"Y buscabas la felicidad…"
Johnny estaba de buenas, hacia dos meses que no se veía con Zach y eso significaba estar alejado de los problemas. Miraba hacia el cielo, sentado en un banco de madera ubicado en un rincón del patio de la correccional, con la mirada perdida en una de esas nubes que intentan conservar su forma y no lo logran. Acababa de prender su cigarrillo, las nubes le hicieron sentir una gran melancolía y no pudo evitar volver al pasado, a aquellos recuerdos que tanto deseaba olvidar.
Eran los tiempos en los cuales se había apartado de Gino y su banda, su vida se había trasformado en una rutina agobiante, pero tranquila al fin y al cabo. Aquella tarde sin nada más que hacer, Johnny llenaba un jarro con agua para regar sus plantas de interior cuando súbitamente el teléfono de su habitación comenzó a sonar, presintiendo que no iban a ser buenas noticias, cogió el teléfono precipitadamente y escuchó esa voz, esa voz poderosa que no escuchaba hace meses, capaz de manipular cada una de sus acciones. La voz sólo le indicó una hora y un lugar: Once treinta en la taberna de Moe. Johnny sabía que el rencuentro sólo lo llevaría a un retroceso en su vida, pero el miedo lo impulsó a seguir adelante, quizás, pensó, las consecuencias de huir podían ser peores.
Eran las once menos cuarto, Johnny ya estaba en la taberna, no tenía miedo, sólo quería salir rápido de ese embrollo y dejar las cuentas claras para no tener que enfrentarlo jamás, ya que luego de esa misión no necesitaría más el sucio dinero de Gino, saldría del país y finalmente lograría su fin; una vida normal y feliz, primer y último fin que guía toda acción humana; su motor. El reloj daba las once treinta, cuando la sombra de un hombre alto, de contextura gruesa, apareció en la puerta de la taberna. Johnny con un sólo vistazo supo que se trataba de Zach, la historia se repetía, pero ahora el mandato era más peligroso y transgresor, ya no se limitaba tan sólo al hurto, esta vez incluía un asesinato. Johnny sabía que no podía negarse, ya que si no lo hacia su vida correría un grave peligro, y por otra parte, necesitaba el dinero para huir de la pesadilla que significaba vivir en la misma cuidad, bajo el alero de un mafioso como Gino.
Esa noche Johnny intentó conciliar el sueño, mas no pudo, su conciencia no lo dejaba dormir. Estaba completamente desorientado, no sabía si hacerle caso a su conciencia, o al afán por conseguir la felicidad del modo más rápido, para salir de ése embrollo de una vez por todas. Pero quitarle la vida a otro ser humano estaba por sobre lo establecido, ¿Quién era él para poner su felicidad por sobre la vida de otro, ¿Quién le otorgaba tal superioridad?, ¿Qué era lo correcto?. La indecisión lo agobiaba, el terror hacia aún más difícil el encontrar una respuesta, no sabía que hacer; pasando, así la noche en vela.
El despertador sonó, eran las siete en punto, un nuevo día comenzaba y ya lo había decidido, iba a cometer el crimen, no sólo por el dinero que iba a ganar por ese trabajo, sino porque Gino era poderoso y tenía miedo, se sentía obligado a hacerlo; Gino siempre fue símbolo de respeto, y por lo mismo, de cierta manera apoyaba sus decisiones, ya que el sabía que era lo correcto. Tanto era el poder de Gino que nadie se atrevía a contradecirlo, era respetado como si fuese la misma ley.
Se levantó, ya era hora de partir. Se puso su chaqueta de cuero negra, sus gafas oscuras, la tetera hervía; no había tiempo de desayunar, se hacía tarde. Partió al así al encuentro con Gino para recibir las últimas indicaciones del crimen. Eran las diez, Johnny abrió nerviosamente la puerta de entrada del despacho de Gino. Gino estaba sentado tras su escritorio, de espaldas a la puerta, fumando un maloliente puro, mientras acariciaba a su gato. Johnny cogió la silla que tenía ante sus ojos, se sentó y escuchó atentamente sin interrumpir su nueva misión. Consistía en eliminar a un famoso empresario, cuya fortuna, se rumoreaba en la cuidad la había obtenido tras años de estafas a empresas menores incapaces de demandar a tal magnate, puesto que su poder no tenía limites, menos aún su dinero. Su nombre era Francis O`Connor. Éste no sólo había dejado en la ruina a millones de empresarios, sino también hacía ya unos meses había estafado al gran Gino, haciéndolo invertir millones en un negocio que nunca existió, huyendo así con todo el dinero fuera del país.
La misión de Johnny era por lo tanto encontrar al magnate, eliminarlo, conseguir todo su dinero y llevárselo a Gino, así éste cobraría plena venganza por lo sucedido. Johnny no dijo palabra alguna durante los diez minutos, los que parecieron una vida entera, que estuvo en el despacho. Al salir se sentía vacío, no podía creer lo que iba a hacer, era una marioneta manejada por el miedo y la inseguridad, que buscaba cortar sus hilos de la manera más fácil.
Zach le había dado a la salida del despacho de Gino un revolver calibre cuarenta y cinco, y un papel en donde se indicaba la hora, lugar y fecha en donde debía encontrarse con O´Connor para finalmente matarlo. Transpiraba en frío, estaba a horas de cometer un asesinato, y por ende, de transformarse en un asesino. Pero el dinero y la libertad que le brindaba el matar a este sujeto lo cegaron, ya no le importaba nada, iba a hacer su trabajo y quedar limpio de sus líos con Gino.
Amanecía, Johnny despertó tranquilo, como si supiera de antemano que nada podía salir mal, estaba preparado para todo, o por lo menos eso creía. Incluso para que ese mismo día, a las cuatro de esa tarde, disparara el revolver que debía quitarle la vida a ese famoso empresario.
Se precipitó al lugar indicado, era un barrio residencial, tranquilo, silencioso, todo allí parecía estar en el lugar y momento preciso, era pues imposible de imaginar que algo malo pudiese suceder allí, y sonrió, percatándose de que era él quien iba a irrumpir con aquella armonía. Buscó en el bolsillo derecho de su chaqueta el escrito donde salía la calle y el número, comprendió la escena del crimen era la propia casa de la víctima, debía matarlo a las puertas de ésta, justo en el momento en que el magnate saliese en busca de su auto.
La curiosidad invadió a Johnny, quería conocer como era su casa, su vida, necesitaba saber quién era su víctima. Se acercó así a la residencia, miró por una ventana que daba hacia la vereda. Se quedó allí, inmutable por un buen tiempo, ya que lo que estaba viendo era conmovedor, el gran empresario O`Connor abrazando a su hija que acababa de pegarse contra una mesita de té, la abrazaba fuertemente, incluso , la expresión en su rostro era compasiva, parecía que sufría con ella. Luego de sostenerla en sus brazos por un buen tiempo, la dejó en una silla y salió de la habitación. Volvió después de unos segundos con una máscara de payaso para hacerla reír. Johnny no podía creer lo que estaba viendo, se conmovió hasta los huesos e incluso llegó a sentir como unas cuantas lágrimas corrían por sus mejillas. Era incapaz de entender la frialdad del acto que iba a cometer, el cómo el dinero por tal crimen iba comprar su felicidad y de paso dejar a una familia sin el padre, ¿Quién era él para hacer eso?.
Desesperó, no sabía que hacer, se encontraba entre la espada y la pared, con menos de diez minutos para tomar una decisión, la decisión más grande que habría de tomar en su vida. Estaba aterrorizado, las piernas le temblaban, los nervios lo perturbaban. Pensó cuidadosamente la situación comprendiendo que no era su obligación matar a ese hombre, que no tenía el derecho para hacerlo, era humano igual que él y merecía ser feliz, no podía ensuciarse las manos en "favor" de la justicia por lo que O`Connor le había hecho a Gino; quién era él para tomar el papel de juez, nadie debe ser juez más que de su propia vida, quizás, sí, O`Connor cometió un error, ¿Pero el error que iba a cometer él enmendaría el ya cometido?, tomó así la determinación de marcharse. En ese mismo instante, cuando iba camino a la estación de ferrocarriles, O`Connor salió de su residencia y sus miradas se cruzaron por un segundo, el empresario le sonrió amablemente. Estaba en lo correcto, seguir a su razón fue lo más prudente que podía haber hecho, pensó.
Gino nunca confió en Johnny, él, siempre sospecho de su debilidad, y por lo mismo, envió a dos de sus hombres a que lo siguieran. Al ver éstos que el trabajo no estaba terminado, decidieron tomar cartas en el asunto, y sin previo aviso mientras O´Connor se subía a su automóvil le dispararon de muerte.
Johnny no lo podía creer, cayó de rodillas al suelo y mirando hacia el cielo gritó, gritó como nunca lo había hecho. Pero en ese preciso momento los dos hombres de Gino se le acercaban, con una risa burlona entre sus labios, una risa que lo enfermaba de sólo mirarla, era observar ahí delante sus ojos la estupidez humana, no podía creer como había gente tan fría este mundo, cuyas reacciones fuesen incomprensibles de entender. Ambos lo miraron fijamente durante un rato para luego estallar en una gran y estrepitosa carcajada, que terminó cuando uno de ellos le dijo que el dinero destinado para él, ahora les pertenecía y que estaban felices, de hecho nunca habían estado mejor, porque con el dinero que habían ganado podrían irse por fin a las islas Fiji, de vacaciones.
Johnny no sabía que responder, nunca había escuchado tanta necedad e imaginó que estos hombres no debían estar en su sano juicio. Era conocido entre los mafiosos de la cuidad la estrategia utilizada por Gino, apadrinar a un demente del psiquiátrico, ayudar al gobierno con su estancia allí, pasando a ser su "único familiar", teniendo así la facultad de poder retirarlo bajo ciertos exámenes médicos aprobados y prometiendo mantener su salud mental en el futuro. Así pues cuando su víctima saliese del psiquiátrico lo obligaría a realizar un trabajo para él como pago por los "favores" hechos anteriormente, apelando así a la "conciencia" del enfermo.
De ese modo, cuando la ley los juzgara el caso fallaría a favor de Gino, ya que es muy difícil juzgar por la ley civil a alguien que por trastornos no es capaz de utilizar su razón, y por ende, hacerse responsable del acto que esta cometiendo. Gino era inteligente, manejaba el crimen a la perfección, tal como un buen jugador de ajedrez, tenía una estrategia infalible, con identificaciones falsas, y buenos antecedentes. Tenía todo en sus manos; reflexionó.
Sin mirar atrás Johnny se marchó de ese lugar, sin ni siquiera preguntarse por las consecuencias de sus actos, había obrado bien, no le temía a nada.
Dos semanas después Johnny recibió la notificación policial. Un sobre completamente cerrado, el cual tenía en su esquina superior inscrito "confidencial", Johnny presintió de qué trataba. En el se le informaba que debía presentarse en el Quinto Juzgado del Crimen de la cuidad por intento de homicidio en primer grado. No tuvo miedo y tampoco lo tuvo cuando lo sentenciaron a dos años y tres meses tras las paredes de la penitenciaría de Roxville. Sabía que se estaba apelando al mal uso de su razón, quizás no había alcanzado a cometer tal calamidad, pero sabía que era lo correcto, lo justo. Y pensó cuantas veces la gente piensa y no actúa, o tantas otras en se actúa sin pensar. Comprendió que nadie podía decirle que es lo correcto, ya que eso siempre lo sabemos. Johnny sabía que eso era lo correcto y estaba dispuesto a enmendar su error, su poca determinación y la falta de valentía para oponerse en contra del gran Gino, quien no era más que quien ponía a prueba su conciencia, su sensibilidad como ser humano, colocaba en jaque su integridad, transformándolo en una pieza más de su juego de ajedrez, aterrorizada por un futuro incierto llenos de amenazas, el cual lograba "asegurar" con obediencia y sumisión. Eso había terminado era por fin un hombre libre.
Contempló un rato las nubes desde el banco de la penitenciaría, nubes que poco a poco comenzaron a desvanecerse y a dar paso a ese deslumbrante sol de la mañana. Sonó el timbre para ir a las celdas, Johnny se levantó de su banco, sonrió y se alegró de que ya todo hubiese quedado en el pasado, de que tal vez físicamente estaba limitado, pero su mente volvió a reencontrase con la libertad… |