Cierta vez, paseándome por uno de esos pequeños pueblitos del interior, llegué a una bifurcación en forma de “T”. Era de noche, detuve mi carreta y bajé en busca de alguna señalización que me indicara el camino que debía seguir.
No encontré nada más que un enorme árbol de tronco gris y grueso, copa elevada y hojas negras. Quizás no fuesen negras durante el día, pero en ese momento me parecieron tan oscuras como el cielo nocturno.
No era ni un pino, ni un álamo ni un roble… no era, por cierto, ninguna clase de árbol que hubiera visto en mi vida. Era demasiado ancho y grande y deforme, pues sus ramas se estiraban en todos los sentidos, sin respetar ninguna anatomía.
Lo contemplé como un sacerdote contempla su altar.
Mi iniciativa me llevó, entonces, a tomar el camino de la derecha. Subí de nuevo a mi carreta y avancé.
De nuevo, más adelante, llegué a otra encrucijada. Me dije a mi mismo que no podía elegir la derecha, pero fue una decisión infundada, del mismo modo que me hubiera dicho que esa noche no debería haber vestido de negro.
Así que esa vez marché por la izquierda. El camino bajó en una cuesta y volvió a subir un poco más adelante. La luna se escondía en lo que intentaba ser un horizonte pero que no lo era, pues estaba demasiado lejos. Tampoco había árboles, y la imagen del último que había visto se me hacía tan grande y terrible que, por alguna razón, me daba escalofríos.
La próxima bifurcación tomé por la izquierda y la siguiente, es decir, la cuarta, por la derecha. Al final llegué a un amplio claro donde el camino terminaba y donde una barrera de árboles bloqueaba mi camino. No había allí nada más que silencio y no era el lugar al que quería llegar.
Así que regresé, pero cuando calculé que debía estar por llegar a la primera de las bifurcaciones, encontré que el camino seguía recto e ininterrumpido. Siguió de esta manera, todas las bifurcaciones en forma de T habían desaparecido.
Al final llegué hasta el terrible árbol, que al ver mi carreta se agitó, como si estuviese saludándome o despidiéndose de mí.
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