Las marcas en mi piel son de rabia, son de furia, son de pasión y fuego que se haya en la hoguera de mi ser; en esos ojos que me penetran con esa curiosidad infantil que me asfixia tiernamente. Son rastros que se abren paso a través de mi cuello para terminar en mi vientre y saciarse de vida. El temblor y temor se hacen uno mientras con el sicario recorres las líneas y abres nuevas veredas que se bañan en carmesí; sonrío y te pido que sigas plantando los abedules de afable dolor que se encargaran de clavarte en mi piel, de saciarte en mi sangre, de matarte en mi alma. Los cuños se hacen testigos sobre el lienzo que soy, los dientes arrebatan fervor sobre cada misterioso rincón y la suavidad que embellece la ternura de la piel donde la tintura inoxidable sigue su paso insistente; el gusto de probar se hace apremiante al sentir labios sobre mí. Es un escozor de delicado dolor que se encuentra marinado en tu esencia de niña, en tus brazos de mujer, en tus espigas con las que me drenas la vida, en tu aroma en la que te encuentro infinita y en tu alcance que ha atravesado la penumbra de cristal para alcanzarme, tomarme, salvarme y violarme. No hay fragmentos, no hay espinas, no hay cuchillas que fragüen el camino para arrebatarme la existencia. Solo se encuentra tu mirada iluminada en penumbra, suave y violenta, extraña y gallardamente hermosa que se complementa con un halo inmortal que siempre tengo presente.
Refugio punzante he llamado al espejo, coraza a través de la cual observaba los límites de mi alma y de mi tacto desesperado, de la incomprensión atípica que tantas veces he encontrado en rostros de arcilla que con desprecio asesinan la mirada fogosa y las palabras encerradas en vocablos de extraño sabor. El rincón nunca fue acogedor pero era honesto, un lodazal de dudas inescrupulosas que atormentaban mis venas llenas de sangre que hervía, latente entre misterios de envidia y soles desesperados.
Es el perfume de las paredes olvidadas, es la visión de las vidas pasadas; las sabanas que se adhieren a las piernas y la humedad en ellas presente, humedad que denota vida derramada y afinidad acumulada, es el perfume que emanan tus movimientos sutiles y a la vez tan salvajes, es sentirse en un remolino indescifrable de misterios familiares que enterrados han estado y ahora, florecen en silencio.
El dechado en el cual me reflejo y por el cual miro se ha pulido, lo has afinado. Lo bañaste en sangre y lo has pulido con tu agudo merodeo y con tu designio taciturno; todo se ha traducido a tu intención reptante de sigilosamente reflejarte en el espejo mientras con ojos te recorro, te exploro y me abres; te alcanzo y has entrado con paso firme y ardor que sucumbe el aliento extinto.
Así que quieta te encuentras de este lado del espejo compartiendo este rojo te; lo compartes conmigo en este juego de porcelana negra que se acontece con la tormenta en pie de guerra. Presente, inminente, siempre.
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