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Inicio / Cuenteros Locales / deletreando / Los Hijos del Fuego - Capítulo V

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El pastor despertó sobresaltado al escuchar que las ovejas corrían alborotadas. Dos hombres trataban reunirlas con intención de robarlas. Tomó su bastón y se dirigió a ellos esgrimiéndolo como garrote; atacó a los bandoleros alcanzando a golpear al primero en la cabeza. Mientras éste caía el otro se abalanzó con un puñal en la mano y lo hirió en el estómago. La sangre que brotó de inmediato no lo detuvo; con un golpe de puño el corpulento ovejero arrojó al suelo al ladrón que perdió el puñal en la caída. Un nuevo golpe pintó de rojo la boca del ladrón. Cuando se disponía a terminar de anular a su oponente, el primer bandido reaccionó y le aplicó una cuchillada en la espalda, luego otra y finalmente una más que lo dejó tendido boca abajo sobre una piedra.

Antonio había quedado al cuidado de sus abuelos para ser criado por ellos; el pastor muerto defendiendo las ovejas de los Monegario había dejado a su viuda, una robusta aldeana llamada Leticia que estaba amamantado a su pequeño hijo. Bruno encomendó a Leticia el cuidado del pequeño Antonio. Ella fue su nana dispensándole tanto cariño que el niño la llamaba “mamá”, imitando a Victorio, el hijo de Leticia que fue su compañero de crianza.
El abuelo había dispuesto que el ama de leche y su bebé vivieran en el castillo para que la atención de Antonio fuera permanente. Transcurridos algunos años, debió aceptar que la relación de Leticia y su hijo con el niño era tan entrañable que no habría manera de separarlos.
Para esa época, Bruno se embarcó para transportar un cargamento de lana a Alejandría intentando penetrar con su producto en Egipto. Su padre debió reasumir el cuidado de los negocios de la familia ya que sabía que el viaje del joven llevaba la intención de efectuar investigaciones en tierras ignotas, lo que no pronosticaba un regreso inmediato.

Los niños vivían y jugaban como verdaderos hermanos y conseguían esconder sus cómplices picardías para evitar los reproches de Leticia, que los cuidaba como si ambos fueran hijos suyos.
Las inevitables disputas entre ellos a veces terminaban en pelea que dejaba algún raspón como constancia. Leticia los curaba disimulando la sospecha de una mentira ya que siempre ambos coincidían en el relato de una caída o un resbalón.
Al llegar a la adolescencia, esa complicidad les sirvió para hacer objeto de pesadas bromas a la incansable nodriza, pero más aún a los frailes encargados de su educación que debían buscar en los lugares más insólitos sus extraviados libros de devoción. En una oportunidad, uno de ellos encontró su hábito vistiendo el espantapájaros de la parcela de árboles frutales, detrás del castillo.

La armadura seguía instalada en la sala porque su presencia daba prestigio a la casa, opinión no compartida por Leticia que le tenía aprehensión y trataba siempre de pasar lo más lejos posible de ella. De noche escuchaba ruidos extraños que la asustaban mucho provocados por los niños que se divertían con eso.
Un atardecer, Leticia estaba cumpliendo con su tarea de limpiarla cuando la armadura levantó una mano y tocó uno de sus grandes pechos. El susto y el apresuramiento de Leticia desparramaron las piezas metálicas por el suelo. Los jóvenes inmediatamente la rearmaron e hicieron desaparecer el hilo atado a la mano.
Años más tarde, Antonio y su hermano de crianza decidieron poner fin a los sustos que le habían dado a la pobre mujer. Victorio, que ya era seminarista, improvisó un simulacro de exorcismo sobre la armadura para tranquilizar a su madre, que luego se animó incluso a mantenerla limpia y dejó de escuchar ruidos.
La fraterna relación había permitido a ambos gozar de una educación paralela. El dinero de los abuelos hizo que ambos niños fueran instruidos por clérigos que se instalaron en el castillo, convirtiéndose en sus tutores y transmitiéndoles conocimientos que en ese entonces estaban reservados sólo a los más ilustrados.
Victorio aventajó a su casi hermano en esos conocimientos y su piedad religiosa contribuyó a la determinación de sus educadores de recomendarlo para continuar sus estudios en Roma.
Al mismo tiempo Antonio también viajó para instruirse en París. Debió volver antes de finalizar los estudios para hacerse cargo de los negocios. Siendo aún muy joven afrontó esa responsabilidad en reemplazo de su anciano abuelo que no conservaba la energía ni la lucidez para ello.
Inició con entusiasmo esta nueva etapa de su vida. Le gustaba su tarea y tenía un olfato especial para los negocios. Pronto la empresa de los Monegario tomó dimensiones que jamás había sospechado su antecesor.
La calidad de la lana, la abundancia de la producción y el cumplimiento preciso de los requerimientos hicieron que su nombre trascendiera más allá de las grandes ciudades vecinas. Antonio debió enviar un representante de confianza para que atendiera sus negocios en Venecia, puerto desde el cual se comerciaba con Oriente y en muy pocos años multiplicó las riquezas de la familia.
Cuando murieron los abuelos, los negocios se habían incrementado tanto que el joven empresario construyó una hermosa vivienda en Venecia y se trasladó allí con Leticia. En esa ciudad falleció su nana en brazos de Victorio que ya era el archidiácono del obispo de la ciudad.
Antonio los había consideraba sus únicos parientes ya que por veinte años no había recibido noticias de su tío Bruno, que no regresaba de sus inacabables andanzas. La falta de novedades durante tan largo tiempo le preocupaba puesto que ni siquiera había podido comunicarle la muerte de sus padres y desconocía si él seguía vivo. Su abuelo le había contado del interés de su tío por conocer las tierras que estaban más allá de la civilización, donde nadie sabía los peligros que correría. Conocía que Bruno había llegado a Egipto y vendido el cargamento de lana, información que le trajo el capitán del barco que lo había llevado. Antonio le encomendó que en sus viajes tratara de saber algo del aventurero. La respuesta siempre era la misma: “Nada se sabe”.


Texto agregado el 20-02-2010, y leído por 103 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
25-02-2010 Sigue muy bueno, voy por más historia por conocer =D mis cariños dulce-quimera
21-02-2010 Bien. Hasta acá hemos llegado, estaré alerta a las próximas subidas. Estrellas (como corresponde). Catman
 
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