Con mis hermanos juntábamos
casa por casa, botellas,
llenando cajas y cajas
para después revenderlas.
En la chatarrería de Sancho
que estaba justo a la vuelta,
nos pagaba por dejarlas
casi un peso la docena.
No había casa que no fuéramos
golpeando puerta por puerta,
buscando el preciado vidrio
para engrosar nuestra cuenta.
Ahorrábamos cada centavo
en la alcancía que la abuela,
le había regalado a Mingo
con un avión de madera.
Teníamos una ilusión
con las redondas monedas,
el de llegar a comprarnos
un juego de camisetas.
Pues nuestro equipo del barrio
no conocía esas prendas,
y huérfano de colores
naufragaba en la marea.
Cada sábado a las doce
pasábamos por la tienda,
a mirar nuestro objetivo
con la nata en la vidriera.
Mirábamos y mirábamos
con una lejana espera,
con el corazón desbocado
para llegar a la meta.
Batíamos esa alcancía
para escuchar las monedas,
y al sentirlas la alegría
nos palpitaba en las venas.
Costaba setenta pesos
el juego de camisetas,
venía encime de yapa
con dos parcitos de medias.
No veíamos la hora
de sentirnos de primera,
de saltar a la canchita
vistiendo esa ropa nueva.
Cuando ya estaba al alcance
la gloria con las estrellas,
entonces vino mi madre
y nos habló con tristeza.
Nos pidió que la ayudáramos
porque tenía una cuenta,
que debía en el almacén
de anotar en la libreta.
Rompimos nuestra alcancía
y le dimos las monedas,
cincuenta pesos había,
cincuenta pesos con treinta.
Mi madre salió a la calle
con nuestra ilusión deshecha,
con ese deseo golpeado
de las ansias futboleras.
Se había esfumado aquel sueño
sin centros y sin gambetas,
si hasta el gol se había fugado
en la línea de sentencia.
En el umbral nos sentamos
de la vereda de tierra,
sin decir una palabra
con una tremenda pena.
El cielo se había quebrado
con el sol y los planetas,
se había jubilado el fútbol
antes de entrar en escena.
Cuando se hacía la noche
en esa ardorosa siesta,
de pronto volvió mi madre
con una sonrisa inmensa.
Y nos dijo despacito
con ese amor sin fronteras,
que tienen todas las madres
y que es parte de su esencia.
Nos entregó aquel paquete
con esas manos tan tiernas,
aquí están esos ahorros
que juntaron con paciencia.
Yo puse lo que faltaba
también ayudó la abuela,
este premio es el esfuerzo
de trabajar a conciencia.
Abrimos aquel paquete
y vaya que gran sorpresa,
brillaba con sus colores
el juego de camisetas. |