Inicio / Cuenteros Locales / Villa / Sueños. (Dios ha muerto)
Cielo violáceo se torna en matices semicálidos de tonalidades azul pálido entremezclándose con el mar. Los símbolos de interrogación a forma de nubes distorsionadas mudan la piel dando paso a signos de exclamación que caen deslizándose perezosamente. La arena esculpe formas de dudosa veracidad que el viento se lleva seguidamente sin complejos dejando un rastro de azahar que se unen a la cantinela diaria de los relojes parados. Una niebla de loto se difumina en el espacio ocupando el lugar del aire, que pasa a formar parte del cosmos. La respiración se espesa creando una sensación de agradable pertenencia al todo. La colina cubierta por orégano se eleva tocando la luna, que se abre como el zigoto de un ave cascado en una sartén. De su interior aparecen viscosos líquidos de numerosos colores mate que se deslizan ladera abajo inundando las casas de madera en el interior de árboles secos y yermos en tierra infértil. Los habitantes salen alegres de sus hogares festejando la llegada de su alimento.
Las estrellas comienzan a crepitar y centellear mirando con ojitos azules ofreciendo compasión. La tierra distorsiona su forma esférica para dar lugar a una elipse irregular, desafiando toda ley existente. El agua se disocia de la vida inundando las figuras que la arena forma y el viento se lleva. Todas ellas quedan mojadas, pesadas. Decide cambiar de estado ocupando el lugar que el loto había reclamado para sí; dando lugar de esta forma a un nuevo orden.
Nada es lo que parece ser. Curiosamente, la percepción individual no existe. No hay noción de existencia. No aparece nadie en el horizonte para contarlo.
El camino se empequeñece y, cuando toma una anchura inexistente, empieza a abrirse dejando una grieta como rastro de infinita altura. La distancia es cada vez mayor y se comienzan a dividir dos mundos. Cada cual antagónico del otro. En uno es el loto quien domina. En el otro, el agua gobierna otorgando mil significados.
El espacio deja de existir y el tiempo invade las corazas de los soldados que acechan a los lados de la frontera. El metal se funde empapando de arcos átonos el precipicio de la huida. La existencia se acelera y se escapa rauda al iris del horizonte que se contrae para dejarla paso pupila adentro. Se inerva en cada rincón del encéfalo que, en unos instantes, como si de un milagro se tratase, origina la vida. Dios ha muerto.
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Texto agregado el 22-06-2004, y leído por 297
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