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Sonia Toro Bravo, ex presa política:


“No me gustó que haya muerto Osvaldo Romo”


Tras la muerte de uno de los cerebros de la desaparecida Dirección de Inteligencia Nacional, más conocida por su acrónimo Dina, algunos capítulos del pasado se vinieron a la memoria de miles de chilenos. Mientras unos festejaron su muerte, otros la lamentaron; no por pena, sino por rabia, porque se llevó a la tumba el destino de los cuerpos de sus familiares, por ejemplo, levantando un muro que impedirá llegar a la verdad en algunos de los casos de violaciones a los derechos humanos ocurridos en el país.


Por Juan Carlos Acosta

Cuando se habla de tortura, inmediatamente surge el recuerdo de uno de los momentos más oscuro de la historia de Chile: El 11 de septiembre de 1973. Aquella fatídica fecha, de sumisión para unos y de libertad para otros, comenzaron las humillaciones, desapariciones y restricciones hacia un importante sector del país.

La dictadura militar duró casi 17 años, durante los cuales miles de personas fueron sometidas al abuso del poder ejercido por el entonces “gobierno militar” al mando de Augusto José Ramón Pinochet Ugarte. A su potestad estaban los órganos encargados de la represión, de su boca salieron órdenes que a un ser humano normal le cuesta creer: derribar el avión en el cual se sacaría a Salvador del Sagrado Corazón de Jesús Allende Goznes, fue una de tantas.

Tras años de protestas y negociaciones políticas el régimen cayó, pero su doctrina perdura tal como la Constitución.

Luego de 27 años de espera el ex dictador murió y miles de chilenos se agolparon en las calles de Santiago y regiones. La alegría y la desazón se mezclaban extrañamente en los rostros de aquellos que hicieron valer su derecho a manifestarse. Muchos reían. Otros no se conformaban con que el ex dictador falleciera, pues durante mucho tiempo gozó impunemente de una libertad que no merecía, porque jamás pagó por los crímenes y humillaciones que perpetró en contra de millares de compatriotas.

Pero de la boca de Pinochet sólo salían las órdenes, pues quienes tiñeron sus manos con sangre fueron otros: Osvaldo Romo fue uno.

Conocido por sus víctimas como “el guatón Romo” o como “comandante Raúl” durante su etapa de dirigente poblacional, este agente civil de la Dina fue uno de los más temidos torturadores que ha conocido la historia de este país.

Sus orígenes se remontan a 1971, cuando era conocido en la toma de “Lo Hermida” como el "comandante Raúl", debido a sus posturas izquierdistas. Estos hechos le valieron, incluso, hasta postulaciones a regidor (labor que actualmente cumplen los alcaldes) y a diputado, en 1973. Año decisivo para él, pues tras ser detenido en Llanquihue por militar en la Unión Socialista Popular (Usopo) pasó a colaborar con la policía secreta de Pinochet, formando parte del grupo Halcón de la Dina.

Su figura alta y fornida era familiar en todos los campamentos controlados por el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR). Romo, a su vez, identificaba a los principales dirigentes y enlaces que circulaban en “Vietnam Heroico”, “Nueva La Habana” y otros enclaves miristas de los suburbios obreros. Así, desde que apareció en la mañana del 11 de septiembre de 1973 en el campamento “Lulo Pinochet”, vestido de suboficial, identificando militantes de izquierda, Romo se transformó en uno de los más feroces enemigos del conglomerado que en esa época era dirigido por Miguel Enríquez.

Tras el golpe, apareció en los mismos barrios con el clásico uniforme militar deteniendo a sus amigos y conocidos -en los círculos de izquierda todavía se debate si cambió de bando o fue siempre un infiltrado en el movimiento popular. Algunos sobrevivientes de la Villa Grimaldi, el más conocido centro de torturas de la Dina, han asegurado que Romo era un sádico que no sólo violaba personalmente a las prisioneras, sino que además utilizaba perros y les introducía ratas en la vagina; además, se solazaba especialmente con la aplicación de electricidad, aun si el torturado era algún antiguo conocido.
Este sujeto de 70 años estaba involucrado en más de un centenar de casos de violaciones a los derechos humanos y sumaba condenas a 92 años de prisión, varias de ellas ya refrendadas por la Corte Suprema.

El torturador jamás se arrepintió de sus crímenes. Es más, hace algunos años, en una entrevista con el canal Univisión, afirmó que el gran error de la dictadura de Pinochet fue haber dejado izquierdistas vivos. “Yo siempre le decía a mi general Manuel Contreras -jefe de la Dina - que no hay que dejar a ningún periquito vivo”, decía aquella vez.
En junio de 1992, ya recuperada la democracia, fue localizado en São Paulo, Brasil, donde vivía con una identidad falsa junto a su esposa y cinco hijos. Tras ser detenido, fue deportado a Chile en noviembre de ese mismo año. Según fuentes penitenciarias, su familia sigue viviendo en Brasil y Romo jamás recibió visita alguna en los años que permaneció preso.
Este individuo ya había sido hospitalizado en estado grave en junio de 1974, debido a un cuadro de descompensación diabética y neumonía. Además, sufría las secuelas de un accidente vascular encefálico y una cardiopatía. Fallas que en definitiva, acabarían con su vida, postrado en una cama del Hospital Penitenciario, solo y sin el poder y autoridad que algún día ostentó
¿Pero cómo un hombre después de ser dirigente poblacional pasa a ser parte de la represión y parte de una cúpula que ejecutó a miles de personas?

Según Sonia Rodino Toro Bravo, ex presa política, Romo sólo quiso salvar su “pellejo”, pues si no “caía él o ellos”, por haber trabajado para la Unidad Popular tan sólo un tiempo antes del golpe”. Esta condición hizo que comenzara a denunciar a sus propios camaradas, convirtiéndose en uno de los rostros más temidos de la dictadura de Pinochet.

Ella tenía 23 años cuando su vida se vio seccionada tras el 11 de septiembre de 1973. Todo cambió rotundamente, su libertad se vio afectada, su familia separada –un hermano desaparecido- y sus ideales humillados. Una vida y sus sueños truncados, un dolor que no lo aquieta ni siquiera la muerte de este “verdugo”, quien, dijo Sonia, “se llevó muchos secretos a la tumba”.





De la alegría al terror


Ella pertenece a una familia que figuró en los registros del Partido Comunista (PC). Su padre, Nicomedes Toro, fue miembro del Comité Central del conglomerado. Entonces, desde pequeña su vida giró en torno a ideales de izquierda, que ella cultivó a través de su paso por la Universidad Técnica del Estado, UTE, (hoy, Universidad Tecnológica Metropolitana), donde sólo alcanzó a cursar el segundo año de Construcción Civil, pues el 11 de septiembre de 1973 su vida giró 180 grados.



¿Qué pasó ese día?

La orden que había en aquel entonces, porque el golpe se veía venir después del tanquetazo, era para nosotros los estudiantes y los trabajadores defender nuestro puesto de trabajo o el lugar de estudio. Trabajaba en el Servicio de Vivienda y Urbanismo (Serviu) y estudiaba en la UTE. Me pareció que lo más correcto era irme a la universidad, pero mientras esperaba el micro, una vecina me tomó del brazo y no me dejó ir, llevándome de vuelta a casa. Estando ahí, mi madre no me dejó ir a ninguna parte.

¿Tuvo miedo?

En el momento no se siente miedo, se siente decepción y traición, puesto que eran los militares de tu país los que estaban asesinando a su propio pueblo, fue una terrible decepción. Aparte, la incertidumbre del no saber qué iba a suceder más adelante, de no saber qué va a ocurrir con tu vida. En ese entonces mi padre era miembro de la cúpula del Partido Comunista, entonces te imaginas muchas cosas, sientes temor al no saber qué sucederá con tu familia.

Su padre era miembro de la directiva del Partido Comunista, ¿Qué pasó con él y donde estaba aquel día?

Mi padre se encontraba en Moscú, donde se sabía que el golpe era inminente, por lo cual quiso regresar a Chile de inmediato, aun sabiendo que podría ser detenido. Pero él quería estar junto a su familia. Mi papá aterrizó a las 11 de la noche del 10 de septiembre en un AeroFlot. Este fue el último avión que llegó, porque desde ese momento el aeropuerto ya estaba cerrado. De ahí en adelante el vivió prácticamente en la clandestinidad.
Dada la situación, mi padre sabía a lo que se estaba arriesgando. Cuando llegó a casa, recibió órdenes de no salir de ahí, de mantenerse junto a nosotros hasta nuevo aviso o hasta que algo sucediera.





¿Qué sintió cuando advirtió que el golpe no era de uno o dos días?

Como joven no media la magnitud de lo que venia por delante, y me sentía muy frustrada, porque se me coartó, por los lazos paternos, la libertad de salir a la calle, de ir a la universidad, a los cordones industriales, porque se suponía que teníamos que defender las industrias, nuestros lugares de trabajo y de estudio. Entonces me sentía como que me cortaban las alas al no poder hacer esas cosas, porque desgraciadamente en el caso nuestro había un seguimiento desde que mi padre regresó de Moscú, por lo tanto, mi familia desde un principio estuvo bajo vigilancia de la Dina.
De hecho, desde el 12 de septiembre, ya en la esquina y en frente de mi casa se paraban los agentes amedrentándonos. Hasta ese momento no nos tocaron, pero sí había una clara provocación por parte de ellos.



A partir desde ese momento, Sonia y su familia vivieron angustiados, esperando el día en que su casa fuera allanada. El miedo infundido por los agentes apostados a las afueras de su domicilio hacían aún más terrible esos momentos. Durante 1973 y 1974 se mantuvieron en el mismo lugar, viviendo prácticamente aislados del mundo, cualquier movimiento o situaciones de complicidad con sus compañeros podía ser el detonante de situaciones dolorosas, pero en 1975 la casa de la familia Toro Bravo fue allanada. Buscaban al padre de Sonia, pero éste rápidamente fue sacado por los patios de las casas. Al ingresar los agentes se encontraron con el hermano de nuestra entrevistada, bautizado con el mismo nombre que su padre, Nicomedes, razón por la cual lo detuvieron.



¿Su hermano Nicomedes en cuántas oportunidades fue detenido?

Fueron tres oportunidades en la que Nicomedes fue detenido. En la segunda detención estaban en busca de mi papá. En esa ocasión se llevaron a mi hermano y a mi mamá, esto fue tipo cuatro de la mañana, fueron unos treinta civiles con pasamontañas, con metralletas. Los vecinos, al escuchar los golpes y los gritos, comenzaron abrir las ventanas, fue ahí cuando estos tipos comenzaron a disparar.


¿Qué fue lo que hizo luego de la detención de ambos?

Cuando terminó el toque de queda me lancé a la calle a buscarlos. Iba a las comisarías a (la Policía de) Investigaciones, no hubo lugar donde no fuera en busca de ellos. Al tercer día de estar detenidos, la Dina sabía que yo estaba buscando a mi hermano y a mi mamá. Fue tanto lo que hice, que estos tipos llegaron a la casa a decirme que me quedara quieta, que no sacaba nada en gastar plata y zapatos, que yo no iba a saber de ellos. Fue ahí donde yo encaré a uno de los que estaban allí, lo agarré y le dije: “Entiéndeme, tú eres hijo también, tú tienes una madre, ¿qué harías, te quedarías quieto? Por favor díganme dónde está ella y mi hermano”.

Fue ahí donde advertí que el tipo, que usaba unas gafas oscuras que se le cayeron cuando lo encaré, tenia los ojos rojos, porque andaban todos drogados. Me dijo que no me iba a decir donde estaban, pero que si quería mandarles útiles de aseo, galletas y cigarros, se los mandara porque iban a estar cinco días incomunicados y después me iban dar noticias de ellos.


¿Ellos mantuvieron algún tipo de comunicación en el lugar de detención?

El tiempo en que estuvieron detenidos se comunicaban tosiendo para saber que todavía estaban juntos y en el mismo lugar. Era una especie de clave que sólo ellos entendían. Fue el único consuelo para saber que aún continuaban con vida. Aparte, fueron torturados de forma espantosa: los colgaron de los clóset, les pusieron corriente y una serie de martirios. Creo que eso terminó destruyéndolos de cierta manera, porque al final tú terminas pensando que lo mejor es morir y dejar de recibir esas torturas. Mi mamá hasta el día de hoy guarda secretos de aquellos días, nunca quiso contar todo lo que ahí vivió.



Todo lo que estaba sucediendo era sólo el principio, faltaba lo más duro para la vida de Sonia. A su madre y su hermano detenidos, faltaban ella y su padre.
La entereza que presenta al relatar su historia es impresionante, no escatima en describir detalles de todos los hechos. Aunque sabe que describir las torturas es muy fuerte prefiere que esos detalles sean en “off the record”.



¿En qué momento fue detenida?

Trabajaba en una agencia de Polla Gol en la calle San Diego, donde me detuvieron. Allí me suben a un auto, me dicen que vamos a buscar a mi padre y se dirigen a mi casa. En ese momento me alegré porque mi padre no estaba ahí, pero cuando veo que pasan de largo entré en pánico, porque ni yo sabía donde estaba mi papá. Seguimos de largo. Se detuvieron en una población, entraron en una casa tipo 10 de la mañana y después de una media hora sacan a una persona y era mi papá. Cuando lo sacan ya lo habían torturado, no se le veían los ojos de lo hinchada que tenia la cara, lo tiran en la camioneta al lado mío. Ambos estábamos esposados. En ese momento mi papá se rebela y dijo: “No, a mi hija no. A mí me querían, aquí me tienen”. Pero cada vez que él hablaba le daban culatazos, ya después mi papá lo único que hacia era acariciarme con su cabecita. Luego nos cambiaron de vehículo y nos vendaron los ojos.

¿Dónde fueron trasladados?

Nos llevaron a Villa Grimaldi, ahí supimos que estaba mi hermano. Estábamos los tres en el mismo lugar. Bueno, a mi padre lo dejaron en libertad el mismo día y fueron estos mismos tipos los que lo llevaron de vuelta a casa. Allí le dijeron a mi madre que él se encontraba con arresto domiciliario y que no podía ver a ningún médico, era como decir ‘deje que se muera acá’.


¿Y a usted qué fue lo que le sucedió dentro de Villa Grimaldi?

Me torturaron como a muchos otros compañeros y compañeras, me pusieron corriente, me golpearon con las ametralladoras, fue un sinnúmero de torturas que creo que tú ya las conoces… A mí me interrogaban por compañeros que yo conocía, cada vez que me preguntaban, cada nombre que me daban era un latigazo, porque yo los conocía y eran compañeros de mi padre. A la larga todos ellos fueron detenidos desaparecidos, al igual que mi hermano.


Luego de estar detenida y torturada es llevada en un vehículo de la Dina a la rotonda Quilín, donde le sacan la venda, las esposas y la liberan. Ahí la ubicaron en sentido contrario a la marcha del vehículo no sin antes amenazarla: “Ni se te ocurra mirar para atrás conch’etumadre, o si no te matamos”, fue el “adiós” de sus captores.

A la fecha, su hermano nunca fue liberado. Hoy es uno de los tantos nombres que aparecen en las listas de detenidos desaparecidos.



La justicia


El camino judicial también fue parte de esta conversación que abordó una de las páginas más oscuras de la historia de Chile.



¿Qué pasó con las querellas que interpuso en tribunales?

Se llevó a tribunales, hubo querellas, jueces… Pero hay que decirlo, esta justicia no es justicia, ni antes ni ahora. En ese momento cuando fui a los tribunales, a la Corte Suprema, los ministros, muy cara de raja, me decían que ellos tenían entendido que Nicomedes se encontraba fuera del Chile. Yo me paré, el abogado me hizo sentar y les dije que cómo podían decir eso, si yo fui detenida junto con él. Me decían que yo estaba muy nerviosa, que estaba viendo mucha televisión, se reían de mí y de tantos compañeros que estaban igual que yo. Ese fue mi recurso de amparo, hubo muchos compañeros que hicieron lo mismo y también fueron humillados por parte de la justicia chilena.


Tras este negro capítulo, Sonia se dedicó a trabajar en la prensa clandestina junto a sus compañeros. No podía arriesgarse demasiado porque ya era madre, además, dijo, protegía a sus hermanas y a su madre.

La represión seguía y siguió hasta 1983 y el fantasma del miedo que le rondaba no sólo era por sí misma, sino más bien por el niño que estaba por nacer.


¿Cuál es el estado de las querellas?

Igual. Como siempre lo he dicho, la justicia es sorda, ciega y muda. Ingresé al informe Valech y al Rettig pero eso sólo sirve para… sabes no sirvió de nada. Sólo para algunos que figuraron y se siguen riendo de nuestras desgracias.

Festejo reprimido


La muerte de Augusto Pinochet la celebró aunque con un dejo de desprecio, porque nunca cumplió penas carcelarias por los crímenes que cometió. Sin embargo, de igual forma eso fue un alivio para Sonia, ya que “siempre estuvo el miedo de que volviera a pasar algo parecido, que ellos volvieran a ser perseguidos”.

Con la muerte de Osvaldo Romo la situación fue distinta, porque “este asesino se llevó muchos secretos a la tumba que jamás se podrán saber”.



¿Qué pasa por su cabeza cuando se entera de la muerte del “guatón Romo?

Son sentimientos encontrados, porque no me gustó que se hubiera muerto, porque él tenía mucho que declarar. Por ejemplo donde estaba mi hermano y tantos hermanos, tantos padres, tantos hijos, niños, embarazadas tanta gente.


Pero, ¿no le produce alegría saber que falleció uno de los más macabros torturadores de la historia de Chile?

Me produce una desazón, porque se están muriendo personas que pueden decir qué pasó con nuestros seres queridos, cómo murieron o dónde están. Yo no gocé con la muerte de Romo.


¿Usted cree que se llevó mucha información Osvaldo Romo a la tumba?

Claramente se llevó mucha información. El era uno de los principales informantes, era el cerebro de las macabras torturas. Con él cayeron hartos compañeros que jamás se imaginaron que este tipo iba a traicionarlos, jamás!


¿Qué piensa cuando se entera de que este torturador jamás dio señales de arrepentimiento?

Es lamentable. Lo triste fue escucharlo en una entrevista que dio a Univisión, donde señaló que no se arrepentía de nada y que encontraba que la tortura era una cosa buena. Una persona así no tiene perdón, menos si se fue a la tumba con el secreto de los paraderos de los detenidos desaparecidos.


¿Usted cree que al guatón Romo le cargaron las acusaciones de tortura?

Si pues, también eso es verdad. Como lo decía anteriormente, Pinochet no sufrió nada, Contreras un poco más, pero faltan muchos que tienen que pagar, por ejemplo Iturriaga Neumann, que se ríe de la justicia chilena, bueno si es que ésta existe. Es una vergüenza, todo es un circo. Creo que la justicia le cargó la mano a Romo, como se dice en buen chileno, porque era un agente nada más, pero si hubiese sido un oficial de rango las penas serían como las que le dieron al “Mamo” Contreras, a Pedro Espinoza, o los chistes de condenas con las que sentenciaron a Augusto Pinochet.


¿Qué le hubiera dicho usted a Romo si lo tuviera al frente?

Que es un asesino, que esta loco. Sin embargo, la rabia que tengo porque aún no sé nada de mis seres queridos, familiares o amigos, me deja una impotencia tremenda de que se siguen muriendo sin que aún no se sepa toda la verdad de lo que sucedió acá en Chile.
Y los gobiernos de la Concertación no han hecho nada, riéndose de nosotros y ocupándose sólo en sus candidaturas presidenciales. Es una vergüenza todo esto, esperemos que no vuelva a suceder. Me da rabia que jueguen, por ejemplo, con los restos de los familiares del patio 29.



La justicia aún no llega para Nicomedes Toro. Han pasado más de 28 años desde la última vez que su familia lo vio con vida. Ella ya no espera justicia, porque sabe que nunca llegará. Ahora, busca respuestas en la Oración a lo que cambió su vida para siempre. Piensa que todos aún se ríen de lo sucedido y que jamás nadie juzgará a los verdaderos asesinos de su hermano de de miles de chilenos.

Texto agregado el 23-02-2010, y leído por 104 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
23-02-2010 Querido cuñado, excelente entrevista, le sugiero ampliar el genero con presos mapuches, mis 5 godalhi
23-02-2010 Cuidado con el mentiroso arpegio, es murov disfrazado spy
23-02-2010 Tema cabilla. 5* Arpegio
 
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