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Estando a unos meses de casarme con Elvis me resultaba increíble que por fin llegara ese día. Fue uno de los momentos mas inolvidables que pudo pasarme, luego de vivir una intensa actividad académica.

Dejando a un lado la vida universitaria, los libros, la biblioteca, las investigaciones y las malas noches que pasé estudiando durante seis años la carrera de derecho, empecé a dedicarme, de lleno, a la otra etapa, igualmente importante de mi vida, como era mi próximo casamiento.

Dentro de los planes estaba elegir el bufet que sería servido durante la cena, en el club Regatas de Barranco, luego de la ceremonia religiosa.

Habrian más de trescientos invitados, entre familiares y antiguas amistades. Lo bueno era que nuestros compañeros de estudio y de trabajo eran comunes. Si me olvidaba de alguien en mi lista de invitados, Elvis me lo haría recordar para que nadie quedara excluido. Queríamos que todos fuesen testigos de nuestra próxima unión.

Mi tía Chabuquita se ofreció amablemente para ayudarme en toda esta actividad. Cuando me mostraron las diversas opciones de precios del bufet, mi tía me sugirió

- Lupita, me parece que esta propuesta es la mejor. Tiene gran variedad de bocaditos y, lo mejor, el precio, resulta tentador.

- Pero tía, si te fijas bien, no incluye los platos calientes que son los que más gustarían a mis invitados, ni los arreglos florales ni los vistosos manteles de las mesas que le darían presencia a todo el bufet.

- Creo que debes de ahorrar. Eso te costaría mucho dinero. Sería bueno que sólo ofrezcas los platos fríos y que la gente se conforme con el pastel, como fin de fiesta.

Sabía que esta sana sugerencia no sería del agrado de Elvis, de modo que opté en elegir lo mejor sin escatimar en nada. La propuesta de mi tía Chabuca no prosperó. Para no hacerla sentir mal le dije la verdad. Que tenía el apoyo incondicional de mi madre.

Me encontraba en mi mejor momento. Tenía una profesión en mis manos, era una joven entusiasta y con un ansia tremenda de enfrentarme a lo que estaba por venir, para bien o para mal. Todo era celebrado con gran expectativa.

Contaba con el entusiasmo de mi madre, quien al enterarse de mi proyecto personal, me dijo gustosa “hijita, quiero la mejor boda para ti. Quiero que ese día te veas como una princesa, yo me encargo de cubrir todos los gastos”.

También los padres de Elvis tenían la mejor buena voluntad para colaborar en lo que podían. Su padre trabajaba en una distribuidora y se había ofrecido a poner el licor de la mejor calidad para ese día. Lo mismo sucedía con su mamá. Ella tenía una exquisita sazón para cocinar los mejores tamalitos.

Así de bueno era todo lo que me rodeaba en esa época.

En cuanto a mi vestido no me preocupaba. Mi prima Lucero como buena diseñadora venía todas las noches a mi casa para tomarme las medidas vigilando con lupa que no “nacieran llantitas” que cubrieran mi cintura de grasa.

- Nada de dulces ni grasas, por lo menos antes de casarte. No me des el trabajo de estar cociendo y descociendo tu vestido. ¡No querrás lucir regordeta justo cuando las miradas estén concentradas en ti!.

Yo seguía su concejo al pié de la letra y agradecía internamente su sincera preocupación. Estaba rodeada de gente que me quería, deseando, al igual que yo, que mis sueños se hicieran realidad. Estaba realmente feliz.

La ceremonia y la fiesta salieron como lo habíamos planeado. Todos coincidieron en que habían asistido a una boda llena de magia y esplendor por ese aire de buena voluntad y buenos deseos de todos hacia nosotros.

Al regreso de nuestra luna de miel tuvimos que reintegrarnos a nuestras respectivas actividades. Yo vine llena de proyectos. Uno de ellos era renunciar a mi trabajo para aperturar mi propia oficina. Así se lo hice saber a mi madre.

- He pensado rentar una oficina y tener mi propia actividad. ¿Qué te parece?

- Hija, tú le pones mucha voluntad a todo lo que te propones. Si tienes eso en mente ¡hazlo ya!. No es bueno depender de otros.

-Lo haré. No lo pensaré más.

- Si ya estás segura, te propongo algo. Quiero ser tu primer cliente. Para empezar, pongo en tus manos los cincuenta juicios pendientes de la inmobiliaria. Soy la dueña y no confío en los abogados que me rodean. Apuesto por ti. Lo tomas o lo dejas.

- ¡Lo tomo!. Gracias “peluchita” –asi es como la llamaba cada vez que me hacía concesiones-.

La primera persona que se me vino a la mente para compartir esta genial forma de empezar mi vida profesional, además de Evis, fue mi tía Chabuquita.

- Lupita, déjame decirte algo. Hay otros profesionales que tienen gran experiencia en llevar los asuntos legales de toda una empresa. Es mucha responsabilidad para una joven novata como tú.

-Estoy dispuesta en asumir el reto.

- No sólo eso. Ahora piensa en los gastos que tendrás que afrontar con tu propia oficina.

- Gracias por el consejo, tía. Lo tomaré en cuenta.

Mi tía era el brazo derecho de la inmobiliaria, en lo referente a los asuntos contables. Se encargaba de hacer las cobranzas a los cuantiosos inquilinos de la empresa y también de cumplir las obligaciones ante los acreedores. Recibía un sueldo decoroso que le permitía llevar una vida tranquila y asegurada.

Sus aspiraciones de vivir en el extranjero habían quedado relegadas porque no recibía el apoyo moral – ni menos económico- de su esposo, un abogado frustrado, un zángano que la pasaba, según él, “haciendo las labores del hogar”. En realidad, estaba pegado a la computadora desde el día hasta la noche. A pesar de los años, mi tía toleró vivir con tremendo manganzón. Ambos se resignaron a llevar una vida rutinaria, nada envidiable.

Mi madre quedó impresionada con la brillante actividad que desplegué durante los cuatro años que me tocó bregar contra deudores, estafadores y vividores que ocupaban sus inmuebles. Ellos se iban sin pagar la renta, dejando cuantiosas deudas de luz y otros servicios. A todos les exigí pagar hasta el último centavo.

Los abogados que se vieron desplazados con mi gestión, me miraban de lejos, mordiéndose los labios por haber sido unos incapaces en hacer lo mismo. Solo se dedicaron a ver la forma de alargar los juicios para seguir gozando de un sueldo, año tras año.

Mi madre solía celebrar y ser muy expresiva con cada logro que hacía en beneficio de la empresa.

- Lupita, como siempre, te has lucido en el tribunal. Vayamos a celebrarlo al Peñón Dorado. Mi infaltable tía Chabuquita siempre era la fiel testigo de todos mis logros.

Un día me llamó la atención que mi tía le pidiera a mi madre el favor de adelantarle varios meses de su sueldo para celebrar sus veinte años de aniversario de bodas. La suma era considerable. Me pareció excesiva. Era el doble de lo que yo gasté en mi matrimonio.

Mi madre, siempre generosa y reconocida con su hermana, le dijo

- No te preocupes, Chabuca. Te entregaré la suma que me pides. Tómalo como un regalo por tu aniversario y no hablemos más del asunto.

Mi tía, que siempre era muy fría y escasa de ternura, emocionada, llenó la oficina con un fuerte llanto que me cogió desprevenida. No sabía si echarme a reír o mirarla con pena al verla en ese trance. Estaba irreconocible.

Ella siempre ajustaba las cuentas hasta el mínimo tratando de gastar lo menos posible. Tenía fama de tacaña. ¡Sería imposible que gastara semejante dineral en esa fiesta!.

Su aniversario lo celebró a todo dar. Había un gran despliegue de mozos, orquesta, mesas revestidas con elegantes arreglos florales. A la media noche hizo su flamante aparición con Willy, su esposo, sentados en una carroza tirado por dos relucientes caballos de paso.

Yo me quedé con la boca abierta, lo mismo que todos los invitados. No teníamos la costumbre de verla rodeada de semejante lujo y glamur.

Ella estuvo radiante. Willy también brilló con luz propia. Lucía uno de los mejores ternos que lo hacía ver jovial, elegante y con diez años menos de los que tenía. Por varias semanas la familia no dejaba de comentar los detalles de la fiesta.

Por esos días, tuve noticia, de parte del portero de algo que me dejó pensativa al momento de pedirle un favor.

- Juanito, ¿me haces el favor de limpiar las ventanas de mi auto, si?

- Disculpe usted, pero tengo ordenes de doña Chabuca de no moverme de mi puesto y que me deje de limpiar autos. Si no sigo sus órdenes me acusará con su mamá.

“Tal vez tenga razón mi tía. Juanito tiene una función determinada; no puedo abusar generando que se mueva de su sitio para que limpie mi auto”. Traté de no magnificar el asunto y seguí adelante con mi vida.

Se acercaba el final del año; era el tiempo en que se nos recargaban las labores. Mi tía estaba apurada para dejar listo su balance contable de fin de año. Lo mismo pasaba conmigo. Contaba con solo dos días para presentar el resumen de los casos judiciales ganados, perdidos y en trámite. El resultado fue que todos los había ganado y había recuperado casi el noventa por ciento de las deudas de toda gente que le debía a la empresa.

Recuerdo que mi madre quedó feliz con tremendo resultado.

A pesar del agotamiento aun me quedaban fuerzas para dejar arreglado todos mis archivos, de ese año que ya terminaba. Al momento de abrir mis gavetas quedé mortificada porque alguien las había removido.

Llamé a seguridad. Me dijeron “el señor Willy contaba con el permiso de la dueña para llevarse los archivos a su casa para revisarlos”.

Al reprocharle a mi madre la razón que tenía para ordenar semejante abuso, ella me dijo que “la pobre Chabuquita me había pedido llorando que le diera una oportunidad a su esposo para colaborar contigo en llevar adelante los juicios”.

Eso no me gustó nada. Empezaba a nacer una guerra no declarada. No era tan tonta como para no advertir lo que mi tía sentía por mí, y eso se llamaba envidia, nada más que envidia.

Atando cabos, no era coincidencia su insistencia para que eligiera el precio más pobre del bufet de mi matrimonio mientras que ella, en cambio, hizo lo contrario para su aniversario; que me desanimara en iniciar una actividad profesional independiente simplemente porque era una novata; que le prohibiera al portero limpiar mi auto y muchos detalles más que fui descubriendo en el camino.

Tenía una enemiga declarada en casa. Lo peor es que descubrí que su mejor arma era valerse del llanto para convencer a mi madre, sacando ventaja para ella y su esposo. Tenía que hacer algo y lo hice.

Conforme los días pasaron se me hizo insoportable tenerla a mi lado, vigilando cada paso que daba. Se propuso indisponerme ante mi propia madre por cosas que ella se encargaba de inventar.

Me vi obligada a renunciar. Me aparté de la empresa. Aposté por mi propia capacidad y, junto con Elvis, tuvimos una renovada clientela que, increíblemente, fue creciendo más y más.

Mi tía Chabuca siguió con su añeja actividad. Willy quedó al frente de los juicios que yo había empezado. Gozaron del favor que les hice en dejar bien plantada la empresa.

Toda la clientela de la empresa quedó disconforme con la forma en que ambos conducían sus actividades. Se fueron a la competencia en donde apenas tocaban las puertas eran recibidos con el mejor trato comercial.

Mi madre, apenada de ver que la inmobiliaria se venía abajo como un alfajor, decidió venderla al mejor precio, yéndose a invertir ese capital al extranjero, en donde las ganancias le duplicaron.

Mi tía Chabuca se quedó sin trabajo. Con su fingido llanto, como siempre, quiso conmover el corazón de mi sensible madre para que la recomendara en otro trabajo.

Para entonces, era ya muy tarde. Mi madre, antes de partir, advirtió el daño que tan envidiosa tía me había causado. Le dio la espalda y no quiso saber más de ella.

La vida se encargó de cobrarle cada zancadilla que puso en mi camino. Aprendió que ya nada era igual y que los días pasaban sin tener un sueldo fijo. Su vida se iba a pique y ¡no sabía qué hacer!

La última vez que vino a verme a mi oficina había perdido su silueta de mujer. Era un palo con unos brazos colgantes. Estaba debilitada. Apenas podía dar uno que otro paso.

Viéndola en semejante estado no pude evitar sentir lástima por tan desastrosa apariencia. Después de todo era mi tía. Afloró en mí el sentido humano y familiar de nuestra relación.

- He venido para pedir perdón por todo lo que te hice pasar. La envidia me embargó y no podía tolerar que me opacaras ante tu madre. Lo siento mucho. Si no lo haces, mi vida no tendrá ningún sentido. ¡Perdóname Lupita!.

Ella alcanzó mi perdón.

Al salir del umbral de la puerta, no pude evitar hacerle la última concesión:

Le ofrecí darle una pensión de caridad hasta que llegara el día en que otro trabajo le abriera las puertas.

No cabe duda que Chabuquita, ¡aprendió la lección!

Texto agregado el 19-02-2010, y leído por 422 visitantes. (12 votos)


Lectores Opinan
02-07-2010 Como siempre en la vida surge la dichosa envidia. Creo que como tu dices que Chabuquita aprendió bien la lección. Bonita historia y todas mis estrellas para la que la escribe,******** Yosep
22-06-2010 Magnífico texto. Con una narrración impecable que denota a las claras el buen manejo de las letras. ***** catman
21-04-2010 Una lección que nos enseña que además de la hipocresía y la envidia, todo se paga, me encantó tu relato, felicitaciones, escribes de maravilla******* JAGOMEZ
14-04-2010 Cada quien cosecha lo que siembra...buen relato, amiga! galadrielle
24-03-2010 Donde no estarán los envidiosos ? Siempre hay alguno cerca, por ejemplo yo, me da envidia tu talento para escribir estos cuentos ! ***** pintorezco
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