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Desde que los hongos empezaron a devorar el cielo, la humanidad entera se dispersó aleatoriamente, como si correr fuera una forma de escaparle a la muerte. En poco tiempo solo quedamos unos pocos grupos de desconocidos intentando ocultarse de la radiación a como dé lugar. El nuestro vino a parar a la montaña, y con el temor a cuestas irrumpimos en la entrada de una mina abandonada de cobre, con una expresión definida por el agotamiento y la presunción de haber encontrado nuestro último hogar.
Ya en el interior de la cueva, sus paredes continúan reflejando los flashes cobrizos de las explosiones, empujándonos hacia la oscuridad, como si ésta nos diera la tranquilidad necesaria para reacomodar nuestras ideas.
A medida que nos internamos, algunas voces de descontento empiezan a pronunciarse, ocultas en el anonimato que nos confiere la oscuridad.
-“¿Qué esperamos que nos suceda aquí?” –Dice una mujer muy alterada, mientras el horrible sonido exterior se extingue lentamente, a medida que caminamos hacia adentro, obrando de tranquilizante en todos nosotros, lo que provoca que mantengamos el silencio por un largo rato, como un preciado tesoro, aunque en nuestros cráneos continúan rebotando estas últimas palabras intentando que alguno de nosotros las conteste.
Súbitamente una luz azul ilumina al grupo, lo que me sobresalta hasta comprender que se trata de un teléfono celular que alguien abrió para poder ver a su alrededor. Algunos gritos acompañan al evento hasta que todo vuelve al callado entorno que hemos creado, con la salvedad que ahora podemos ver tenuemente nuestros rostros asustados, convocándonos a intentar calmarnos. Nuestros ojos parecen acomodarse a la nueva atmósfera lumínica y puedo ver a una chiquilla asustada junto a su madre y decido tratar de apaciguar su temor, acariciando su cabecita, lo que me produce un estado de tranquilidad al ver su expresión de aceptación, como si ella intentara calmarme a mí.
-“¿Vieron eso?”- Dice la niña señalando una pared rocosa que parece moverse a la luz del celular. Pareciera que una figura rupestre brotara desde los pliegues de la roca en el reflejo lumínico provocado por el aparato. Todos nos quedamos viendo la aparición con cierto interés, como si tratáramos de olvidar la verdadera razón por la que estamos aquí.
-“Son dos carneros luchando”-Dice un joven desde la penumbra que enciende la luz de otro Teléfono, ocasionando que otras paredes se iluminen y generen nuevas ilusiones ópticas en las rocas de cobre.
-“Aquí puedo ver un bisonte dorado”- dice otro niño sin poder contener su alegría.
-“¿Donde?-Pregunta alguien más.
-“Aquí… ¿ves?”-Contesta el niño dibujando con su dedo en la roca.
Muchos de los adultos cuestionan estas visiones pero otros deciden encender sus teléfonos celulares para producir más imágenes en las paredes que los niños recorren con los ojos chispeantes y sonrisas dibujadas en sus rostros hasta que todo el auditorio se convierte en una fiesta de color, abrumándonos de energía hasta que nos quedamos dormidos, borrachos de luz, sobre la plácida textura de las rocas, que nos cobijan hasta el fin de nuestro sueño… y de nuestro mundo, del que solo quedan vestigios emplazados en las paredes… Nuestra pintura rupestre.

Texto agregado el 19-02-2010, y leído por 96 visitantes. (0 votos)


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