Dentro de poco se cumplirán diecisiete años de la desaparición de casi quince trenes generales de pasajeros, una secuela que incluyó el despido de casi 30.000 trabajadores, el aislamiento implacable de miles de pueblos y el encarecimiento del presupuesto en viaje para más de 200 mil personas, usuarios habituales del servicio de larga distancia, además de incontables padecimientos sociales. Las bravuconadas de Carlitos 1º se cumplieron. “Ramal que para, ramal que cierra”, decía el inefable. Lo cierto es que a fines de marzo de 1993 corrieron por última vez ocho ramales ferroviarios, involucrados en trece provincias. No hubo necesidad de parar para que se cumpliera la promesa del doctor Méndez, ya que el deterioro del sistema y la falta de inversiones venía desde el gobierno de Alfonsín, aunque éste no se atrevió a tanto desmadre. Cuando se quiere privatizar a toda costa, lo mejor es dejar caer el sistema, como una fruta madura. Los trenes, que sirvieron al país durante un siglo, pasaron a ser piezas de museo. ¿Qué sucedió después? Pueblos aislados, viajes encarecidos y empresarios del transporte que asesinaron a sus pasajeros en autobuses sin autorización.
Los trenes incidieron muchísimo en el crecimiento de la ciudad, desde que llegó a Junín la primera locomotora del Ferrocarril Buenos Aires al Pacífico, exactamente el 15 de febrero de 1886, hace ya 124 años. En octubre de ese año se montó el legendario taller, hoy en ruinas, el mismo que brindó trabajo a miles de familias y que representó toda una historia económica y cultural. ¿Qué nos ha pasado? ¿Por qué permitimos que destruyeran las cosas buenas que teníamos? ¿Cuáles fueron las razones poderosas, las complicidades políticas y gremiales, los intereses extraños que llevaron a darle el tiro de gracia al sistema ferroviario? ¿Cómo es posible que hayamos observado, inertes, este proceso de destrucción sin siquiera abrir la boca?
Qué curioso. Uno tiene que ponerse grande para comprender, con certeza absoluta, lo estúpido que fue cuando creyó a rajatabla en aquellos caciques sindicales que se perpetuaron en el gremio ferroviario, desde el 50 hasta nuestros días, con lista únicas, pasando el tamiz para quedarse con los “compañeros” menos “molestos” y, encima, haciéndose los combativos. Hoy mueven a risa los eslógan polémicos de José Pedraza, actual líder vitalicio de la Unión Ferroviaria, con motivo de ciertos roces con una empresa concesionaria. Recuerdo que cuando reemplazó a Adolfo Argüello, Pedraza no se privó de una campaña llamativa, aún corriendo con el caballo del comisario: “Más vías, más trenes, más trabajadores”. Pero nadie le creyó, como siempre. La realidad marcaba lo contrario. “Defendamos nuestros derechos con solidaridad, organización y, si es preciso, lucha”, decían los carteles, acompañados con una foto de operarios trabajando. Algo curioso para una conducción que avaló las profundas “reformas” del Estado, entre ellas las privatizaciones de los servicios de carga, los despidos y la reducción de las frecuencias, y hasta se tildó de “salvaje” al personal de base que por entonces promovía huelgas.
El deporte juninense también tiene una historia montada al tren. Cuando la pelota a paleta representaba la pasión de los pueblos pequeños, que ni siquiera figuraban en los mapas, mucha gente iba y venía, buscando aquellos programas que prometían partidos de excepción. En tal sentido, ¿quién no viajó especialmente hasta O´Higgins o a Alem, por ejemplo, para gozar con la categoría, la destreza y la magia de Oscar Messina, aquel inolvidable Manco de Teodelina?
Sarmiento (el equipo de fútbol y no Domingo Faustino, el primero en gestionar que las vías férreas llegaran hasta aquí, desafiando el horizonte llano de la pampa húmeda y dilatada) fue otro de los “causantes” de este idilio de la gente del deporte con el tren. En numerosas oportunidades, la entidad verde fletó una compacta red de vagones hacia Rosario o la Capital Federal, con el objeto de acompañar al primer equipo, en instancias decisivas. ¿Quién no recuerda, por ejemplo, aquel tren que en 1974 fue hasta Caseros, repleto de banderas y cánticos triunfales, festejando lo que después se transformaría en el ascenso a la “B”, luego de navegar por muchos años, demasiados, en la sórdida e ingrata Primera “C”? ¿O aquellos otros a Avellaneda y al mismo Rosario, con regresos sin gloria, pero con el gustito a aventura, a solidaridad con el querido y venerado Sarmiento? ¿Acaso hay alguien que no se le pone la “piel de gallina” al recordar a aquel tren que salió rumbo a Banfield, en las postrimerías de la temporada 1980, en “el partido del campeonato” decisivo de esa campaña inolvidable?
¿Quién no hizo un viaje largo y rumoroso en tren, con sandwiches de milanesa y limonadas caseras?, ¿quién no ocupó un vagón de segunda, con asientos de madera?, ¿quién no se mufó más de una vez porque el tren arrancaba a los tirones y después se paraba en una estación de mala muerte?, ¿quién no miraba con respeto a esos guardas engominados, con uniforme pulcro, que pedían con mucha educación cada tanto los pasajes para hojearlos con cara de “detenimiento”?, ¿quién no fue en tren a bailar alguna vez a Chacabuco, “porque allí las minas son más piolas”?, ¿quién no puteó a aquella locomotora negra con humo negro que parecía corcovear cada vez que trataba de arrancar, después de reponer agua y carbón?, ¿quién no se bajó en Rawson para caminar entre la gente local, que hacía de la llegada o partida del tren un verdadero acontecimiento social, quizá único?, ¿quién no se burló de aquel hombre regordete, vestido de paisano, con sombrero y bombachas batarazas, que subió mientras dormíamos y que ahora está atacando una pata de pollo?, ¿quién no encaró en la confitería un café con leche con medialunas, no sin antes hacer un curso de “equilibrista”?, ¿quién no se cansó de admirar esos paisajes interminables con campos sembrados, praderas vacías, otros con miles y miles de vacas y también larguísimos trayectos inhóspitos?, ¿quién no tuvo amigos, vía-tren, en Vedia, Alberdi, Rufino, Laboulaye, Villa Mercedes, San Luis, Mendoza, Palmira o San Juan?, ¿quién no se asombró al desembarcar por primera vez en Retiro, frente a la inmensa metropolis?
Trenes de madera, de fierro, resaca inglesa. ¡Cuántos recuerdos! Van y vienen peones de estancia, en busca de un salario decoroso. Llegan y parten viajantes melancólicos, actores de radioteatro y de circos pueblerinos, antiguos electores de Yrigoyen y Perón. Firpo se va a pegarle una piña a Dempsey y a quedar en la historia. Ahí viene Carlos Gardel en el tren de la tarde para actuar en el Crystal Palace. Ahí se va Eva Duarte a tentar fortuna a Buenos Aires, cuando todavía no era Evita...
Se dice que es intención del actual gobierno ir avanzando en la recomposición del sector, luego de más de una década y media de devastación. Habría que tener memoria y no permitir la intromisión en esto de aquellos personajes que establecieron años de corrupción en la administración y también de quienes se asignaron la representación de los obreros, transformándose en cómplices necesarios de la entrega y el despojo de bienes argentinos. Cuando se produjeron los 30.000 despidos, un gremialista burlón les aconsejaba: “no pongan quioscos ni taxis”. No se sabe qué deberían haber hecho: ¿instalar un banco, licitar un peaje, comprarse un ómnibus para hacer el recorrido Junín-Retiro, regentear un negocio sobre Sáenz Peña o Rivadavia?
En varios discursos alusivos al tema ferroviario, Cristina Kirchner, como antes lo hizo su esposo, no se cansa de arremeter contra las privatizaciones de los noventa, como si la parejita presidencial hubiesen sido dirigentes de un partido político distinto al que cometió tantas atrocidades. En el Congreso, en tanto, muchos de los que hoy ocupan importantes cargos en el actual Gobierno, levantaron las dos manos para aprobar la “revolución productiva” de Menem, que terminaba con los Ferrocarriles, ENTEL, Aerolíneas Argentinas, YPF, Gas del Estado, Yacimientos Carboníferos Fiscales, SEGBA, Agua y Energía Eléctrica, los Subterráneos de Buenos Aires, Hidronor, la Junta Nacional de Granos, Banco Hipotecario Nacional, la empresa naviera ELMA, ENCOTEL, Obras Sanitarias, SOMISA, Altos Hornos Zapla, Petroquímica Bahía Blanca, Petroquímica General Mosconi y varias empresas más.
Aunque nunca hablemos de los sueños, es bueno recordar que es ahí, en los trenes, donde alguna vez fuimos enteramente felices. Mientras se “enloquece” la locomotora a bramido limpio y crujen las maderas de aquel viejo vagón de segunda, resulta hermoso darnos un baño de inocencia.
¿Volverán algún día esas maravillosas “ceremonias”? El “ramal cerró”, sí, pero quedó abierta la luz inigualable de los recuerdos. Por suerte, para evocar aquella etapa y coquetear con los duendes, no hay que pedirle permiso a nuestros gobernantes, ni a los burócratas sindicales.
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