Ella acostumbra venir al arroyo por respuestas desde que su memoria vertió su contenido en él. Como si pudiera revisar el pasado en su agenda líquida, sus manos acarician las páginas de agua en tanto sus rodillas besan la suave orilla de sus márgenes. Cada prenda que sumerge descarga en la historia de su amor un trago amargo de desesperanza. Los paños blancos quisieran ocultar su secreto entre los pliegues, que sus manos reniegan prensándolos con ferocidad felina, hasta que derrotados hunden su grito ahogándolo en la profundidad de sus recuerdos. La joven esconde la angustia en su hermosa cabellera que llora una serena lluvia sobre el riachuelo y acompaña el lamento meciendo su cuerpo con una dulce danza entre su espalda y su pelo. Su blusa emerge blanca, limpia de la noche anterior y la acomoda en el cesto de mimbre junto a las sábanas, cómplices de su madurez.
La bella lavandera yergue su cuerpo sosteniendo la canasta, y antes de partir mira de reojo al arroyo confidente, que refleja su esbeltez, ahora inmaculada.
Por un momento, se siente libre y sueña con retomar su vida en donde había quedado antes de su última aventura, pero esta vez siente que algo ha pasado y le impedirá voltear la página. Sus pies descalzos sienten la hierba que le reprocha en alfabeto braille la corta visita que ella acostumbra cada día después. Allá abajo, el torrente susurra con indiscreción lo que arriba el mismo cauce finge no saber. Ella cierra sus oídos a la acusación pero su interior le grita a latidos su vergüenza, la que esta vez no puede ignorar. Su corazón la aturde en un galopar intempestivo hasta que súbitamente el arroyo calla.
La mujer, aun desorientada se sienta lentamente a contemplar el extraño suceso en que las aves se suspenden en vuelo, los arboles se niegan a acompañar al viento y el agua se estabiliza hasta congelarse bajo la cálida temperatura ambiente.
Como un viejo fonógrafo, el bosque retoma su música en lenta aceleración y el viento por primera vez afeita las matas a contrapelo cuando sorprendentemente, la cuenca invierte su curso vertiendo sus aguas rio arriba, hasta secar completamente su lecho.
La desconcertada doncella se pone de pie, y comienza a caminar maravillada hacia el centro del arroyo seco y sus pies sienten el limo del fondo como el sedimento de sus turbulentos recuerdos de vida, que ahora se apoderan de su piel y la bañan sumergiéndola en su memoria hasta ahogarla en un rio de excitación. Las aves acompañan la escena con un diabólico canto invertido que sucumbe ante su efervescente frenesí. El posterior silencio estalla en una estampida de la vertiente que inunda la depresión violentamente, escondiendo los recuerdos de la ninfa en el lecho del arroyo enamorado.
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