divinaluna
01-03-2010 Capítulo profundo, el personaje desnudo en cuerpo y alma, su dolor.., muy estreemcedor!! mis****** nanajua
25-02-2010 Ay amigo, das en puntos demasiado sensibles y con certera puntería!!! Recién acabo de llegar de una Conferencia de Medicina Biológica, preámbulo de un curso anual al que voy a concurrir, y sólamente se habló de una enfermedad que abarca a todas: El Cáncer- Más allá de todo eso, tu escrito es magnífico!!! Estoy bastante cansada para decirte con palabras, cuánto me llegó. No por suerte, para recepcionarlo como merece. Te envuelvo con estrellas!***** MujerDiosa
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