Carnaval en la ciudad de nadie,
comparsa de labios que se chocan
dentro y fuera de los límites deseados,
sabores incompletos que deambulan
por las calles del fracaso,
ojos que saltan entre los cuerpos
silenciosos y baratos de una sombra
perdida en la oscuridad.

-¿Dónde llevará este carnaval absurdo?-

Hay que bailarlo lentamente;
paladeando la nada de sus profundas fisuras,
hay que morderle el corazón hasta que sangre,
esconderse en las esquinas del tal vez,
del desencuentro anunciado ayer.
Conozco la sonrisa del adiós
y ya morí abrazado a su pollera corta,
mis piernas se enredaron en su vientre,
prisioneras de la suavidad perfumada
de sus pequeñas curvas traidoras.
Resbalé sabiamente por su piel mojada,
amparado en sus olores ambiguos.

-¿Dónde comienza y termina el carnaval?-

Acaso la recompensa prometida,
no sea más que esta rueda eterna
que gira en torno de sí misma,
y cae una y otra vez sobre esta tierra
que los hombres secaron cruelmente
en la soberbia insaciable de saber.
Y así vamos,
pisando la agonía noche tras noche
con los huesos gastados.
Los leones nos miran tristemente
desde las jaulas, que en sus ojos
representan la libertad
en nuestra prisión continua;
en este carnaval,
en esta ciudad de nadie…