Hace ahora mucho tiempo
que allá, en la antigua Grecia,
cerca del Monte Parnaso
cercanos a una hoguera
se encontraban tres insignes
poetas de aquella era:
Homero, Píndaro y Platón
discutiendo sus problemas.
Homero con ceño fruncido
expresó en tono molesto:
-No me siento satisfecho
con Zeus por lo que ha hecho
al crearnos solo dos musas
inspiración a nuestros versos-.
-Cierto en verdad- dijo Platón
-No que me queje de Calíope
quien sin duda nos inspira
a la poesía épica: guerras,
batallas, combates, lides
pero...¿Y las damas bellas?
-Erato- venturó, de odas, Píndaro
sin embargo como musa, Erato,
inspira poesía amorosa y ligera,
no sé...no sé, lo que yo quisiera
es musa de la poesía que sea,
tierna y sutil, profunda e intensa
que toque en el corazón y más,
al acariciar el alma podamos
expresarnos con las manos,
con los ojos, con los labios,
simplemente una mirada o un beso
que basten con ser insinuados.-
-No creo- respondió Homero
-que a tal musa la encontremos
aquí por el Mediterráneo, India,
el reino de Odín o hasta Catay.-
Pasaron así años miles ¿Y la musa?
La musa no apareció hasta un día
en que en América se vió una
a la que se refirió cual si fuera
La Décima Musa que tendría
lo que inspiran Calíope y Erato
con la música de Tepsícore
inspirando ritmos ardiendes,
en el calor de selva oídas
Mato Grosso y el río Orinoco
que sabe hablar del Gran Cañón,
cimas de Popocatepetl, Momotombo,
Aconcagua y tome baños en frías
aguas de Niágara o de tibia Iguazú.
Que hable del indio bravío: Cochís,
Atlacatl, Atahualpa o Lautaro.
Del esquimal o el tierrafueguino.
Que canta al gaucho y al huasco,
al charro y al vaquero norteño,
sin olvidar, por supuesto, cantar
a las chinitas de pampas y bosques,
cañaverales, planicies desde
el Hudson hasta Magallanes.
Poesía romántica, idealista, sensual,
oída entre manglares y cocales,
guayabales y marañonales
como zenzontles y zanates.
A mujeres ya morenas o ya rubias
'prietillas' 'canches' o 'hueras':
chamacas, patojas, cipotas,
pebetas, pololas, chamas, ishtas
esas mujeres americanas nuestras
de altas montañas y aromáticas grutas,
dulces mieles, tibio aliento, apasionadas,
lágrima presta, ira pronta, celosa,
coqueta, cimbrante, rítmica al andar
y dislocante al amar. Explosiva,
cariñosa, tierna pero araña y muerde.
Luego con los ojos bajos y mantilla
se hinca pidiendo a la Virgen guía
y cuando de nuevo la noche llega,
es tigresa con el hombre amado.
Esa era la musa que se buscaba,
ya no fueron los poetas griegos,
fué entre Nervo, Whitman y Darío
que despué de rones, guaro y mates
compartidos con Martí, Mistral y Chocano
decidieron llamar a La Décima Musa:
DAMIANA
(Dedicado a la inspirante amiga jhoa55) |