Aullando bajo el agua.
La voz como hélice,
cortando asma-tragedia;
aire cautivo de su propia muerte,
grito subacuático
vibrando
como erizo prisionero
bajo una pared de dura muerte y agua.
Esferas de aire,
la última expresión de los alvéolos.
Ojos que en comprendido horror
se levantan y ven
al mundo que se hunde.
Pero el aire;
por su pura angustia,
su pura negación;
es incapaz
de hacer cicatrices en la piel del agua,
porque
hay algo de fénix en el viento:
un ser-por-siempre que no sabe
del silencio
ni la calma
ni la tumba,
y no logra clavar un sólo clavo en su ataúd.
Se contrae como boomerang sobre su vuelo.
Y el aullido cae,
renovado,
en cascada submarina de diamantes.
Entonces,
de muda pústula de superficie
a perlas llenas de agonía,
a cuerdas en acción desesperada,
hasta ser
otra vez
magia combustible en la garganta.
Ascenso agónico del aire,
renueva su latir en la caída.
Como redes aéreas
en plena catálisis rebelde,
en vital, incendiaria, rígida,
precipitación hacia el abismo.
Se dispara el grito
en brutal descenso,
en tenaz y dura cromotipia.
Hundiendo con su fuerza
el cuerpo de su líquido captor,
y bañando la muerte
en una lluvia psicoactiva de cometas.
La voz, vuelta un nudo en el pecho,
bate a rítmicos tropeles de amatista.
Y eléctricas pasiones lo levantan,
crecen de su aullido muerto
diáfanas tormentas de alegría,
el cuerpo ahogado se propaga
en caudales de espuma autocristalizante.
Venas floreciendo
hacia un coral lleno de sangre,
que en su sólida emoción
estallan,
devorando
la entraña fluorescente del abismo. |