Las tinieblas eran lo normal para Gabriela. Había nacido ciega por un extraño mal congénito del cerebro, a los cuales los médicos no le hallaban solución alguna. Sólo un neurólogo había planteado a sus padres la posibilidad de una intervención, pero con un alto riesgo:
-Su hija podría ver -dijo- pero probablemente quede idiota.
Al padre de Gabriela le disgusto aquello, de manera que dio las gracias al galeno. Después de todo, la capacidad de ver sabía a poco, sin la posibilidad de deleitarse de la belleza del mundo, por medio de la inteligencia.
A cambio de la vista, Gabriela recibió (mejor sería decir "desarrollo") otras capacidades: el resto de sus sentidos le permitió percibir el mundo de una manera completa y satisfactoria, pero más allá de esto, forjó un carácter fuerte y decidido, debido en gran parte, al apoyo de sus padres, quienes jamás le facilitaron cosa alguna por el simple hecho de ser invidente. Desde luego, tuvieron que adaptarse a las circunstancias, pero Gabriela siempre mostró una extraordinaria disposición y facilidad para ello. Amén de lo difícil que resulta de por si ser diferente, tuvo que soportar las burlas y abusos de sus compañeros de la escuela, ya que los niños, al fin y al cabo, suelen ser los más crueles tratándose de discriminación. Sin embargo, pudo superarlo, e incluso revertir el problema a su favor, al templar su carácter gracias a las burlas. Al final, la gran mayoría terminaba por admirar el temple de aquella extraña y hermosa invidente.
Contrario a la mayoría de los discapacitados, Gabriela no tendía a esa autocompasión que se torna en hostilidad hacia el resto del mundo, por el hecho de ser inválido. Había aprendido a adaptarse exitosamente, por lo que para ella la vida era tan normal como para cualquier otra persona.
Pasaron los años al tiempo que ella se abría paso en terrenos académicos y sociales a fuerza de su potencial en pleno desarrollo. Consiguió entrar a una Universidad para gente normal, consciente de la discriminación implícita en crear instituciones especiales para gente discapacitada. Gabriela comprendía perfectamente la necesidad de adaptar ciertas cosas para quienes como ella, tenían algún impedimento físico, pero no estaba dispuesta a autoexcluirse como muchos otros lo hacían.
En la Universidad conoció a Rodolfo. Era tres años mayor que ella, pero admiraba la tenacidad de la joven, y su belleza, la cual lejos de opacarse a causa de sus ojos muertos, daba un halo de misterio a su rostro. Gabriela agradeció la poca deferencia compasiva que Rodolfo le otorgaba, y le gustaba su compañía. Pronto se hicieron novios, ante la asombrada mirada de la mayoría de sus compañeros.
Como suele suceder, el caso de Gabriela llamó la atención de los medios. Por regla general evitaba que se le pretendiera exhibir o que la tomasen de ejemplo, pues para ella, su condición no era sino la mano que la había tocado en el juego, por lo que debía insistir en jugar lo mejor posible con ella. Sin embargo, Rodolfo consiguió ablandar un poco el duro carácter de la chica, argumentando que seguramente la dejarían en paz si les concedía hacer la nota una sola vez. Gabriela accedió, tal vez no muy convencida, pero con la esperanza de que Rodolfo tuviera razón.
Semanas después la nota apareció en un noticiero. Gabriela no se dignó a escucharla, aunque Rodolfo permaneció atento a ello. Por tal razón, aceptó el ofrecimiento de un famoso neurólogo a espaldas de Gabriela, el cual aseguraba poder curar la ceguera de la joven con un mínimo riesgo, y sobre todo, de manera gratuita, pensando quee la publicidad que le daría el caso, pagaría por si misma lo invertido en la difícil intervención. Rodolfo le dio la noticia a Gabriela como "sorpresa de cumpleaños", y aunque no lo aceptó de buena manera, su temple de león se tornaba en dulzura tratándose de Rodolfo. Un poco a regañadientes, aceptó.
Gabriela no tuvo que esperar demasiado para la operación. Unos días después, estaba en el quirófano, del cual salió después de algunas horas de inconsciencia. Cabe decir que el médico hizo un trabajo admirable, aunque los resultados se sabrían hasta unas horas después de la operación, cuando el efecto de la anestesia pasase, y Gabriela abriera los ojos a su nueva vida.
Antes de relatar lo ocurrido, merece la pena hablar un poco de la suerte del doctor que la operó: Desde luego, se volvió muy célebre y famoso por el asunto de Gabriela. Se hizo de una plaza de neurología en una clínica privada en Houston, donde cobraba millones de dólares por operar hoipocondríacos con gordas billeteras. Hasta donde supe, nunca más volvió a operar a nadie de manera altruista.
Gabriela sentía que todo le daba vueltas cuando despertó. La oscuridad envolvía su entorno. Un tanto avergonzada por su egoísmo, sintió alegría por el aparente fracaso de la operación. Su alegría se disipó cuando un enfermero anunció que le quitarían las vendas de los ojos. Rodolfo pemanecía ansioso frente a ella, pues quería ser lo primero que Gabriela viera, literalmente, en su vida.
La reacción de la joven no pudo ser más decepcionante: Permaneció en su sitio sin decir nada, con un rosotro que expresaba una emoción vacilante entre el terror más absoluto, y una vaga indiferencia. Ninguno de los presentes podría comprender que, si le pedían a Gaby que describiera su entorno, ella no habría podido hacerlo: habiendo vivido una existencia en la tiniebla más absoluta, carecía de parámetros para decir si Rodolfo era guapo o no, si la luz se le hacía bella, o cual era su color favorito. Gabriela no tenía palabras para decir como se sentía, y se desmayó.
Despertò un poco màs tranquila, pero aun temblaba. Hablaba tartamudeando y sin coherencia. Un enfermero les dijo con relativa tranquilidad que era un comportamiento normal, que acaso en un par de dìas se habrìa adaptado a su condiciòn y podrìa volver a su vida normal y feliz. Rodolfo se la llevò a casa ese mismo dìa, ante la asustada mirada de Gabriela, a quien todo parecìa asustarle.
Pasados algunos dìas, Gabriela habìa mejorado un poco respecto a su nueva condiciòn, pero tambièn habìa cambios radicales en su caràcter. Salìa de casa con su bastòn, aunque Rodolfo le decìa que eso ya no era necesario. Ella solo se encogìa de hombros sin responder nada. A diferencia de cuando era invidente, ahora caminaba ecorvada e insegura; su mismo caràcter se habìa visto afectado, pues su anterior temperamento fuerte y participativo, se habìa trocado en timidez e inseguridad. Sus maestros y compañeros hablaban con ella, extrañados por la situación. Ella solo sonreìa, murmuraba una disculpa, y se alejaba encorvada y diminuta por los pasillos.
Cotidianamente esperaba la llegada de la noche con ansiedad. Anhelaba por regla general llegar a su departamento y apagar las luces, pues en esos momentos de oscura soledad podìa pretender volver a ser la de antes. Era en estos momentos cuando caminaba erguida, orgullosa; como lo hacìa antes de la operaciòn. Trabajaba con plena seguridad y certeza de que cuanto hacìa estaba bien. Hojeaba sus libros en braille, pensaba... en fin, que si hubiese tenido la oportunidad de quedarse por siempre en ese microuniverso de sonidos olores y texturas, nada la habría hecho más feliz en el mundo, sin importar el precio.
Rodolfo no parecìa decidido a resignarse con la actitud de Gabriela. Pensò que quizà un cambio màs radical en su relaciòn acaso influyera en su comportamiento, por lo que decidiò adelantar una decisiòn que ya habìa tomado: le propondrìa matrimonio. Ignoraba lo que ocurrìa en el departamento de la chica cuando estaba sola, de manera que usò su llave al percatarse de que todas las luces estaban apagadas. Aunque estaba metida en lo màs profundo de la casa, Gabriela escuchò el picaporte abrirse. Cuando saliò, mirò a Rodolfo, quien extrañado, llevaba un ramo de rosas y un pequeño estuche en una mano. Rodolfo encendiò la luz, cosa que encolerizò a Gabriela. Aunque la presencia de Rodolfo en su casa sin aviso alguno le molestaba un poco, realmente fue el acto de encender la luz lo que sacò de sus casillas a la joven. Se sintiò invadida en lo màs ìntimo de su ser, casi ultrajada. Rodolfo apenas pudo hacerse a un lado para evitar el ataque de la furiosa joven, que se lanzò desesperadamente contra su novio. El movimiento instintivo de Rodolfo provocò que ella tropezara con un taburete y se golpeara de frente en la cabeza. Gabriela perdiò el sentido mientras Rodolfo llamaba una ambulancia.
Algunos dìas màs tarde la pareja recibìa la mala noticia: debido al golpe, Gabriela habìa perdido nuevamente la vista. El daño en esta ocasiòn, era irreparable. Rodolfo se sentìa culpable. Le confesò sus intenciones de casarse con ella, explicàndole tambièn que ese habìa sido el motivo de su visita aquella fatìdica noche (nuevamente, había querido que todo fuese una sorpresa). Recostada en su cama del hospital, Gaby le regalò una dulce sonrisa: consolò al Rodolfo, y aunque no le dijo cuanto le agradecìa el volver a ser invidente, disipò sus remordimientos con algunas palabras de aliento y perdòn.
-Como sea -dijo Rodolfo- mañana vendràn mis padres para pedirte oficialmente. Gabriela sonriò.
Cuando se quedò sola, se felicitó a si misma. Tenìa pensado romper su relaciòn con Rodolfo al dìa siguiente. Despuès de todo, ella tambièn era buena para aquello de dar sorpresas. |