-El reloj me mira. Fijamente, desde el abismo tan blanco, tan rugoso, tan profundo. Me mira y se ríe de mi.
Quien habla es mi amigo Felipe R. Desde hace algún rato tiene extraños delirios de persecución y alucinaciones. Su mujer me ha confiado su tratamiento, aun a pesar de saber que no estoy autorizado a ejercer la psicología por falta de título. Descubro que Felipe tiene una morbosa obsesión con los relojes.
-Te juro que me mira.
-Lo sé -le digo tranquilamente -es lo que me has estado repitiendo todo este tiempo.
-Tú no me crees -dice él con evidente tristeza -pensé que a ti podía contártelo, pero veo que me equivoqué...
Al parecer no es consciente de que ha sido su mujer la que lo trajo a mi. Quiere creer que vino por propia voluntad, que necesitaba hablar de su obsesión conmigo.
-Ahora te mira a ti...
-Felipe, el reloj no es un ser vivo que pueda decidir por si solo. Ni siquiera cuenta con órganos que le permitan realizar una función apenas parecida a la vista. Temo que...
-¡No me estás entendiendo! No nos ve desde un punto de vista literal... es metafórico... ¿Cómo te lo explico?
-Felipe, estás desvariando...
-¡No es verdad!
Repentinamente pienso que algunas de mis peores pesadillas tienen que ver con el tiempo: la angustia de llegar tarde a un compromiso; la incertidumbre de ver que ese mismo reloj camina inexorable e indiferente mientras espero a ese ser querido que anda en la calle a altas horas de la noche; en fin: cientos de ejemplos que me hacen mirar al tiempo como algo implacable, inhumano, y terriblemente cierto. Le comento -sin saber bien a bien con qué propósito- mi reflexión a Felipe, que bate palmas y sonríe.
-¡Si! ¡Si! ¡Por fin comienzas a entender! Sin embargo, todavía no lo captas: el tiempo, como lo mencionas, es terrible. Desde luego que he compartido tus angustias, pero yo hablo de algo más universal, algo que nos atañe a todos... por cierto, ¿Ya viste la mancha café que tienes en la mano?
Observo, y me doy cuenta de que Felipe tiene razón.
-Cáncer -me dice, con toda la serenidad del mundo, mientras mis rodillas tiemblan (¿Mencione que Felipe es médico?) -disculpa el teatro, mi esposa pensó que era la manera más sutil de decírtelo. Como ves, el reloj también te mira a ti (¿Verdad que ahora puedes jurar que tiene ojos?), con mucha más sorna que a mi. Puedo decirlo porque mientras te observa, te consume un poco más. Huelga decir que siempre te he odiado, sabihondo arrogante, así que apelé al exquisito mal gusto de mi mujer para torturarte. Que tengas un muy buen viaje al otro barrio.
Quisiera matarlo.
Pero eso no va a aliviarme el cáncer. |